¿Cómo leer el país que viene, según el gabinete designado por Nicolás Maduro? Los nombramientos pueden leerse como un síntoma importante del cambio de rumbo que él y sus allegados políticos han venido trazando desde que el Consejo Nacional Electoral emitió el primer boletín del 14-A.
Maduro al parecer ha decidido apostar por un discurso político radical, pero de negociación económica moderada. Uno de los primeros mensajes que emiten estos nombres —aunque surgen de un reciclaje de figuras tradicionales del chavismo— es que han decidido no quedarse en elStatus Quo o al menos es lo que se percibe en el ámbito económico. Maduro intenta una estrategia bipolar que Hugo Chávez utilizó durante un tiempo, que se balancea entre la radicalización política y la negociación económica.
Por una parte —la política—, Maduro mantiene a Jorge Arreza como Vicepresidente en una especie de tributo a la solicitud que le hizo Chávez antes de morir, pero la designación de Elías Jaua como Vicepresidente político y de Ramírez Torres como Ministro del Interior ya determina claramente la intención de una línea dura.
Se puede interpretar que la línea que se establecerá con la oposición institucional que encabeza Henrique Capriles será no-negociadora: no es casual el nombramiento del jefe de la policía política como Ministro del Interior y Justicia. Además, el discurso político frente a la oposición se prevé duro y cero complaciente con esa nueva posición que su liderazgo ha sostenido, reafirmado con el anuncio reciente de la impugnación de las elecciones. La oposición liderada por Capriles ha decidido ejercer como representantes de la mitad del país.
Sin embargo, la crisis política ha distraído la atención de la crisis económica, donde parece que el poder le ha sido cedido a los pragmáticos, posiblemente con la intención de levantar la imagen internacional y mejorar los indicadores económicos claves.
El cambio de Jorge Giordani por Merentes pude ser interpretado positivamente por el mercado, aunque desde ya pueden advertirse riesgos del aumento de la deuda. El hecho de que Giordani se mantenga en Planificación pero sea retirado de Finanzas es una señal clara de que lo apartan del manejo cambiario y esta responsabilidad es ahora endosada, como ya hemos dicho, a los pragmáticos.
Escuchar a Maduro hablar de fortalecer Cadivi, Sicad y “cualquier otro mecanismo que sea necesario” es una muestra de lo que se pretende. Es preciso recordar que Merentes ha sido el contacto más visible de los empresarios (desesperados ante la asfixia cambiaria) y de quienes tienen en su poder bonos venezolanos cuando han venido al país. Él ha sido el encargado de tranquilizarlos, pues tiene una visión mucho más abierta sobre la necesidad de suministro de divisas para garantizar el funcionamiento económico del país. Y eso es algo que ya se ha visto reflejado en el discurso de Nicolás Maduro y se interpreta positivamente desde el mercado interno e internacional.
Estos nombramientos son un claro intento de desanudar una crisis cambiaria cada vez más evidente. A los ojos de cualquier analista, resulta obvio que la agudización de esta crisis económica está estrechamente vinculada con la radicalización de los controles que Giordani aplicó a partir de octubre, algo que sin duda impactó también en los resultados electorales en contra del gobierno. Por eso no es casual que, al nombrar a Merentes como Ministro de Finanzas, Maduro dijera claramente que venía con ideas nuevas. Y es claro que para un gobierno de Maduro resulta más fácil negociar con el sector empresarial que con el sector político institucional: según su visión desplegada hasta ahora, obtiene más resultados y corre menos riesgos.
Aún así, existen eventos que podrían generar riesgos de movimiento hacia la radicalización. La impugnación de la elección, si crispa la presión política y se desborda, puede ser uno de ellos. El otro evento probable es que la crisis económica no sea atajada a tiempo por las medidas de Merentes, pero en ese caso la radicalización no vendría por ser buscada desde la crisis política sino porque a Maduro se le venga encima el castillo de naipes.
Para explicar estas posibilidades es necesario recordar que, desde cuando Hugo Chávez era el candidato, la radicalización nunca fue completa sino un asunto de discurso. Hasta ahora el Estado ha acusado, criminalizado y expropiado, pero el Estado omnipresente nunca pasó de ser una amenaza permanente. Y éste es el tipo de medidas que muchos gobiernos evocan constantemente para unificar. Si Nicolás Maduro decide radicalizarse en efecto, irá de inmediato a un modelo de Estado que cree que puede decidir qué es lo que necesita el país y qué no. Ese modelo obliga a expropiar más y a presionar a los empresarios para comprarlos o sacarlos del país, pues su empeño estará en sustituir a la empresa privada.
Los riesgos son elevados: una vez que un Estado se mete en una política de control de precios, por ejemplo, no puede salir de ella. Es lo que condujo a la crisis económica que hace mucho más complicada la crisis política. Además, una persecución política sería, entonces, otro factor de radicalización del sistema que haría aparecer a los policías, la gente que amenaza, los que cobran, los que permiten los subterfugios. Es lo clásico en un Estado policial que pretende el control de la sociedad y decidir lo que debe hacer y lo que no. Es la idea del Big Brother de George Orwell, y ése es un modelo que no habíamos visto hasta ahora sino como amenaza.
Cuando se aplican controles excesivos suele ser por dos razones: o quieres imponer un modelo político o crees que la sociedad que gobiernas debe ser regulada porque no es madura. Nicolás Maduro sólo podrá hacer esto teniendo de su lado al poder militar: si la ineficacia en dar respuestas se mantiene, la sociedad querrá rebelarse ante tantos controles. Es posible que su propia militancia aplauda estas acciones extremas al comienzo, pero que luego se les revierta. Ya existen un millón de votos que se movilizaron hacia la otra opción y eso es algo imposible de ocultar, incluso en la versión hasta ahora oficial de los resultados electorales.
Depender del control de fuerza amerita incrementar los controles con el paso del tiempo, aprendiendo de los estados represivos, pero teniendo que replantear las maneras de hacerlo ante una sociedad que ha aprendido y cambió su comportamiento electoral. Nicolás Maduro no tiene que llegar a ese extremo, pero el simple hecho de caminar hacia allá es una mala noticia.
Luis Vicente León | Twitter: @luisvicenteleon