El Bulevar de Sabana Grande, la Plaza Bolívar y el Paseo Los Próceres fueron lugares de encuentro para luchar con papelillos, espuma y tángana
Algunos historiadores aseguran que el origen del Carnaval se relaciona a las fiestas paganas en honor a Baco, el dios romano del vino. Es el tiempo que antecede a la Cuaresma, período durante el cual la gente se prepara para la Pasión de Cristo, de acuerdo con la tradición judeocristiana. Sea o no cierto esto, sí lo es que el Carnaval es una celebración que se caracteriza por la permisividad y el descontrol. O, en una palabra: catarsis.
En la capital venezolana se cumplió con este principio. En medio de una economía fracturada y una conflictividad política que no da tregua, las familias caraqueñas intentaron olvidar sus problemas durante el asueto. Para algunas también es un tiempo para liberarse de los males y disfrutar de los colores, la música y los disfraces.
En la Plaza Bolívar del centro de la ciudad, el calipso retumbaba en unas cornetas instaladas frente al Teatro Principal; una banda juvenil del Cuerpo de Bomberos del Distrito Capital tocaba una versión de Despacito –la canción de Luis Fonsi y Daddy Yankee-; niños y niñas saltaban en unos colchones inflables afuera de la Alcaldía de Caracas y unas mujeres vestidas con trajes coloridos y las caras maquilladas ofrecían sus servicios como pintacaritas.
Ayaro La Cruz, una habitante de La Pastora, valora que se procuren espacios de recreación, sobre todo, para quienes no pueden pagar por eso. “Aunque siento que hay poco ánimo, pero puede ser que la gente esté desinformada y no sepa de estas actividades”. Ella prefiere no viajar para que su hijo de 5 años pueda vivir la ciudad durante el Carnaval y lucir su disfraz de caballero.
Deiby Andrade, también de La Pastora, coincide y dice que seguir celebrando y mantener las tradiciones les permite tanto a niños como a adultos distraerse y olvidar por unos días “la situación país”. “Los niños no tienen la culpa”, manifiesta. Además, apunta, no es necesario tener tanto dinero para poder compartir en familia.
Como él, hay muchos padres que ven de cerca a sus hijos e hijas mientras corren, patinan, saltan y se ríen cerca de la estatua de Simón Bolívar. Hay tantos disfraces como niños: guerreros, caballeros, superhéroes, animales, brujas, princesas, hadas y hasta bomberos.
El lugar estuvo bordeado por funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y Carlos Uribe, comerciante, lo agradece. “Este año se ve más movimiento, más seguridad y más organización. Aunque sus ventas no reflejan la cantidad de gente que visita la plaza, cuenta. En un día puede hacer cerca de dos kilogramos de maíz de cotufas y las ganancias no son las que quisiera, pero le sirven para llevar la cena a la casa y recuperar la inversión. “La venta está floja, pero algo se le gana”, dice.
Reggaeton en Sabana Grande
Una multitud coreaba a Bad Bunny, el puertorriqueño que interpreta Callaíta. “Si hay sol, hay playa / Si hay playa, hay alcohol / si hay alcohol, hay sexo / Si es contigo, mejor”, gritan adolescentes y adultos que esperan frente a una tarima identificada con unas letras que rezan “Carnavales Caribe 2020”. Nadie sabe qué se espera, pero se espera. Varios policías vigilan.
El Bulevar de Sabana Grande, que va desde Plaza Venezuela hasta Chacaíto, estuvo lleno de gente que caminaba de este a oeste, y viceversa. El piso estuvo lleno de papelillos que muchos niños recogieron para volver a lanzar. El reggaetón no dejaba de sonar y de ser bailado por jóvenes.
Para Desiree De Andrade hay menos gente que en 2019, según ella por la falta de capacidad de compra de muchas familias y la hiperinflación. Aunque a ella la economía también la golpea a diario, se resiste: “Esta es la diversión de uno el venezolano con los niños”. Como este año no pudo viajar, decidió pasear con su hija y su suegra para no perder la oportunidad de recrearse.
No hubo un espacio del bulevar que no estuviera ocupado, pero eso no significaba que a los comerciantes les fuera bien. José Giovani vendía globos que costaban entre 50.000 y 100.000 bolívares y afirma que en días que no son feriados vendió más que durante el Carnaval. Pedro González lo secunda. Él ofrecía máscaras y antifaces en uno y dos dólares –lo que equivale a 75.000 y 150.000 bolívares, en promedio-, pero, apunta, que la gente se acerca a preguntar y cuando sabe los precios, se aleja. En cinco horas había vendido apenas 10 % de la mercancía.
RECUADRO
Diversión versus disturbios
En el Paseo Los Próceres, la fiesta fue interrumpida, temporalmente, por enfrentamientos entre la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y un grupo de jóvenes. Luego de las 3:00 de la tarde, el monumento de dos kilómetros estaba habitado por cientos de personas que se acumulaban en caminerías, calles, aceras y jardinerías. Los colores fluorescentes de la decoración brillaban bajo el sol y, con disfraces y maquillajes, grandes y pequeños luchaban armados de papelillos, espuma y tángana. Olía a margarina quemada, cotufas, algodón de azúcar y sudor.
Cerca del obelisco, adolescentes enfrentaron con bombas de agua y pintura, piedras y botellas a un cuerpo de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), que respondió con dos bombas lacrimógenas, disparos de perdigones y golpes y patadas. Los funcionarios detuvieron a, al menos, una docena de jóvenes, entre hombres y mujeres, durante unos minutos.
Una mujer que paseaba con sus hijos aseguraba que los visitantes arruinaban el Carnaval de todas las familias. “¿Por qué se ponen a provocar a los guardias? Son unos saboteadores”, se quejó. En medio del disturbio, niños y niñas y personas de la tercera edad intentaban resguardarse detrás de los árboles. “Le dañan la fiesta a los niños, porque uno más que todo viene es por ellos”, coincidió otra.
En 2019 también se registraron enfrentamientos entre civiles y uniformados luego de que efectivos de la PNB ordenaran a unos jóvenes dejar de lanzar bombas y estos se negaron. Esa vez también hubo gas lacrimógeno. Ni hoy, ni en 2019, alguna autoridad emitió algún comunicado o mencionó lo sucedido.
María Jesús Vallejo/El Pitazo