Maduro está tratando de que lo identifiquen con la idea de «gobierno de calle». Y a pesar de las continuas cadenas al respecto, no lo está logrando mucho que digamos. Y es que la cosa se parece al fenecido «parlamentarismo de calle»,también de cuando Maduro presidía la Asamblea, y bien se sabe que aquello fue una pachotada de efímera existencia.
La calle venezolana, por el contrario, cada vez está más incordiada con el gobierno de Maduro. Y las encuestas vienen constatando el clima de creciente angustia y negatividad que envuelve al conjunto de los venezolanos. Y no es para menos en un país donde la escasez de comida y medicina alcanza límites de guerra, y donde cuesta conseguir hasta el papel toalé.
La colosal crisis legada por Chávez se está sintiendo en toda su intensidad, primero porque sus herederos no tienen su capacidad persuasiva para acomodar o distorsionar la realidad, y segundo porque andan tan ocupados en sus querellas y en sus depredaciones, que cunde la sensación de deriva hacia ninguna parte.
Hasta el camarada Marco Aurelio García, embajador de facto del chavismo en la corte brasileña de Lula y Dilma, declara que las elecciones del 14-A le «prendieron una luz naranja» al régimen venezolano… y desde entonces para acá esa misma luz se ha ido oscureciendo.
Las razones son innumerables, pero bastaría señalar algunas cuantas: la economía trancada porque no hay dólares, el Estado paralizado porque no hay dirección, la sociedad agobiada porque no hay nada de seguridad, y por si todo ello fuera poco, Maduro dando palos de piñata y decepcionando en todos los rincones del fragmentado oficialismo.
Difícil que las perspectivas le sean más ominosas, y la pretensión de que los opositores o descontentos son un puñado de fanáticos, no hace sino empinar la cuesta o ahondar el barranco, como se prefiera. Y no sólo de su precario gobierno sino de toda Venezuela.
¿Gobierno de calle? Sí, pero de calle ciega…
Fernando Luis Egaña