HCHF fue el escogido y con él un icono que representaría el carácter y el rigor que decían enderezaría el rumbo. Disfrazado de civil, el militar echó las redes y allí cayó la soberanía popular. Lo que pasó después en el país nos regresó al pasado brutalmente
La memoria es sin dudas un auxiliar de la historia o si lo pensamos más, un corrector del relato que se hace sobre lo acontecido en el devenir humano. Reyes Mate en la academia española hace una presentación que postula una responsabilidad ante la historia y así, reclama profundidad en la presentación de los hechos y en la interpretación de la secuencia que alcanza la globalidad del momento que se apunta.
En el examen de los episodios entre españoles y amerindios se advierten visiones distintas como las de Sepulveda y De las Casas. El uno justificando cuando describe o glosa los sacrificios humanos, el trato rígido y la condena al indio y el otro, tratando de comprender sin por ello confundir el propósito de la evangelización. La historia no está para juzgar sino para presentar al hombre en la dimensión existencial que lo sorprende. No obstante, exhibimos por nuestros actos una responsabilidad. Aquella de cada cual y la otra en la que militamos como comunidad o como complejo cultural. Ambas exigen una cuenta y merecen en realidad una ponderación ética.
Así llegamos a mirar la actuación de los militares venezolanos llamados, de alguna manera, por los venezolanos a raíz de la defenestración de la república civil que se cumplió bajo el argumento de la antipolítica y la incapacidad de los partidos políticos para atajar la conspiración que a nombre de una aparente defensa de la verdad hicieron esos actores de la democracia que son los medios de comunicación social. Con razones pero sin motivos, hicieron la zapa que precipitó la crisis de confianza y la pérdida de la fe. De súbito era Irene o Chávez quién venía a tomar el lugar y cabe recordar a Saint Simon, “Solo se destruye lo que se sustituye.”
HCHF fue el escogido y con él un icono que representaría el carácter y el rigor que decían enderezaría el rumbo. Disfrazado de civil, el militar echó las redes y allí cayó la soberanía popular. Lo que pasó después en el país nos regresó al pasado brutalmente. Caudillo y ejército, pueblo en aleación forjaron una alianza deletérea. El discurso que exaltaba las pasiones de los pobres desplazaba el poder democrático hacia una pragmática hegemonía y por ese camino hacia el culto de la personalidad. Un Dios había emergido capaz de alterarlo todo, de estar presente en lo demás y de administrar el alma popular.
De comparsa a actores principales los militares gobiernan sin vacilar en el error y en la traición de los ideales propios de su elevado servicio y la escuela militar dejó de ser ejército forjador de libertades para inclinarse como cuna de la revolución. La tragedia de la despersonalización pues.
Nelson José Chitty La Roche
Twitter: @nchittylaroche