Mientras que para algunas ser mamás es algo tan natural como la llegada de la primera menstruación, para otras dar este paso implica realizar una serie de cambios que alborotan muchos temores. No obstante, cuando se pasan los treinta y hasta se pisan los cuarenta, las aprensiones pueden desaparecer porque las oportunidades son menos así que no hay tiempo porque se está frente al dilema hamletiano de ser o no, pero se le agrega, la palabra madre.
Entonces, ya independientes en el plano económico como en muchas facetas de la vida, se concibe un hijo porque se desea. Con la maternidad no se busca consolidar una unión o evitar la ruptura de una relación sentimental que anuncia un próximo final, más bien se busca hacer tangible ese amor en una persona que tiene algo de los dos, o realizarse en una etapa de la vida que, por algunas razones, se ha postergado.
Asimismo, cuando la concepción llega después de los treinta y tantos años, y hasta los cuarenta, ya se ha asumido que ser madre implica aprender y adaptarse a una nueva vida, con una forma diferente de mirar el mundo y se entiende que la maternidad es una responsabilidad de por vida.
1. Temores que
impiden ser madres
En la actualidad, antes de consentir ser mamás, las mujeres pensamos en realizarnos en el plano académico y profesional, además de ser, por supuesto, reconocidas por nuestro desempeño laboral, porque, antes de seguir el instinto básico y procrear, deseamos asegurar tanto el sustento propio como el de esa personita que traeremos a la vida.
Por ende, detrás de la realización material, se esconden una serie de temores como la necesidad de estar totalmente sólidas para procrear sin preocuparnos; y de ese modo evitarnos angustias sobre sí o no cubriremos las necesidades de nuestro futuro hijo.
De igual manera, nos asusta que estemos tan ocupadas por las múltiples actividades que nos muevan a conseguir dinero que no podamos prestarle la suficiente atención al niño, puesto que al no producir lo acostumbrado no cubriremos nuestras acostumbradas expectativas.
A lo anterior se suma el temor de que nuestro cónyuge no sea el padre ideal para nuestro hijo, lo cual hasta pierde importancia cuando estamos consolidadas tanto en el ámbito profesional como en el económico también.
En el momento actual, muchas féminas no necesitan al compañero sentimental para mantenerse sino apoyo moral, para recibir y dar amor. Poco a poco, por los cambios que se han dado en la sociedad, el hombre ha sido desplazado en su rol primigenio de proveedor del hogar para convertirse en el complemento afectivo de la mujer.
Finalmente, como durante mucho tiempo nos hemos acostumbrado a tener todo bajo control, nos preocupa que no tengamos la paciencia como también la suficiente energía para educar al niño tal como creemos que es mejor hacerlo para su óptimo desarrollo intelectual, psicológico y físico.
2. Ahora o no ser mamás
A pesar de que es positivo crecer y realizarse en muchos aspectos, se corre el riesgo de que el tiempo vaya pasando, de los veinte a los treinta años hasta sondear los cuarenta, con todas estas mortificaciones asaltando nuestra mente y evitando que de una vez por todas tomemos la bendita decisión de parar los anticonceptivos para salir embarazadas. Al menos que pase algo milagroso que nos haga reflexionar para que los métodos de la anticoncepción se vayan de casa por una temporada y por fin pongamos en manos de Dios aquello tan apreciado como la dulce espera.
En la lista de lo que nos haga considerar ser mamás puede estar un familiar que no haya tenido hijos y que no se sienta del todo realizado aun habiendo obtenido éxitos en el trabajo u de otro tipo. Entonces, al vernos en ese espejo, de repente, se toma la decisión de concebir sin pensarlo demasiado, porque, simplemente, se escucha el grito de ser madres cuando vemos que el tiempo pasa factura e indica que es ahora o nunca, pues, entendemos que las posibilidades biológicas disminuyen con el paso de los años.
Igualmente, el llamado inconfundible de la maternidad se hace presente cuando el deseo de tener un hijo que nos acompañe en la vejez se convierte en una necesidad más que un anhelo. Además, una vez que se emprenda esa fascinante aventura, con mucha seguridad, se puede descubrir que ya se está lista para enfrentar aquellas situaciones antes tan temidas que nos desanimaban a asumir la maternidad.
3. Riesgos que
pierden importancia
Según estudios científicos, las madres primerizas de treinta y tantos o de más edad, tienen una mayor dificultad para lograr un embarazo y llevarlo a buen término. No obstante, la ciencia de la fertilidad ha avanzado tanto que las posibilidades aumentan hasta un ciento por ciento debido a múltiples tratamientos.
A lo anterior se suma que, como las mujeres maduritas tienen más responsabilidades laborales, las molestias del embarazo les puede afectar mucho más psicológicamente cuando el estado de gravidez cambia el esquema de vida que han seguido por tantos años.
A pesar de los riesgos que se puedan presentar, la maternidad despierta una ilusión que nos lleva a afrontar cualquier dificultad. Cuando nazca el bebé y lo tengamos en brazos, sentiremos que valió la pena. Una vez que ese cuerpecito lleno de vida esté cerca de nosotras la existencia toma un rumbo diferente. De ahí que ser mamás nos impulse a luchar mucho más por nuestras metas para asegurar el bienestar de ese bebé con la serenidad que nos da la madurez después de las treinta en adelante.
¿Estás aún en el dilema?
Toda mujer que no ha sido madre, cuando pasa los treinta, y pisa los cuarenta, se pregunta sí o no quiere ser madre. La decisión no puede esperar. Si la respuesta es sí, la consulta con un experto en fertilidad es la opción.
Asimismo, cuando después de los treinta y dele, decides ser mamá las posibilidades son varias, y hasta muchas, dependiendo de los casos, así que si piensas que ya no puedes, te diré que puedes transformar tu anhelo de concebir en una realidad
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas