Aquel hombre, encadenó al país por televisión para pregonar que el Gobierno había tomado las medidas necesarias, sacó todas las cuentas, habló con productores, les puso los puntos sobre las íes y le puso precio justo al cartón de huevos
8:00 am
Eduardo, consecuente seguidor del gobierno de turno, está que pierde las esperanzas. Ya está cansado de que le digan vainas que no se cumplen o que anuncien, y anuncien, y anuncien, medidas que nunca llegan, soluciones que nunca solucionan nada.
Recientemente fue a comprar medio cartón de huevos, como todas las semanas, y tuvo que pagar 2.100 bolívares, 200 más que la semana anterior. «Y lo peor es que la mujer que me los vendió me puso cara de perro, ni se le aguó el ojo», le comentó a su esposa, quien sonrió de buena gana. ¿Qué más puede hacer?
A Eduardo, la inflación que todos pregonan lo hace sufrir todos los días. No es solo el cartón de huevos, es la pasta, es el arroz. Para conseguir café y azúcar hay que hacer maromas. «Tanto que me hace falta un café en las mañanas, pero no se consigue», le dijo a su cónyugue recientemente, a la mujer de sus luchas diarias, quien le escucha todas sus quejas y se las cala a veces sin decir nada.
Hace poco recordó a un vicepresidente y sonrió. Aquel hombre (Eduardo no sabe si lo hizo obligado), encadenó al país por televisión para pregonar que el Gobierno había tomado las medidas necesarias, sacó todas las cuentas, habló con productores, les puso los puntos sobre las íes y le puso precio justo al cartón de huevos. El funcionario, arrogante por demás, como pocos, gritó a todo gañote: «Desde ahora el cartón de huevos será pagado por los venezolanos a 400 bolívares».
Ese día, Eduardo se alegró. Pero ya al día siguiente no había huevos en ninguna parte.
3:00 pm
Tras salir del trabajo, un poco temprano, Eduardo se va a las calles a tratar de conseguir algo. Y lo que consigue son puras tetas y mallas. Una teta de café, una teta de azúcar, una malla de tomate y cebolla, una malla de ajo. «¿A qué niveles ha llegado la economía en nuestro país?», se preguntó. «Si bien antes las cosas estaban difíciles, quien tenía plata iba a un concesionario y si tenía el dinero, compraba un carro», le recordó a su esposa. «Ahora vemos concesionarios sin carros, zapaterías sin zapatos, supermercados sin harina, pasta o arroz», comentó. «Y lo peor es que algunos siguen por allí gritando consignas gobierneras, como si comieran más que uno».
Pese a que cobra sueldo mínimo, Eduardo tiene que pagar un kilo de pasta en 3 mil bolívares, o un kilo de café en 5 mil. Y adiós a la quincena, si te he visto no me acuerdo.
8:00 pm
Regresando a casa relajado, preocupado pero relajado, Eduardo se sienta en la parte de atrás de un bus de Guarenas a Guatire. Se persigna, porque no sabe si la delincuencia lo va a dejar llegar a su destino con bien, y se monta en su bus. No solo se persigna, mete el teléfono en el bolso, se acomoda una paca de billetes que sacó del cajero en las bolas y pone cara de gafo, no vaya a ser que alguien se enamore de su humanidad.
Ya en la vía se montan tres tipos y Eduardo traga grueso. Los tipos iban de pie, se echaban bromas entre ellos. Al parecer no eran antisociales ni nada. Pero nunca hay que confiarse.
«Chamo, yo estaba contando contigo hoy, te estaba buscando, pero no te encontré», comentó uno de ellos. «¿Y para qué me buscabas, pues», preguntó el increpado. «Coño, es que hoy no pude traer papa, quería que me salvaras», dijo aquel. Hubo un pequeño silencio. Y el increpado sonríe: «¿Sabes qué traje yo? Lo mismo que tú», reveló. «La cosa está dura, pana. No traje nada, no tenía nada en la casa. Lo que había se lo dejé a los chamos. Hoy resolví con agua y un pan que compré a mediodía», agregó. «Agarra ahí, pues», le ofreció. Y los otros dos compañeros metieron la mano en un «cheese tris» gigante que hacía las veces de almuerzo y cena.
No robaron a nadie, más bien transmitieron compasión. Eduardo, que se asustó con su presencia, estuvo a punto de entrar en la conversación y hasta de meter la mano en el «chees tris». Así está la cosa.
«Tras salir del trabajo, un poco temprano, Eduardo se va a las calles a tratar de conseguir algo. Y lo que consigue son puras tetas y mallas. Una teta de café, una teta de azúcar, una malla de tomate y cebolla, una malla de ajo…»
Edwar Sarmiento