El Papa argentino Francisco preside este Viernes Santo su Via Crucis, que se celebra en el Coliseo romano, como líder de la Iglesia católica, a la que quiere despojar de sus oropeles y acercarla a los más necesitados.
La ceremonia se realizó en la basílica de San Pedro con la liturgia de la pasión del Señor, que recuerda las últimas horas de la vida de Jesús.
El rito empezó con la postración del Papa en silencio frente al altar y procederá con la adoración de la cruz.
Via Crucis
El Vía Crucis, un recorrido de las 14 estaciones del Vía Crucis con las últimas horas de Cristo, que coronará las actividades de este Viernes Santo, en el Coliseo romano, del primer papa latinoamericano.
Este quizá sea uno de los pocos actos de la Semana Santa de este año que lleva la impronta de su predecesor, Benedicto XVI, que había encargado las meditaciones al patriarca de la Iglesia maronita libanesa Bechara Rai y éste encomendó a dos jóvenes su redacción.
Se trata de una forma de destacar el drama que vive Oriente Medio, con la guerra de Siria, pero también la difícil coexistencia entre musulmanes y cristianos, el auge del islam y la huida de muchos cristianos de la región ante la persecución que sufren, en particular en Egipto.
El mensaje de estas meditaciones encargadas por el ahora Papa emérito podrían centrarse en la defensa de la vida, amenazada por guerras, intolerancia, opresión, y también, según la Iglesia, por las leyes (aborto, eutanasia) que no defienden lo suficiente los derechos de los más pobres.
Conceptos que Francisco, que alza constantemente su voz a favor de la «protección», asume plenamente.
Lombardi reconoció que el nuevo Papa argentino ha acortado y simplificado algunas de estas ceremonias litúrgicas.
Cercanía con los más necesitados
Francisco, el primer jesuita que llega al sillón de Pedro, ha dejado claro en poco más de dos semanas de pontificado que quiere un cambio para esta milenaria institución cuya imagen se ha visto empañada en los últimos años por las luchas intestinas de poder, los sacerdotes pederastas o la turbia actividad económica del banco del Vaticano.
Aunque los analistas predicen que no lo tendrá fácil por las resistencias de los que prefieren mantener el status quo en la Iglesia.
Quizá, el mensaje más contundente lo dio el Papa el Jueves Santo, cuando se desplazó a una cárcel de menores de Roma, «Casal del Marmo», donde ofició una misa ante medio centenar de jóvenes y lavó los pies a 12 de ellos en una ceremonia que conmemora la última de cena de Jesús con los doce apóstoles.
Arrodillado en el frío suelo sobre un simple paño blanco, Francisco lavó, secó y besó los pies de diez chicos y dos chicas, dos de ellos, de confesión musulmana, sacando esta simbólica ceremonia de su marco habitual, la suntuosa basílica de San Juan de Letrán.
«Quien está en lo más alto debe servir a los otros», «ayudar a los demás», les dijo el Papa argentino, trayendo al corazón de la Iglesia de Roma una costumbre que como arzobispo y cardenal Jorge Mario Bergoglio solía llevar a cabo en Buenos Aires.
Poco antes, en la misa crismal, ante 1.600 religiosos pidió que vistan una «humilde casulla» y se conviertan en «pastores con olor a oveja», en «pescadores de hombres» y sirvan a los «pobres», a los «cautivos» y a los «oprimidos».
El sábado, el Papa seguirá con el maratón de actos con la Vigilia Pascual, que celebra en la noche de Pascua la resurrección de Jesús. El Papa bautizará a cuatro adultos convertidos al catolicismo: un albano, un italiano, un ruso y un estadounidense de origen vietnamita.
El domingo celebrará en la Plaza de San Pedro la misa de Pascua ante decenas de miles de peregrinos y pronunciará la tradicional bendición «Urbi et Orbi» («a la ciudad y al mundo»).
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