El cambio que quiere la inmensa mayoría de los venezolanos es un cambio en paz y por la paz, y ese es el mandato que hoy saldrá de las urnas
Este domingo 16 de julio quedará para el futuro como un día histórico porque, más allá de los particulares resultados de la jornada, será la fecha que se recuerde como, a pesar de tener al régimen y a otros actores menores (menores en poder de fuego, pero no en irresponsabilidad) azuzándolo para tomar los amargos atajos de la violencia, el pueblo venezolano prefirió siempre votar, aún si para ello tuvo que pasar por encima de un «poder electoral» convertido en contumaz saboteador de elecciones.
Porque eso es lo que está ocurriendo hoy: el país inmenso, ese país que no suele participar ni en los mítines oficialistas de la avenida Bolívar ni en las marchas opositoras que nunca llegan a su destino; ese país gigantesco que rechaza a Maduro aunque aún no se sienta expresado cabalmente en una propuesta opositora todavía difusa; ese multitudinario país que quiere cambio con estabilidad, cambio con paz, cambio con reconstrucción, que no quiere cambiar una histeria por otra o un sectarismo rojo por otro de ningún otro color, ese país mayoritario saldrá hoy a votar.
Sí: a votar. No a «defender la revolución». Tampoco a «incrementar la escalada». Venezuela saldrá masivamente a votar para decirle a toda la clase política cuál es el camino que la mayoría quiere y apoya: no el del chantaje madurista, para quien la paz es sinónimo de sumisión; tampoco el de los supuestos radicales opositores, para quienes la paz es casi una mala palabra porque presuntamente busca «enfriar la calle».
La inmensa mayoría nacional, el país descontento (que es muchísimo más grande que el país sumiso y hasta más grande que el país que protesta) quiere cambio, si, pero no un cambio «como sea», para utilizar las desafortunadas palabras del déspota: el cambio que quiere la inmensa mayoría de los venezolanos es un cambio en paz y por la paz, y ese es el mandato que hoy saldrá de las urnas. Tal afirmación es legítima no solo porque la respuesta afirmativa a las tres preguntas de la Consulta Nacional reiteran la búsqueda del cambio en paz a través de la no violencia activa, sino por el más elocuente discurso, el discurso de los hechos: si la inmensa cantidad de gente que hoy se movilizará a votar estuviera de acuerdo con un cambio violento hubiera acudido antes, con la misma masiva asertividad, a cualquiera de las convocatorias que se realizaron bajo el signo de la confrontación. Pero no fue así porque la mayoría quiere un cambio construido con los votos del pueblo, no con la sangre del pueblo. La movilización de hoy será la mejor prueba de ello.
Por todo ello, serán vanos los esfuerzos patéticos de Maduro, que intentará ignorar, negar y quizá hasta ridiculizar el éxito de la jornada, como vanos serán también los intentos de otros que pretenderán utilizar los resultados del 16J como supuesto argumento para agudizar la confrontación e «incrementar la escalada». Unos y otros estarán haciendo una lectura parcial, sesgada, interesada, del 16J. Y, por ello, insuficiente e incorrecta.
La verdad verdadera es que ese inmenso país que jamás salió a apoyar al régimen pero que tampoco salió jamás a «guarimbear», hoy saldrá a votar porque precisamente eso es lo que quiere: no un «sangrero», sino un cambio pacífico, no un «quien sabe» sino un rumbo seguro, no un «desenlace» sino una transición.
Y para eso hace falta un liderazgo de verdad, con talla de estadista. Un liderazgo que no se equivoque hoy al interpretar el 16J como ya antes se equivocó al valorar el 6D. Un liderazgo, en fin, que en vez de tener la impaciencia para tratar de «provocar el desenlace», tenga la calidad necesaria para construir la transición.
Ese es el voto que el país ha dado y dará, en las urnas y en la calle. ¡Pa’lante!