Poner a todo un país en puntos suspensivos es muy peligroso, sobre todo cuando existe la posibilidad de que a lo que nos estemos enfrentando en realidad no sea otra cosa que un indeseable, por violento e incontrolable, punto final
En un país en el que las cosas están como están (y cualquiera que haya ido a hacer mercado, a buscar medicinas o a tratar de adquirir los regalos de Navidad que se puedan conseguir sabe a qué me refiero) un minúsculo grupo de no más de 10 o 12 operadores políticos, de los dos bandos en pugna además, los mismos que se han auto designado de manera inconsulta como nuestros representantes, ha decidido que las cuitas de los restantes veintinueve millones y pico de venezolanos no son lo suficientemente graves como para ser atendidas de inmediato. Mejor les parece poner al país en puntos suspensivos para “relanzar y reestructurar el diálogo”, de nuevo, una vez más, again; y esperar hasta el próximo 13 de enero de 2017, que cae viernes, además, lo cual es pavoso y hasta a película de terror suena, para ver qué es lo que en definitiva se va a hacer en esta tierra de gracia que, lamentablemente, ya no da más que para tierra en desgracia.
Y la nueva moda es acusar a quienes se muestren en contra del desaguisado no solo de “divisionistas”, sino también de “inmediatistas”. Como si los artífices de la charada en el bando opositor siguieran pensando que son más inteligentes y “astutos” que todos los demás, millones de venezolanos, que sí veíamos y sabíamos que desde su inicio, el diálogo, tal y como estaba planteado, no iba a dar sino resultados negativos. Se dio, como ya lo había advertido antes, el “te lo dije” más lamentable y contundente de nuestra historia reciente, y de nada nos vale ya, tristemente, llorar sobre la (mala) leche derramada.
Hay que ser extremadamente caradura para aceptar esta imposición, absurda en su falta de correspondencia con lo que la realidad reclama como necesidad urgente: el cambio político. Aunque justo es decir que algunos representantes de la MUD, entre ellos Chúo Torrealba, han mostrado claramente su desacuerdo con la perversa procrastinación a la que hemos sido sometidos, e incluso AD ya ha indicado que no quiere tener nada más que ver con ese “diálogo” que nació, bastante que se les dijo, envuelto en caoba, la verdad es que más allá de esas bravatas no se ha anunciado nada realmente contundente que nos saque a todos de la indignación que nos deparó la amarga sorpresa que nos dieron todos, tirios y troyanos, el pasado 6D, día en el supuestamente le veríamos el queso a la tostada y en el que, para variar, nos dejaron a todos con los crespos hechos.
Lo primero que llama la atención de la fecha anunciada, además de la coincidencia poco feliz con un día que es tradicionalmente tenido, con los martes 13, como de mala suerte, es que llegará tres días después de aquel en el que, ante la eventual posibilidad de que un Referendo Revocatorio se dé, ello no significaría más que la salida Maduro de la presidencia, pero dejando encargado de ella, hasta el 2019, a su vicepresidente. Si el RR se hace después del 10 de enero, y este es un “si se hace”, inmenso y contundente, igual Maduro ya habría logrado lo que siempre quiso: garantizar la permanencia de los suyos, y de su oxidado, decadente y achacoso “proyecto político”, hasta el momento en el que, a finales de 2018, por la vía natural y según nuestra Carta Magna, le tocaría medirse en elecciones, si es que las permite. Si esto es así, en caso de perder el posible pero improbable Revocatorio ya después de ese día, un simple enroque, sin más formalidad que la de la juramentación como presidente interino del que sea entonces vicepresidente, les bastaría a los oficialistas para quedarse dos años más en el “coroto” sin necesidad de estar evaluando o discutiendo ninguna otra posibilidad de cambio anticipado en el poder. Y lo peor es que la Constitución, la misma que violan y denigran continuamente, es la que les daría a los gobierneros argumentos de sobra para no entrar en más discusiones sobre ese tema.
Sobre esto, nuestros auto designados representantes no pueden decir que no estaban advertidos. No pueden alegar propia torpeza ni ingenuidad. Haberse prestado a la maroma del diálogo en las condiciones en que se hizo, dándolo todo a cambio de nada, no auguraba nada bueno. Tampoco es válido, y hasta suena a bofetada, eso de afirmar que en todo esto sí se había logrado, al menos, “desenmascarar” al régimen, porque la verdad es que esa máscara, ante propios y ajenos, se cayó hace mucho tiempo, y eso no tuvo que ver con el diálogo, sino con los desatinos del poder, que nos tienen a todos en ascuas a todo nivel, y con el trabajo que desde hace muchos años se viene haciendo, desde muchas instancias, para que la comunidad nacional e internacional entienda cuál es tamaño, las intenciones reales y las características del “pacífico pero armado” Leviatán contra el que acá nos enfrentamos. Los que aún no habían querido o no quieren aceptarlo, son los que se mantienen “neutrales” por simple conveniencia económica o porque, sencillamente, no les afecta ni les importa nada de lo que suceda en Venezuela, y a esos no valía ni vale la pena estarlos convenciendo de nada.
