Quien regresa a Venezuela podría pensar que la polarización no ha cambiado en una década, aunque la ausencia de Chávez y la existencia de Capriles como líder en la oposición cambian notablemente la dinámica política nacional.
Regreso a Venezuela y siento que en un solo día he retrocedido diez años en la dinámica política nacional: cacerolazos, protestas callejeras, gases lacrimógenos, contrapunteo de declaraciones cada vez más crispadas entre voceros del gobierno y de la oposición.
El resultado de las elecciones presidenciales del domingo 14 de abril, ganadas por un estrecho margen por el ahora presidente electo Nicolás Maduro, ha exacerbado la polarización a niveles que no se sentían desde tiempos del referendo revocatorio de 2004 contra Hugo Chávez.
Mientras escribo esto la noche del lunes, un ensordecedor cacerolazo, mezclado con cohetes, bocinas de autos y hasta las penetrantes vuvuzelas que dejó el Mundial de Sudáfrica 2010, me dificulta la concentración para organizar las palabras.
Una práctica de catarsis que la oposición había abandonado años atrás, seguramente frustrada por la falta de efectividad del recurso -más allá del drenaje de su rabia o impotencia- pero que resurgió este lunes convocada por el candidato perdedor de las elecciones, el opositor Henrique Capriles.
Al igual que sucedió en 2004, las cacerolas pueden ser el sonido de fondo de una nueva crisis política en ciernes en Venezuela.