La obra más comprometida de Isaac Chocrón se remonta después de su estreno en la ciudad de Caracas
Jean Paul Sartre predicó que el buen teatro de cada época debe hacer énfasis en la condición humana y en todos los enigmas y conflictos propuestos a su libertad. Afirmaba el autor de El ser y la nada que el dramaturgo contemporáneo tiene que escoger, entre sus situaciones límites, precisamente aquella que pueda expresar mejor sus preocupaciones y presentarlas de tal manera al público como “amenazas” a algunas de sus libertades, porque “solamente así el teatro reencontrará la resonancia que ha perdido, solo así se podrá unificar a los públicos diversos que hoy en día lo frecuentan”.
Dicho en palabras coloquiales, el teatro debe estar conectado con lo que ocurre o sucede en el país donde se le produce y representa, su actualidad debe ser el norte de sus creadores.
Hemos recordado tan sabio análisis sartreano sobre lo que debe ser el teatro en los tiempos modernos o sobre lo que deben hacer sus escritores al pergeñar sus obras, precisamente ahora cuando el peligro que se cierne sobre la libertad de los seres humanos para amar en toda su intensidad posible no ha menguado y ha terminado por ser una pandemia mundial, como es el caso del Sida, que ha dejado sus mortíferas secuelas desde mediados de los años 80 del siglo pasado.
Sida en Venezuela
Aquí en Venezuela, a lo largo de los años 90 de la centuria pasada, Elio Palencia, Marco Purroy, Johnny Gavlovski, David Osorio Lovera e Isaac Chocrón se fijaron en ese tema del Sida, lo amaron y optaron por escribir sus textos: Anatomía de un viaje, Habitación independiente para un hombre solo, Hombre, El último brunch de la década y Escrito y sellado. Añadieron, pues, a la larga lista de personajes del prototipo venezolano, a seres nunca antes vistos en la escena o morando en los libros, como son: Gabriel, Héctor, Bruno, Esteban, Marco, Nico, Santy, Luis y Saúl, entre otros individuos de conductas homosexuales o bisexuales infectados por el retrovirus del Sida, que puso en peligro a la humanidad entera, sin distingos de costumbres amatorias y/o sexuales. Y eso era y sigue siendo una novedad en el teatro venezolano, para no citar al de otros países, en los cuales sus dramaturgos escriban sobre el temible VIH. Ellos son, además de Amado Naspe, los pioneros de una dramaturgia criolla sobre problemas tan inherentes a la vida y la libertad humanas, como los provocados por el Sida, los cuales pueden afectar a todos los humanos, sin que incluso haya mediado cualquier tipo de relación sexual.
Con la pieza Escrito y sellado (1993), que dirigió Ugo Ulive y protagonizaron Fausto Verdial y Luigi Sciamanna, Isaac Chocrón dejó atrás a sus predecesores en el teatro del Sida. Su texto sí levanta el espíritu y arrincona sentimentalismos y lloriqueos. No es un panfleto sobre el VIH ni tampoco muestra aspectos de la enfermedad. Exhibe y hace énfasis en cómo se puede manejar tal flagelo de manera positiva. Contribuye a disminuir el tabú hacia el síndrome y enfrenta a la pandemia como una enfermedad más, como fue el cáncer en su momento. Recomienda asumir actitudes honestas y sinceras, para que los seropositivos, o portadores sanos del VIH, y los que han vivido alrededor de familiares o amigos infectados, puedan manejar mejor su situación. Busca reflejar como la muerte de un ser humano no significa su desaparición, significa algo más allá; es el alma que queda, su ánima en la memoria de los seres queridos.
“No hay que morir a causa de ella, si no vivir con ella”, ha escrito Chocrón al tiempo que reconoció que Escrito y sellado es quizás una de sus piezas más autobiográficas, “ya que ahí el personajes Luis es Luis Salmerón que fue mi gran amigo, y es un homenaje que yo le hago al escribir esa pieza, y el personaje Saúl soy yo”.
Chocrón en escena
Desde el 28 de octubre, en el espacio Alterno del Trasnocho Cultural, se podrá ponderar el montaje que Javier Vidal ha logrado con Escrito y sellado, a 23 años del estreno que comandó Ugo. Ahora los intérpretes son Gonzalo Velutini, Juan Carlos Ogando, Theylor Plaza, Gladys Seco y Diana Díaz. Ellos harán posible que Isaac, un profesor judío, viae a Albuquerque para dar un curso sobre Shakespeare. En el transcurso se encuentra con Miguel, un viejo amigo que se hizo sacerdote católico para poder superar la muerte de Luis, un joven de quien estaba profundamente enamorado y que sale entre escenas deambulando y penando su muerte. En la soledad penetrante que exhala Nuevo México, el profesor encontrará algo importante para vivir: el sentimiento de otredad. Esta obra es un fiel reflejo de la vida de Chocrón, cuenta muchas incertidumbres, dudas e inconsistencias de esas que se tienen en la vida. Vidal, presidente de la Fundación Isaac Chocrón, que es la productora de Escrito y sellado, reitera que es su texto más autobiográfico, donde se muestra y se demuestra que el la amistad y el amor son los únicos sentimientos nobles del ser humano, el principio y el fin, además de la razón para vivir.
PAGINA EL ESPECTADOR – E.A. Moreno-Uribe
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