Ignorar que cualquier salida pasa por un encuentro comicial es sencillamente irresponsable y agregar presión sin válvula de escape a un ciudadano extenuado
Ante la reciente conmemoración de un nuevo aniversario del 23 de enero de 1958, nos quedó la inquietud porque mucha gente de las generaciones más recientes, desconoce el significado de esta fecha histórica.
Y lo que es incluso más preocupante, otros tantos no parecieron entender el gesto que la sociedad democrática actual tuvo ese día, al exigir su derecho al sufragio, al amparo de ese recuerdo.
Aquel día partió del país el general Marcos Evangelista Pérez Jiménez, dejando atrás un gobierno de corte dictatorial, que pasó por encima de varios procesos electorales para perpetuarse.
Pérez Jiménez accedió al poder por primera vez el 18 de octubre de 1945, con el grado de coronel, cuando fue uno de los artífices del golpe de Estado contra el presidente Isaías Medina Angarita.
Prometían barrer con los residuos del gomecismo; pero sin duda la manera estuvo lejos de ser la mejor para la salud democrática del país, como posteriormente lo demostrarían los hechos hasta el sol de hoy.
Tiempo después, también es uno de los cabecillas de la conspiración contra el novelista Rómulo Gallegos, primer venezolano electo en comicios universales en aquel endeble intento fallido de comenzar a transitar las vías democráticas.
Gobernó en triunvirato con su asesinado compañero de aventura Carlos Delgado Chalbaud; para luego quedar él solo al mando del país, tras escamotear los resultados de las elecciones constituyentes de 1952.
En 1957, ante el trance de verse frente a unas elecciones donde no las tendría todas consigo, sus asesores le recomiendan cambiarlas por un plebiscito que invite a la gente a votar si desean que siga en el poder o no. Las pierde, ignora los resultados y lanza al país a una crisis que, poco más de un mes después finalizaría con su partida.
De aquel episodio quedaron valiosas lecciones para los venezolanos, lecciones que no podemos dejar de revivir y menos aún en momentos como el actual.
Nadie debe perpetuarse en el poder, bajo ningún argumento. No necesitamos hombres providenciales al frente del país, sino demócratas.
Los derechos ciudadanos son irrenunciables y ello incluye, muy especialmente, el derecho al voto.
Es por ello que las fuerzas políticas agrupadas en la Mesa de la Unidad Democrática y que hoy representan a la inmensa mayoría de los venezolanos en la Asamblea Nacional, tuvieron el acertado gesto de exigir ante el Consejo Nacional Electoral las citas comiciales que se nos están debiendo.
Quizá a la luz del breve relato histórico que acabamos de exponer, podamos entender que no había mejor fecha para hacerlo, y que tal exigencia está íntimamente emparentada con aquellos sucesos que nos marcaron como nación.
Hoy se pretende diluir el inalienable derecho a elegir de los venezolanos en el maremágnum de dificultades que padecemos, por cierto generadas todas por una administración que ha llevado al país a la más aguda crisis de su historia.
Ignorar que cualquier salida pasa por un encuentro comicial es sencillamente irresponsable y agregar presión sin válvula de escape a un ciudadano extenuado, que sigue perdiendo numerosas vidas todos los días, como consecuencia de una terca negativa a rectificar.
El perezjimenismo dividió al país, ya que sus defensores alegaban su enorme obra material como argumento para su continuidad. Pero es que no se puede aceptar chantaje alguno ante el inquebrantable principio de la alternabilidad democrática, y menos aún podemos los venezolanos comprar a mesías, caudillos o predestinados.
Igual que hoy, en aquel momento nuestra nación pareció fracturada en dos; pero también entonces, como ahora, la confiscación de la voluntad ciudadana sumó partidarios entre quienes adversaban al gobierno, ante la manifiesta obviedad de la injusticia.
Hay quien dice también que el espíritu del 23 de enero se ha perdido, y esta frase corresponde a muchos que afortunadamente sí lo recuerdan o al menos le dan el justo peso y valor en nuestra historia.
A ellos hay que responderles que este espíritu está muy lejos de perderse, que evolucionó y se transformó. Que hay una juventud que está haciendo lo que le corresponde, aunque no haya vivido la legendaria fecha.
El espíritu democrático no se ha rendido. Hay hoy una conciencia enorme de lo que sucede, de que debe cambiar y de que la ruta es la comicial. Todo ello es una orgullosa herencia del año 1958, cuando la venezolanidad despertó a su propio poder en una mañana fría de enero.
Como los venezolanos de aquella generación construyeron su épica, nosotros estamos transitando la nuestra. No sabremos su desenlace hasta que ocurra. Pero, así sea de forma inconsciente, hay un mandato que nos une con la exigencia de derechos que heredamos de entonces.
«El espíritu democrático no se ha rendido. Hay hoy una conciencia enorme de lo que sucede, de que debe cambiar y de que la ruta es la comicial…»
David Uzcátegui