Hablar de los afectos, por su parte, implica hacer visibles nuestras emociones en situaciones que nos producen dolor o alegría. Esta posibilidad de reconocer el sentimiento propio y ajeno es más bien una evidencia de fortaleza, y ha abierto brechas en la designación de las mujeres como el “sexo débil”, gracias a un reconocimiento del papel de las mujeres como soportes afectivos de la familia y la comunidad
“El Estado garantizará la igualdad y equidad de hombres y mujeres en el ejercicio del derecho al trabajo. El Estado reconocerá el trabajo del hogar como actividad económica que crea valor agregado y produce riqueza y bienestar social.”
Art. 88 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
En el siglo XX las mujeres cruzan las puertas de la casa, su oficio ya no es el “del hogar”. La vida en la ciudad, la disponibilidad de aparatos tecnológicos diversos (TV, teléfonos, electrodomésticos y demás), la diversificación de los placeres y los contactos, amplían las posibilidades de comunicación y las condiciones de vida, pero todo esto exige ingresos económicos para disfrutarlos.
En ese panorama, las mujeres requieren trabajar fuera de casa para obtener sustento, para satisfacer sus propias necesidades y las de su familia. Esto ha incrementado las cargas, porque a las labores del hogar se ha sumado el trabajo remunerado. Las mujeres son heroínas del día a día. Ellas pueden con todo; se ocupan de la casa, de la familia, del trabajo, muchas veces sin dejar de lado la colaboración con su comunidad.
Al paso del tiempo las mujeres han conquistado nuevas posibilidades; pero no siempre basadas en relaciones más equitativas con los hombres. Aún queda mucho por hacer para construir un mundo donde unas y otros dispongan de igualdad de oportunidades y responsabilidades.
El cuerpo es un espacio privilegiado para las relaciones de las mujeres con el mundo, con otras personas y consigo mismas, el mundo de las sensaciones es significativo para las mujeres. El cuidado del cuerpo y la expresión del sentimiento son dos aspectos que suelen etiquetarse principalmente femeninos. Estas consideraciones pueden estar cargadas de prejuicios, que encasillan el cuidado del cuerpo en el “culto a la belleza” o catalogan la expresión de los sentimientos como “vulnerabilidad femenina”. Pero tomar en cuenta el cuerpo no es, necesariamente, una preocupación por la belleza; dar cabida a los afectos tampoco tiene porqué ser síntoma de debilidad.
Escuchar el cuerpo es también poner cuidado en la alimentación, el ejercicio, el disfrute y la salud. La atención al cuerpo por parte de las mujeres ha tenido lugar para ganar el aprecio y el reconocimiento ajeno; pero también ha posibilitado relaciones de integración con otras personas y con el ambiente en el que se desenvuelven.
Hablar de los afectos, por su parte, implica hacer visibles nuestras emociones en situaciones que nos producen dolor o alegría. Esta posibilidad de reconocer el sentimiento propio y ajeno es más bien una evidencia de fortaleza, y ha abierto brechas en la designación de las mujeres como el “sexo débil”, gracias a un reconocimiento del papel de las mujeres como soportes afectivos de la familia y la comunidad. Son ellas quienes suelen hacer de tripas corazón y dar ánimos a sus personas más cercanas en situaciones difíciles, quienes procuran brindar apoyo y compañía en las buenas y en las malas. Así vemos como las madres, hermanas e hijas muchas veces son las que acuden a denunciar las violaciones a los derechos humanos de sus seres queridos (hijos, esposos, padres) y emprenden esa dura lucha para que se haga justicia y se sancionen a los responsables.
Mujeres y legislación
En Venezuela las mujeres cuentan con instrumentos legales (Constitución de la Republica Bolivariana de Venezuela, Ley Orgánica sobre el derecho a las mujeres a una vida Libre de Violencia, Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras, Código Civil de Venezuela) que protegen muchos de sus derechos, entre ellos los relacionados con la equidad ante el trabajo y la administración de los bienes del hogar. En el trabajo, la ley ofrece a la mujer igualdad en la obtención de puestos de trabajo y remuneración; igualmente procura la protección integral de la familia, no solo para las mujeres embarazadas, durante y después del parto, sino también para las que adoptan niñas o niños menores de tres años.
En la casa, la ley reconoce que hombres y mujeres tienen el mismo derecho de establecer el domicilio, de administrar los bienes del hogar y de velar por el bienestar de las hijas e hijos. Todo esto es así desde un punto de vista legal; pero el ejercicio de estos derechos aún no es pleno.
Aún queda mucho por hacer
Las situaciones inequitativas no están del todo superadas, y no solo para las mujeres. Todavía existe supremacía masculina en los cargos de mayor remuneración y en los puestos cuya labor es la conducción de los destinos colectivos. Eso, tanto en instituciones públicas como privadas. De igual forma, en muchos hogares son las mujeres las que bregan y los hombres los que mandan.
La lucha por la equidad ha generado gran cantidad de iniciativas sociales que proponen la discriminación positiva para emparejar las condiciones de vida de muchas personas, entre ellas las mujeres. Sin desconocer la necesidad coyuntural de esas iniciativas, una Venezuela del mundo al revés, donde las mujeres subordinen a los hombres y, más allá, donde quienes hoy reciben privilegios pasen a padecer carencias en carne propia, no ofrecería mejores condiciones de vida y, sobre todo, de convivencia.
Sopesar las cargas y las oportunidades dentro y fuera de casa podría ofrecer para las mujeres posibilidades de acción distintas de las que ha dictado la costumbre. Repartirse con los hombres (parejas, hermanos, tíos, amigos, entre otros) el rol de conducción doméstica podría ser una forma de ganar terrenos para la equidad. Se trata de tener la oportunidad de ser mujeres de carne y hueso, más que súper-mujeres a tiempo completo. Los destinos familiares son mutuos, las responsabilidades también. Manejar la casa a puertas abiertas de cara a la familia significa incluso soltar la batuta en el compás de la crianza de hijas e hijos, probablemente no para abandonarla, pero sí para compartirla. Alcanzar intercambios más equitativos entre ellos y nosotras requiere de luchas y también de renuncias.
Derechos de ellas
El cuidado del cuerpo y la expresión del sentimiento son dos aspectos que aún suelen considerarse principalmente femeninos. Ambos pueden ser espacios de reconocimiento de los derechos de las mujeres
Estrella Camejo La voz de los Derechos Humanos / Red de Apoyo por la Justicia y la Paz