«Televisión no veo desde el año 1990», dijo, y explicó que es una promesa que le hizo a la Virgen del Carmen en 1990. Eso, para un fanático de San Lorenzo como lo es él, puede ser todo un sacrificio. La solución: «Hay un guardia suizo que todas las semanas me deja los resultados y cómo va en la tabla», le dijo al periodista Juan Barretta.
Fiel a su estilo honesto, el papa respondió de forma certera cuando le preguntaron si soñaba con ser papa: «¡Nunca! Tampoco con ser presidente de la República o general del Ejército. Viste que hay algunos pibes que sueñan con eso. Yo no». Antes de ser el líder de la Iglesia católica, el entonces cardenal Jorge Bergoglio —cuenta— fue al Vaticano para la elección pero con la homilía lista del Domingo de Ramos a su regreso a Buenos Aires.
También dice no navegar por internet y confiesa que, antes, enfrentarse a un periodista le «daba pánico».
El papa es modesto, pero ahora sabe el efecto que tiene en la gente. Al referirse a su «magnetismo» —como lo describe el periodista— el papa reconoce que «primero no entendía por qué ocurría eso» pero que simplemente trata de ser concreto: «Eso que vos llamás magnetismo, ciertos cardenales me dicen que tiene que ver con que la gente me entiende».
Y lo disfruta:
«Sí, lo disfruto en un sentido humano y espiritual, las dos cosas. La gente me hace bien, me tira buena onda, como se dice. Es como que mi vida se va involucrando en la gente. Yo, psicológicamente, no puedo vivir sin gente, no sirvo para monje, por eso me quedé a vivir acá en esta casa (en la residencia de Santa Marta)».
Extraña comer «una buena pizza»
A pesar de su poder en la gente y la importancia de su posición, Bergoglio extraña las cosas sencillas, como salir a la calle con tranquilidad, porque siempre fue «callejero», confesó. «Eso sí lo añoro, la tranquilidad de caminar por las calles. O ir a una pizzería a comer una buena pizza».
Quizá estas confesiones, y su espíritu humilde, tienen que ver con la forma en que se describe: «acá tengo el apelativo de indisciplinado, el protocolo mucho no lo sigo».
Además, en la entrevista con La Voz del Pueblo, Francisco revela que llora por dentro cuando ve dramas humanos pero que procura no hacerlo públicamente.
Y parte de esos dramas humanos son los que él cataloga como los tres peores males del mundo actual: Pobreza, corrupción y trata de personas.
Pero agregó: «El cuarto son los cosméticos y el quinto las mascotas. Es grave eso, eh. El cuidado de las mascotas es como el amor un poco programado, es decir, yo puedo programar la respuesta amorosa de un perro o de una gatita, y ya no necesito tener la experiencia de un amor de reciprocidad humana. Estoy exagerando, que no se tome textual, pero es para preocuparse», dijo, según lo citó La Voz del Pueblo.
Por respuestas como esa, Francisco se declara un temerario: «Me mando sin medir consecuencias. Eso a veces me da dolores de cabeza porque por ahí se me va una palabra de más», dijo, entre risas, según describió Barretta.
Después de todo, no son pocas sus declaraciones que han despertado inmenso interés, por decir lo menos.
No se podía esperar algo distinto esta vez: el papa respondió con tranquilidad a un diario de Tres Arroyos, una ciudad de poco más de 46.000 habitantes al sur de la provincia de Buenos Aires.
Porque, ya sea ante periodistas en un avión, en la plaza de San Pedro o en la sencillez de su residencia en Santa Marta, su consigna no cambia: «Yo me hice cura para estar con la gente».