El presidente Maduro acaba de visitar Uruguay, Argentina y Brasil, socios de Venezuela en Mercosur. Sirva la ocasión para volver sobre el tema.
Cuando, hace algunos meses, se debatía la conveniencia o no de la incorporación de Venezuela a ese acuerdo principalmente comercial y económico pero también político, no dudé en respaldarla en esta misma columna, más allá de las circunstancia poco felices en que ella pudo producirse debido primero a la terca oposición del Parlamento paraguayo y luego a las peripecias derivadas de la destitución del presidente Lugo. Se trata de una convicción de fondo que trasciende la política menuda: todo acuerdo que procure integrar a las naciones latinoamericanas es de suyo positivo para el subcontinente y para cada país en particular, y si se trata de un acuerdo que privilegia lo comercial y económico, con más razón. Es el caso de Mercosur cuya vocación a este respecto está incluso contenida en su propia designación.
Para Venezuela, país petrolero (dependiente de ese producto, para más señas), la posibilidad de facilitar el acceso a nuevos mercados constituye condición de su desarrollo, del crecimiento de sus fuerzas productivas, de su industrialización (tarea secular aún pendiente). Acceso a nuevos mercados para el petróleo, claro, para todo el conglomerado productivo energético que va más allá del mero crudo, pero en particular para acicatear a nuestra incipiente economía no petrolera ofreciéndole el estímulo de exportar. Y eso vale oro… si se sabe aprovechar, claro.
Es sabido que la gran tragedia del plan de sustitución de importaciones de inspiración cepalista característico en la Suramérica de los años ’60, y en nuestra democracia puntofijista, fue que al encadenar a nuestras economías hacia el mercado interno, siendo éste relativamente pequeño (en tamaño y en capacidad adquisitiva), no lograba colocar en juego suficientes unidades de producción como para hacernos competitivos y productivos y alcanzar así la tierra prometida del desarrollo. Quizá por eso, ese plan acaso medio sirvió en países con mercados internos un poco más grandes, como México, Brasil y Argentina.
Es por tal razón que nuestra presencia en Mercosur debe ser evaluada a través de este crisol. De poco serviría si lo que hacemos en ese mercado es vender petróleo y comprar comida. Lo que debe importarnos es cómo incorporar a nuestros empresarios, grandes, medianos y aun pequeños, en el diseño y ejecución de esa relación comercial. Porque Mercosur es mucho pero sobre todo eso: abrirle a nuestra economía la tentadora posibilidad de crecer accediendo a los millones de consumidores que allá, en Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, pueden estar esperando por nosotros (por aquellos productos nuestros con ventajas comparativas).
Para eso es Mercosur. Es bueno recordarlo siempre.
Enrique Ochoa Antich