En una cafetería en el centro de Caracas, tradicionalmente un bastión del chavismo, un grupo de venezolanos titubea antes de identificarse como «unos volteados»: fueron admiradores del fallecido Hugo Chávez, pero también parte de los 700.000 votos que perdió el oficialismo.
Unos explican su cambio de color citando la polarización y la inseguridad, otros mencionan el tratamiento de la muerte de Chávez y un «volteado que llegó tarde» lamenta la reciente respuesta del gobierno a las protestas de la oposición.
El dueño de una cafetería en la plaza O’Leary, en una zona popular de la capital venezolana, no quiere dar su nombre por temor a represalias, según afirma, pero acepta hablar con una periodista de la AFP luego de pedirle sus credenciales de prensa.
«Nunca se sabe», dice el hombre de 42 años. Una mujer a su lado ríe y se pone el índice en la boca, pidiendo silencio, mientras otra, Adriana Del Valle, exige que se publique su nombre completo, diciendo: «El problema es la desunión».
«No puede haber una situación así. Antes (del chavismo) todo el mundo era unido, pero ahora la gente se anda tirando piedras», dice Del Valle, una jubilada de 58 años.
Nicolás Maduro, heredero político de Chávez, ganó las presidenciales del domingo con una ventaja de 1,8% sobre el opositor Henrique Capriles, quien no reconoce el resultado. El inflamable clima político que se desató desde entonces ha dejado, según el gobierno, ocho muertos y más de 60 heridos.
«Yo siempre voté por Chávez, pero este gobierno no es sano. No me gustó que le faltó mucho al respeto al cuerpo del presidente», dice el dueño del local, mientras limpia continuamente el mostrador con un trapo sucio, en referencia al uso de la imagen de Chávez en la campaña electoral oficialista.
«Yo lloré cuando él murió, era alguien que tú siempre veías y oías», interviene Del Valle. «Hay muchas cosas buenas del gobierno», como las pensiones al adulto mayor y las políticas habitacionales, afirma.
«Pero todos estamos asustados unos de otros. Uno se va a subir a una buseta (autobús) y tiene miedo porque no sabe quién está adentro, y los de adentro te miran con miedo porque no saben quién está subiendo».
La inseguridad es uno de los temas que más preocupa a los venezolanos. El gobierno admitió este mes que en 2012 los homicidios subieron a 16.000 (14% más que el año anterior), en un país con cerca de 29 millones de habitantes.
Un hombre entra al local, pide un café y se suma a la improvisada tertulia. Es un vendedor ambulante de libros de 56 años que vive en el barrio popular La Lucha en el oeste de Caracas, un sector por tradición afecto al chavismo.
«Yo también soy un volteado, pero llegué tarde», dice, pidiendo que no se publique su nombre. «Yo voté por Maduro en honor al presidente Chávez. Soy admirador profundo del presidente Chávez. Pero si hubiera elecciones hoy, votaría por la oposición».
El hombre se refiere luego a un episodio del martes, cuando el presidente de la asamblea Diosdado Cabello prohibió el derecho de palabra a algunos diputados opositores, aludiendo que no los reconocería si ellos no aceptaban a su vez la victoria de Maduro en los comicios del domingo.
«Negarle la palabra a un diputado es una actitud fascista», dice el vendedor ambulante. «De seguir con esta actitud, le estamos dando más votos a Capriles. Éste es un pueblo muy noble, no le gusta la actitud prepotente».
El padre jesuita Wilfredo González, editor de la revista SIC del Centro Gumilla -una fundación dedicada a la investigación social-, señala que la decisión que llevó a más 700.000 personas a quitarle su voto al chavismo tiene que ver con sus vidas más inmediatas.
«La gente votó por Capriles porque la inseguridad es un azote cotidiano, porque la han padecido personalmente o porque un allegado la ha padecido», dice el sociólogo, citando otros factores como la escasez de alimentos, los cortes de energía eléctrica y la falta de medicinas.
«Éstas 700.000 personas mandaron el primer campanazo. Ya se está liberando la presión que se sentía en las zonas populares. Antes de la muerte de Chávez, la gente de las zonas populares se reservaba su opinión. Pero ahora estas personas sintieron que algo se agotó en el chavismo».
«Para mucha gente la vida cotidiana se ha hecho muy hostil», agrega González, citando luego el «abuso del argumento de que Maduro es ‘hijo de Chávez'».
«Para cierta cultura popular, los muertos se dejan en paz». AFP