También llama la atención que apenas unas horas antes de los anuncios del 6D un grupo de presos políticos, nueve de ellos para más señas, se había declarado en huelga de hambre en el Sebín a la espera de resultados concretos sobre la afirmación opositora previa que destacaba que muy pronto, en “pocas horas” dijeron, muchos de ellos (primero dijeron 22, luego hablaron de más de 60, y después callaron) serían liberados. Más allá de que nos guste o no ese modo tan peligroso de lucha cívica, digo, para la salud y hasta para la vida de los involucrados, yo me pregunto: ¿cómo es que sabiendo eso siquiera permitieron que se sugiriera que los temas que a ellos les atañen quedaran diferidos para el año que viene? ¿No nos damos cuenta de que lanzarse un “diferimiento” de esa magnitud, de más de un mes, puede hasta matarlos, si es que esos presos persisten en su protesta? Yo no estoy, en general, de acuerdo con las huelgas de hambre, son modos de protesta en los que el tiempo corre a favor del opresor, no del oprimido, y si en mis manos estuviera y dadas las condiciones actuales les pediría que levantaran la huelga, pero si esta realidad ya estaba el 6D sobre la mesa, había que tenerla en cuenta so pena de seguir actuando, como ha ocurrido y ya es del conocimiento público, de espaldas a la gente que, especialmente los dirigentes opositores que se han prestado al diálogo, dicen representar.
Por último, tampoco es válido el argumento según el cual todo esto les ha servido para tomar “conciencia” de la urgente revisión de la “unidad” y de sus métodos. Eso puede ser interesante para sus operadores, más ávidos, aparentemente, de preservar sus cuotas de poder que de enlazar sus anhelos con los de la sociedad entera, pero al final del día eso no nos resuelve los problemas inmediatos y, de nuevo, nos sitúa en un nuevo espacio de incertidumbre que en nada sirve, con la urgencia que el caso amerita, a quienes tenemos que sobrevivir día a día en un país que cada día lo parece menos.
Además, este aserto justificante parte de una base equívoca, de una confusión (y acá vendrán los fanáticos a caerme encima) entre medios y fines. La “unidad”, entendida como la concertación de las fuerzas políticas democráticas del país, con altas y bajas no ha sido y no es más que una herramienta, un mecanismo, un medio para el logro de un fin, entendido éste como el cambio del sistema político y la reconquista de la institucionalidad, de la democracia y de la libertad perdidas. La “unidad”, en consecuencia, no es un “fin” en sí mismo, no es algo que haya que preservar a ultranza dejando de lado el objetivo último para el que fue estructurada. La “unidad” está subordinada al logro de los objetivos para los que como herramienta fue articulada, no al revés, y si no está cumpliendo sus funciones, si ya no sirve como medio para el logro de sus fines originarios y los pocos éxitos que ha cosechado se limitan solo a la esfera electoral, justo es reconocerle tal calidad, pero también lo es, y es indispensable, afrontar la realidad de que no puede ni está estructurada para ir más allá y que la coyuntura actual nos exige optar por otras herramientas, tales como la presión cívica, en la calle, pacífica pero contundente, la confrontación institucional directa, Constitución en mano, con el Poder Ejecutivo (retomando la posibilidad, dada la grave crisis padecida, de que el presidente sea declarado por la AN en abandono del cargo) y en última instancia el reconocimiento directo y sin tapujos oxigenantes de que el régimen no es democrático y, en consecuencia, es ilegítimo, con todas las consecuencias que de ello derivan.
En definitiva, poner a todo un país, de esa manera irresponsable, en puntos suspensivos es muy peligroso, sobre todo cuando existe la posibilidad, cada vez más cercana, de que a lo que nos estemos enfrentando en realidad no sea otra cosa que un indeseable, por violento e incontrolable, punto final.
«Haberse prestado a la maroma del diálogo en las condiciones en que se hizo, dándolo todo a cambio de nada, no auguraba nada bueno…»
Por Gonzalo Himiob Santomé