En mis papeles archivados encontré una carta que escribí en bachillerato, hace unos cuantos años, cumpliendo con una tarea que me asignó el profesor de literatura. Consistía, en leerme el libro “Ariel” escrita por el ilustre humanista uruguayo José Enrique Rodó y explicar mi opinión en esa carta a un amigo desconocido. “Apreciado amigo: he leído una de las brillantes obras dedicada a la juventud Hispanoaméricana. Ariel no es una novela, ni una obra didáctica, es por su carácter parecido a los diálogos de Renán; es un monólogo de un maestro que se despide de sus alumnos; se nota que Rodó ha leído a Shakespeare, pues los personajes son similares a los de este escritor. Esta obra apareció en el año 1900, en plena revolución socio-económica y Rodó alertaba a los jóvenes que los Estados Unidos se convertía en país utilitarista y debían trazarse dos caminos: uno, la de Ariel, apacible y espiritualista y el otro, la de Calibán, impulsivo y materialista por lo que debían dar una mirada al cielo, a Dios, para no caer en ideales adversos…Bueno amigo, deseo que aproveche esta pequeña, gran obra, para ir labrando poco a poco nuestro carácter y convicciones cristianas. Tu amigo, Cesáreo Espinal V”.
En 1611, la obra de teatro “La Tempestad” de William Shakespeare fue puesta en escena por primera vez en el Palacio de Whitechall de Londres y muchas interpretaciones se han hecho de su drama por connotados autores. Ha inspirado novelas, cuentos, músicas, poemas y se le ha llamado los “Romances tardíos” de Shakespeare. Considero que esta famosa obra de teatro debe analizarse no desde el comienzo de la trama sino reflexionando sobre el mensaje de su final cuando Próspero, le pide perdón a Dios, al público y a su persona por las ideas funestas que había tenido. Próspero era el duque legítimo de Milán y fue expulsado de sus posiciones por su hermano, quien en el viaje de exilio, una tormenta lo hace naufragar en una isla con su hija Miranda. Vive pensando en venganzas y odios y le pide a Ariel, espíritu mágico, que provoque otra tormenta para hacerle daño a su hermano Antonio quien viajaba cerca de la isla. Para Rodó, Ariel es el arte y la belleza, es el sentimiento iberoamericano; Calibán, el otro personaje de la obra, es simbolizado por autores como Ernest Renán y Rodó como representación de la clase social oprimida y contra el expansionismo norteamericano. Algunos autores sostienen que Próspero representa a un colonizador que somete a su antojo a Ariel y a Calibán.
El final de esta obra de Shakespeare, Próspero pide perdón por su proceder y su intención de venganza. Recupera el ducado y su hija se casa con Ferdinando, hijo del Rey de Nápoles y el dramatismo de la obra termina en reconciliación y perdón para dejarnos una profunda reflexión, en la que Calibán, simboliza al socialista-marxista-tiránico y Próspero, el capitalista-imperialista-salvaje, quienes abandonan sus posiciones extremas y asimilan la magia romántica de Ariel, de lo hermoso de la conciliación para la paz en pro del ideal social y poder vivir sin odios, venganzas y rencores en una sociedad justa. Es la calma que se requiere en esta Tempestad en el Siglo XXI.
Cesáreo José Espinal Vásquez
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