«Ahora el dinero se nos va en comprar ‘tetas’ de café, azúcar, leche y hasta lactovisoy; y mallas de tomate, cebolla y ají para medio tener una ensalada»
6:00 pm
Antonio no sabe en qué momento la vida se le echó a perder, de tal manera que ya no puede cubrir sus necesidades. Si bien en otros tiempos reconoce que el dinero no alcanzaba, igualmente recuerda que, por lo menos, había comida en la calle.
«Ahora el dinero se nos va en comprar ‘tetas’ de café, azúcar, leche y hasta lactovisoy; y mallas de tomate, cebolla y ají para medio tener una ensalada», se quejaba agriamente con su esposa, poco antes de salir al trabajo y tomarse un cafecito claro, bien claro, para rendirlo. «Antes, uno iba y hacía mercado con lo que podía; pero hacía mercado», recordó. «¿Ahora qué? Me dicen que antes no había dinero para comprar y resulta que ahora tampoco, porque los precios de la comida que se consigue son inaccesibles», argumentó, pensando, no sin razón, en que todo lo que está pasando lo que representa es un gran retroceso para todos. «A este paso no sé a dónde vamos a llegar; ya las sardinas y las carnes, el pollo, se compran en la calle, sin la refrigeración ni el cuidado adecuados, pero es la única forma de conseguir algo de proteína para echarle al saco».
La preocupación mayor de Antonio es que sus hijos puedan tener los alimentos que les permitan crecer y desarrollarse como debe ser. Y por eso sale a diario a patear la calle, a fajarse para conseguir los realitos que le permitan subsistir a él y a su familia.
2:00 pm
Ni la muerte de su padre provocó que Eduardo dejara de percibir la crisis que afecta hoy día a todos los venezolanos.
Sorprendido y golpeado por la partida del hombre que le permitió crecer como una persona de bien, de encaminarlo en la vida, se dispuso a hacer las diligencias pertinentes.
Enjugando sus lágrimas se dirigió con voz firme a la persona que lo atendió en la funeraria para completar la penosa tarea de adquirir un féretro.
«Señor, la única urna que tenemos en este momento es esta, no hay más», respondió el encargado de la funeraria. Y Eduardo, cabizbazjo y sorprendido, no tuvo otra que aceptar, por supuesto. ¿Qué podía hacer? «Dentro de todo, creo que tuvimos hasta suerte. ¿Te imaginas que nos hubieran dicho que no había urnas?», comentó a Juan, un primo que lo acompañaba en ese momento. «Sí, vale, qué pena; hasta en un momento así uno tiene que verle la cara a la crisis», le contestó.
Y, dentro de todo, sí tuvo suerte. No solo en la funeraria había una sola urna, sino que en el cementerio tenía que ligar un cupo para enterrar a su ser querido. «Ojalá consigas cupo, porque si no te lo dejan ahí a la espera y tú tienes que pagar a diario hasta el sepelio», le comentó una amiga. «Las colas en El Cercado son impresionantes, tienes que esperar hasta una semana para poder cremar a tu ser querido», le dijo.
8:00 pm
Antonio regresó a su casa con tetas de café y azúcar, una malla con tomates y cebollas y una canilla, algo así como un gasto de dos mil bolívares. Lo esperaba su esposa con un plato de sopa sin presas. «¿Qué comieron los muchachos?», preguntó. «Bueno, les di las sardinas que trajiste ayer y un poquito de arroz cada uno», le contestó Juana. «Qué vaina, ya para mañana no tengo plata para traerles nada; tocará comer el poquito de arroz ese que nos queda con plátano», y recordó que antes no se sentaba a comerse un plato de comida sin salado. «Ahora un buen salado es una tajada de plátano frito o un pedacito de queso».
La frustración de Antonio no se quedó allí. Cuando prendió el televisor se le agudizaron sus quejas existenciales, al ver a un ministro diciendo que todo iba a mejorar. «Pero bueno, esta gente solo habla en futuro. Hace meses nos dijeron que los productos básicos ya no iban a escasear por esta fecha, que los Claps iban a resolver todo», pensó. «¿Y yo? Sigo esperando que los productos aparezcan y que los Claps resuelvan todo. Me paso de iluso», le dijo a su esposa, mientras observaba a un señor decir durante una entrevista que los Claps lo atendían cada 15 días. «Pero hay zonas, muchas zonas, que no reciben esa atención», preguntó el entrevistador. Y el funcionario, desoyendo la pregunta, contestó. «En la zona donde vivo, los Claps van cada 15 días».
Al barrio de Eduardo, las bolsas de los Claps han llegado solo una vez en años. En años…
CRÓNICA DE LA CALLE edward sariento