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La mortandad indiscriminada no tiene razón alguna para detenerse, ya que con un 92% de impunidad, los asesinos saben que tendrían que tener muchísima mala suerte para ser detenidos y castigados… pero… ¡Yo vivo una Patria Nueva!
Desde hace décadas, el tráfico en Caracas ha sido un calvario para sus habitantes. Pero… ¡Yo vivo una Patria Nueva!: Ahora, todos los días, a cualquier hora, el normal tránsito es interrumpido por inmensos congestionamientos que -esta es la novedad- no son causados solamente por el flujo vehicular en una ciudad en que no se construye una sola vía importante desde hace más de 40 años, o por vehículos accidentados, cada vez más frecuentes en un país donde el parque automotor envejece por las pésimas políticas oficiales en materia automotriz y donde cada vez es más difícil conseguir repuestos o dinero para pagar sus altos precios. Estas trancas de ahora (hasta dos o tres en un mismo día) están originadas en la exacerbada conflictividad social: Transportistas que protestan la muerte de uno de los suyos a manos del hampa cierran cada dos por tres la autopista Gran Mariscal de Ayacucho; Motorizados que por causas similares trancan la autopista Francisco Fajardo; presuntos beneficiarios de la Gran Misión Vivienda que bloquean a cada rato la Av. Francisco de Miranda frente a la sede del Instituto Nacional de la Vivienda, agravan (si eso es posible aun) el drama de la movilidad en Caracas, ya casi imposible porque las vías sencillamente se están cayendo, como bien lo ejemplifican el mega-cráter en Catia , o el derrumbe en cámara lenta a la altura de Plaza Venezuela, sin mencionar los innumerables huecos y fallas de borde que transforman en deporte extremo el transitar por las calles de los barrios populares.
Sangrienta banalidad cotidiana
Todos los días, a cualquier hora, se siguen produciendo víctimas de la interminable cosecha de sangre que la violencia recolecta ya no solamente los fines de semana. Siguen los atracos, siguen los robos, siguen los secuestros, “express” y de los otros. Todo eso sigue porque simplemente la mortandad indiscriminada no tiene razón alguna para detenerse, ya que con un 92% de impunidad, los asesinos saben que tendrían que tener muchísima mala suerte para ser detenidos y castigados. Tendrían que equivocarse terriblemente al escoger a su víctima, y agredir “por error” a un alto funcionario o a un militar de alto rango, para que se active el mecanismo (ya no de justicia sino de venganza) que pudiera hacerle pagar algún precio. De resto, hasta los propios jefes policiales venezolanos son víctimas frecuentes del hampa criminal, sin que por ello pase nada, salvo el dolorido lamento de sus familiares y colegas. Pero… ¡Yo vivo una Patria Nueva!
A esta salvajada que describimos se agregan ahora los muertos de la futilidad violenta, de la sangrienta banalidad cotidiana. Acostumbrada ya nuestra sociedad a la violencia criminal como parte del paisaje urbano normal, y sabedores los asesinos de que ningún castigo perseguirá sus fechorías, ahora el crimen violento acompaña incluso las más elementales anécdotas del devenir urbano: Un tropezón en la vía pública termina con 27 tiros en el cuerpo de un ser humano, “porque no quiso disculparse”; la disputa entre trabajadores informales por un puesto de venta termina en terrible refriega con saldo de dos muertos; en las cercanías del Terminal de Oriente una mujer es asesinada a golpes (¿cuántos golpes, durante cuánto tiempo, debió darle el asesino a su víctima hasta quitarle la vida?) sin que nadie dijera nada, sin que nadie hiciera nada por impedir el horror…
Patria de pranes, corruptos y Rosita
Definitivamente, vivimos una Patria Nueva. Una patria ajena. La patria de los pranes, la patria insolidaria, la del todos contra todos, la del sálvese quien pueda. La patria en la que ya muchos ciudadanos, menester es reconocerlo, ya no rechazan airados al corrupto sino que tratan de convertirse en parte de su entorno. La patria en que los incapaces ocupan los cargos que debía tener la gente eficiente. La patria en que gente honesta languidece en las cárceles, mientras Rosita desplaza a Aponte Aponte como nueva imagen de la Justicia.
¡Lucho por una Patria Buena!
Sí, yo vivo una Patria Nueva. Pero lucho por una Patria que además de “nueva” sea buena, con justicia social de verdad, con economía próspera y productiva, con democracia decente y funcional. Una Patria que quizá no sea “una potencia”, pero que le brinde una elevada calidad de vida a sus habitantes. Una Patria, en fin, en que los muchachos de clase media no se vayan al exterior para poder vivir sin miedo, y en la que los muchachos de los barrios no se queden para morir en los callejones y escaleras.
Por todo eso, yo y muchos como yo seguiremos luchando por mantener el ritmo ascendente de la esperanza democrática. Yo y muchos como yo seguiremos acompañando (respaldando y exigiendo) al nuevo liderazgo democrático. Yo y muchos como yo votaremos el 16 de diciembre, por nuestros candidatos y contra el abuso.
Y haremos todo eso porque… ¡Yo lucho por una Patria Buena!
Caudillos en vez
de servidores
Hace ya demasiado tiempo que no se ve un gobernante que, como Isaías Medina Angarita, recorra la ciudad sin escolta y en mangas de camisa, conversando con los vecinos y recibiendo sus saludos. Venezuela es un país petrolero, un país donde el Estado maneja una poderosa palanca financiera, y los políticos (todos, los de izquierda y los de derecha, los de antes y los de ahora) se han acostumbrado a verse a sí mismos no como servidores del público sino como jefes, caudillos, comandantes, sujetos que no están con la gente sino por encima de ella. Por eso desde hace mucho vemos a los burócratas rodeados de medidas de seguridad y privilegios. Pero… ¡Yo vivo una Patria Nueva! Ahora los privilegios y las medidas de seguridad extremas protegen no solo a los “chivos pesados”, sino también a los medianos e incluso a los “chivitos”. Tales privilegios se extienden igualmente a sus familiares, socios, testaferros, amantes y un largo etcétera. Los escoltas no solo protegen a quien cuidan. Además agreden a todos los demás. Armados ostentosamente y vestidos de civil, sin ningún distintivo que los identifique y permita establecer sus responsabilidades, tripulan salvajemente motocicletas de alta cilindrada, siempre sin placas, constituyéndose en la más salvaje plaga vehicular en esta ciudad en la que tales plagas abundan…
RADAR DE LOS BARRIOS
Jesús Chuo Torrealba
Twitter: @radaremergencia