Cada día, este hombre viaja más de 30 kilómetros desde su hogar en Charallave hacia Chacao. Recorre aceras de la avenida Francisco de Miranda para rescatar a alcohólicos o adictos a las drogas que vagan por la vía
La línea blanca echó a la calle a Heliodoro Abreu durante ocho años. No hay que confundirse. No fue por deudas de cocina, lavadora o nevera, sino por la adicción a la cocaína. Hoy, ya recuperado, es un educador de calle que rescata a personas en situación de indigencia en el Programa Techo, de la Dirección de Bienestar Social de la Alcaldía de Chacao.
Cada día, Abreu viaja más de 30 kilómetros desde su hogar en Charallave hacia Chacao. Recorre aceras de la avenida Francisco de Miranda para rescatar a alcohólicos o adictos a las drogas que vagan por la vía. Se acerca sin el temor de los caminantes y crea un vínculo con la persona en situación de indigencia. Le habla y la convence de tener una vida mejor. Y juntos caminan hasta entrar en el Centro Techo, ubicado en una vía lateral al lujoso Centro Comercial Sambil. Es irónico que esta angosta calle separe dos realidades tan distintas.
Con la caína
Heliodoro pertenecía a una familia de clase media de Bello Campo, de padre comerciante y madre costurera. “No me puedo quejar de mis padres. Me lo dieron todo”, rememora. A los 14 años jugó en la selección nacional juvenil de voleibol, como rematador. Contó como entrenadores a los legendarios Luis Macero y Vicente Pastor, la séptima tabla del mundo. En los años ’80 fue cautivado por el furor de las minitecas. Preferir la rumba y el cigarro, antes que el entrenamiento, le quitaron la forma, y abandonó el deporte.
Sin brújula
De ser un joven tímido, que ni bebía ni ligaba con chicas, empezó a sentirse “el más arrecho del mundo” con el consumo de cocaína. Lo que era una adicción de fin de semana, asociado a rumbas de miniteca, se volvió necesidad diaria. Se alegraba cuando veía al jíbaro que le daba la mercancía. De repente vendió la miniteca para procurarse la droga. Luego sustraía cosas de su hogar con el mismo fin. “Estudiaba bachillerato en el Fernando Peñalver de Campo Alegre. Sonaba en fiestas y en campañas electorales. Comencé a drogarme por mis amigos que eran mayores que yo y consumían. Mis padres notaron cambios en mí, cuando comencé a llegar tarde. A los 17 años me rebelé contra mi familia. Peleaba con mis hermanos. Mis padres se dieron cuenta que consumía. Me dijeron que dejara la droga. Mi madre lloraba”, cuenta.
Heliodoro estafaba a los vecinos y tuvieron que ponerle una caución con la policía. Fue sacado del edificio por el hermano mayor, quien era sano y siempre lo reprendía, y comenzaron sus días de calle. “Dormía frente al liceo Gustavo Herrera. Los amigos me llevaban comida. Llegué a pesar 50 kilos. Me fui para Cagua a un centro de rehabilitación donde conocí a mi primera esposa, con quien tuve una niña. Pero seguía consumiendo. Me metí en centros de rehabilitación para engordar y evitar que mi familia me viese flaco. Pero mi esposa se cansó y un día se marchó”, recordó.
Con la separación, Heliodoro se hundió en el consumo hasta el punto que le avergonzaba ver a su hija. Deambulaba por calles de Bello Monte. “Una vez me acusaron de robar una batería de carro. Yo no había sido. Me golpearon y partieron dos costillas. Y me dieron un cachazo en el mentón con una pistola. Andaba adolorido, con el ojo morao. Mi madre me halló y llevó a escondidas al edificio. Me bañó, dio de comer y ocultó bajo una cama. Mi hija, de cinco años, me vio y preguntó, ‘¿qué te pasó papi?’ y se puso a llorar. Le dije que me había caído. Yo lloraba en mi soledad”.
11 puertas
La madre de Heliodoro lo acompañó a las puertas de once centros de rehabilitación. Y frente a cada puerta lloró y le rogó que dejara el vicio. “Ella y me hermana mayor batallaron conmigo para arriba y para abajo. En 1996 le detectaron un cáncer y eso me puso mal. A la vez un policía me avisó que tenía que irme de Chacao porque me buscaban para matarme por deudas de drogas. La misma comunidad se cansó de mí. Fue cuando decidí internarme en la Posada del Peregrino. Le prometí a mi madre que me rehabilitaría”, comenta.
Al mes de internado, desahuciaron a su madre. “Mi hermana me buscó para que la viese. La miré y le reiteré que me rehabilitaría. Ella me observó y me dijo, ‘oye pero si ya estás cambiado’. Cuando murió, la vi en la funeraria y se lo volví a prometer. Regresé a la posada. Y he cumplido mi promesa hasta el sol de hoy”, acotó.
Evitando tentaciones
Heliodoro duró año y medio recuperándose. No quería irse. Ni permitía visitas. Luego alquiló un cuarto en Capuchinos y su hermano mayor le dio trabajo en un supermercado, donde pasó de ser frutero a jefe de compras. Se retiró por disgustos con la madre de su hija, quien laboraba en el local. Retornó a la Posada del Peregrino y las monjas le hablaron de un trabajo en la Alcaldía de Chacao. Se empleó y llegó a ser jefe de cuadrillas en Obras Públicas. Luego le recomendaron emplearse en el Programa Techo.
“Me ofrecieron ser educador de calle, sin saber lo que era eso, y en la zona donde tanto jodí. Era una ventaja, porque sabía cómo era todo. Entré un viernes y el sábado aprendía técnicas de abordaje. Me gustó ser educador de calle. Intenté recuperar amigos, pero ya estaban muertos. Hoy en día, mis hermanos están curados. Llevan una vida normal”, dice.
Al rescate
De 24 personas rescatadas por Heliodoro de Abreu, una de ellas fue Feliciano Ojeda, fallecido hace dos años. Era papá de su actual esposa, quien una vez se acercó al Centro Techo para que ayudaran a su padre alcohólico. Heliodoro y ella se gustaron, formando una familia, cuyo fruto es un niño de 5 años. Afirma que no cambia su trabajo por nada. “Me siento bien donde estoy. Me llena y me gusta lo que hago. Lo mío es trabajar con la gente”, asevera. Recomienda orientación familiar y prevención antidrogas en escuelas y liceos y centros especializados para atender casos psiquiátricos de quienes deambulan por la vía.
“Cuando abordo a una persona le cuento mi testimonio. Y no me creen. Por eso les tomo fotos del antes y el después. Para que vean que ellos cambiaron como lo hice yo”,