La gobernadora de Curazao, Lucille George-Wout, en el marco del acto de apertura del año parlamentario, afirmó: “Toda la comunidad puede sentir los efectos de los problemas en nuestro país vecino. El equipo de monitoreo en esta materia ha constatado que la entrada de personas es casi exclusivamente en las áreas de delincuencia, trabajo ilegal y prostitución”. Con estas insensibles palabras, la Gobernadora ha puesto en tela de juicio el gentilicio de nosotros los venezolanos, ya que no todos los que hemos nacido en esta hermosa tierra de gracia, somos delincuentes, ni trabajamos ilegalmente, ni nuestras mujeres son prostitutas; es cierto que muchos venezolanos, por la situación económica, política y social que vive la nación, han buscado y buscan un mejor futuro en su calidad de vida y por ello han abandonado el país, siendo un gran número de ellos destacados profesionales universitarios, emprendedores, comerciantes, entre otros oficios, aunque no es menos cierto que uno minúsculo grupo de indeseables venezolanos se han ido a cometer fechorías. Pero esos son la minoría, los otros, los honestos, son mayoría. En consecuencia, esa generalización de la Gobernadora de Curazao nos obliga a recordarle que los venezolanos amamos mucho al pueblos curazoleño y que en mucho lo hemos ayudado en su desarrollo, en lo social, comercial, industrial y turístico de la isla. Cuando nuestra moneda era fuerte éramos recibidos como reyes, sin importarles a las autoridades la clase social, ni la raza, ni el sexo, ni la religión, sino el dinero. Quizás usted no había nacido, o era muy niña o joven, cuando esa era la nota resaltante en el hecho económico y social de Curazao. Ahora, por nuestra crisis económica, política y social, somos mal vistos, mal tratados, humillados y vejados, pero sepa usted gobernadora y demás autoridades, que hay un dicho muy viejo que reza: «no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, y volveremos a ser los venezolanos que siempre fuimos, ya que poseemos riquezas naturales, gente honesta, preparada y trabajadora para lograrlo. Su gobierno y sus autoridades tienen todo el poder para aplicar el peso de la ley a todo aquel que la infrinja. Háganlo, pues, es su deber y obligación hacerlo, y eso no podemos criticarlo, pero lo que no podemos aceptar son las generalizaciones que atentan contra el honor de venezolanos. Nuestra pregunta es: ¿dónde están nuestras autoridades diplomáticas para que defiendan nuestro gentilicio ante esta ofensa?
Levy Benshimol