De nuevo, los poderosos que hoy nos gobiernan saben que obtendrán en abril menos votos que los que sacó el expresidente en octubre. Su única esperanza es que nuestra votación del 7-O también baje
Ángel Oropeza Twitter: @angeloropeza182
Desde el año 1998 se han realizado en Venezuela 4 elecciones presidenciales, 3 parlamentarias, 4 regionales, y 6 referenda (sobre la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, el aprobatorio de la Constitución en 1999, el sindical del 2000, el revocatorio presidencial de 2004, el de la Reforma Constitucional de 2007 y la Enmienda Constitucional de 2009). Más allá del resultado de cada uno de esos comicios, en términos de cuáles ganó el oficialismo y cuáles la oposición, el dato más relevante es la disparidad entre las votaciones que involucraban directa y personalmente al ex presidente Chávez y las que no lo hacían.
Desde el año 1999 hasta la fecha, cada vez que se ha realizado una elección nacional en Venezuela en las que el ex presidente no participaba (porque no le tocaba o, en todo caso, no se votaba «por él» o por su cargo), la votación oficialista se ha reducido ostensiblemente, en porcentajes cercanos al 40% de merma. De hecho, si se comparan los votos obtenidos por el expresidente Chávez en las presidenciales de los años 2000, 2006 y 2012, con los obtenidos por el oficialismo en las elecciones inmediatas siguientes (parlamentarias del 2000, la Reforma Constitucional de 2007, regionales 2012), se observa una mengua de 48, 42 y 41 por ciento respectivamente. En palabras cristianas, el oficialismo siempre ha sabido que una cosa era el voto por el ex presidente y otra el voto por ellos.
El dato anterior es el elemento clave en la estrategia electoral del poschavismo de cara al próximo 14 de abril: el ex presidente ya no está, y ellos saben –porque además siempre ha ocurrido así y tienen a la historia en contra– que su votación va a descender de manera inevitable pero además impredecible: no conocen cuánto, pero saben que va a bajar.
A sabiendas de lo anterior, el poschavismo ha centrado su esperanza electoral en dos estrategias medulares: la primera, vender al electorado oficialista la fantasía mimetista que el candidato no es Maduro, sino Chávez, y que el 14 de abril van a votar por éste y no por Nicolás. Y la segunda, tratar de convencer a la población opositora de abstenerse, porque el resultado es inevitable. Así, el eslogan tácito de toda la publicidad gobiernera es «para qué vas a votar, si Maduro va a ganar». Con estas dos herramientas de propaganda y mercadeo político, una dirigida a los propios para que no repitan su comportamiento histórico de abstenerse o votar en contra cuando Chávez no está, y la otra orientada al país no oficialista para desestimularlos a que repitan la votación del 7 de octubre pasado, el poschavismo aspira a que su esperada caída siga sin embargo siendo suficiente para conservar sus cargos y sus privilegios.
De nuevo, los poderosos que hoy nos gobiernan saben que obtendrán en abril menos votos que los que sacó el ex presidente en octubre. Su única esperanza es que nuestra votación del 7-O también baje. Porque una votación similar a la obtenida por Henrique Capriles en las pasadas presidenciales pone en grave riesgo los cálculos de Nicolás y su combo. Si el pueblo se decide a no caer en las trampas del miedo, la desesperanza y la resignación, y se atreve a comportarse electoralmente como hace apenas 5 meses, el cambio hacia un país más digno y justo será simplemente inevitable.