Es cierto, hay mucha máquina y mucha tecnología involucradas, y eso puede generar suspicacias, pero eso no significa que el gobierno nos vaya a tener “pillados” si decidimos poner nuestras preferencias electorales en el bando opositor
De la elección del 7-O hoy nos separan sólo 42 días, y son varios los demonios que andan sueltos por ahí, buscando que los ciudadanos dejemos de comportarnos como tales o peor, que nos inmovilicemos, que dejemos de hacer lo que debemos hacer y que así sean otros los que decidan nuestro destino.
De los múltiples demonios que han sido liberados por el oficialismo, ya que es el primer interesado en fomentar la abstención electoral, los más recurrentes son el de la posibilidad de un fraude electoral y el de la supuesta vulnerabilidad del secreto del voto. Deliberadamente, no me he enganchado ni he servido de trampolín a los diferentes rumores, que en el mejor estilo del G2 cubano, corren de acá para allá y que la misma oposición, hasta cierto punto en esto muy ingenua, deja colar y difunde a través del “boca a boca”, de la red 2.0 y de cadenas de correos del tipo “reenvíalo borrando al remitente” o del otro, también ominoso –y por ende, mucho más sospechoso- “me llega de una muy buena fuente que no puedo divulgar”.
Por eso quiero en esta entrega, a tan poco ya de la próxima contienda electoral, brindarle a los venezolanos, sobre la base de algunas indagaciones personales que he realizado, cierta tranquilidad, con la mira puesta en la necesidad indiscutible de que todos los que tenemos esa obligación, sin distinciones, vayamos a votar cuando nos toque, pues sólo así podremos darle a este navío que es nuestra nación el golpe, pero de timón, que necesita para por fin enrumbarse al buen puerto que nos merecemos todos después de casi catorce años de traspiés, de abusos y de tropezones.
“Informaciones”…
¿a quién ayudan?
De Ferrajoli aprendí que ante cualquier situación que haya que analizar, las primeras preguntas que debemos hacernos son a la vez las más importantes, pero también las más sencillas. Normalmente estar preguntas son las que comienzan con “qué”, “quién”, “dónde”, “cómo” y “para qué” y “por qué”. Cuando uno recibe “informaciones” (así, entre comillas) como las que antes apuntaba, una de las primeras reglas a las que debemos someternos nosotros mismos es la de la duda ¿De dónde nos llega? ¿Para qué nos llega? ¿Quién quiere o a quién le conviene más que nos paralicemos como ciudadanos? ¿Cómo quieren que reaccionemos o que dejemos de reaccionar? Y lo que es más importante, ¿por qué siempre encontramos que en las dichas informaciones y rumores se hace un “diagnóstico” de una supuesta, llamémosla así, “enfermedad” electoral, pero jamás se nos plantea –más allá de algún deliberadamente deslegitimador llamado de atención a la MUD- cuál es la solución, el “tratamiento” pues, al problema?
Siempre que recibo informaciones sobre la “certeza” de un eventual fraude electoral, o sobre la “demostración fehaciente” de que el voto “no es secreto”, me encuentro con las mismas variables: Las fuentes de la especie son difusas e inaprehensibles, y los datos que se aportan constituyen una radiografía de una situación potencialmente dañosa, supuestamente fidedigna, pero que no me señala qué debemos hacer para contrarrestar los males que pretendidamente evidencia. Además, casi siempre, encuentro algún comentario dirigido a cuestionar los esfuerzos de los partidos o de la MUD, que igualmente, no trae consigo aporte alguno, sino simple cuestionamiento.
Hay “quiquirigüiki” si no hay testigos
He consultado con varios expertos sobre el tema electoral y todos coinciden en lo siguiente: En primer término, no hay manera alguna de vincular el voto a quien lo emite, o lo que es lo mismo, no es posible que otra persona que no seamos nosotros mismos sepa por quién votamos. Es cierto, hay mucha máquina y mucha tecnología involucradas, y eso puede generar suspicacias, pero eso no significa que el gobierno nos vaya a tener “pillados” si decidimos poner nuestras preferencias electorales en el bando opositor.
Por otro lado, con respecto al fraude, es decir, en relación a que los números que den realmente los votos el 7-O digan una cosa y los del CNE nos diga otra, quienes saben de estos temas me dicen que eso tampoco es posible; sin embargo, acá sí hay un detalle: La única manera de que nos jueguen “quiquirigüiki” es que no tengamos en todas y cada una de las mesas con los testigos que necesitamos para evitar que los multicedulados, que los hay, o los propios testigos del oficialismo, que también puede pasar, voten por quienes no se atrevan a hacerlo o suplantando la identidad de quienes no concurran a la fiesta electoral. Sólo así lo que digan las actas, en este caso sí adulteradas, es lo que será transmitido al CNE, alterando los resultados y falseando la voluntad popular. En este sentido la guerra está avisada: Tenemos que tener testigos capaces en todas las mesas, sin discusiones.
Votos matan ventajismos
Por supuesto, hay otros temas, como el de la “caja negra” en la que se ha convertido el Registro Electoral y el terrible ventajismo y abuso con los recursos públicos que se observa en la campaña oficialista, pero esos son males contra lo que no nos queda más, por el momento, que registrarlos debidamente para que cuando vuelva a nuestro país la justicia se haga valer contra los responsables de tales felonías todo el peso de la ley. Nada de eso, sin embargo, impidió que se lograsen las importantes conquistas electorales que tuvo la oposición en los últimos comicios, y sólo nos bastó en aquellos momentos ponernos los pantalones bien puestos para garantizar que la voluntad popular, la de verdad, se impusiera.
Ya sabemos lo que tenemos que hacer
Una vieja frase de Confucio nos viene ahora como anillo al dedo: “Si ya sabes lo que tienes que hacer, y no lo haces, estás peor que antes”; y en esas estamos amigos. Ya sabemos lo que tenemos que hacer, esto es, salir a votar, y además tenemos que defender después nuestros votos. Lo demás es anécdota. Si no votamos porque validamos cualquier hipótesis sobre fraudes o vulnerabilidad del secreto del voto que se nos cruce, estamos peor que ahora y estaremos mucho peor que antes. Debemos dejar de pensar en otra cosa que no sea lograr el triunfo de la democracia el 7-O, sin ingenuidades, pero tampoco pensando que cada historia o información “fidedigna” que nos llega “de fuentes que no se pueden revelar” es cierta. Quizás esa fuente que “no se revela” está precisamente donde menos, o donde más, lo imaginamos: En el bando de los que ya se saben perdedores. Si es así, ¿para qué hacerle caso?
Cuentos de “gallo pelón”
La cosa, queridos lectores, es que no hay que buscarle las cinco patas al gato. El gobierno va a seguir haciendo lo que hace, es decir, abusando y trampeando, mientras que a la oposición no le queda más que seguir adelante con esta estrategia que se ha desarrollado hasta ahora. Estrategia, que dicho sea de paso, ha puesto a Chávez entre la espada y la pared, y las encuestas y sus desesperos lo demuestran. El resto, o mejor dicho, echar el resto, no le queda a los políticos, a los partidos ni a la MUD; nos queda a nosotros, a los electores. Todos los actores políticos “visibles” pueden tener la mejor disposición, recursos y ganas, pero si nosotros, si usted y yo, no salimos a votar porque nos creemos los cuentos de “gallo pelón” que nos suelta el gobierno, no podremos lograr los cambios que urgen en nuestra nación
Gonzalo Himiob Santomé
gonzalo.himiobs@gmail.com
Twitter: @HimiobSantome