“Tengo, desde que comenzó la cuarentena, buscando sangre, porque estoy parado en el trabajo”, le dijo Aleyair Romero, de 20 años, a la agencia de noticias Reuters. Desde el 17 de marzo no trabaja por el inicio del aislamiento social implementado por el gobierno para combatir el covid-19
Dos veces por semana, Aleyair Romero hace una cola frente al matadero municipal de San Cristóbal, capital del estado Táchira, para llenar un termo con sangre de res, la única proteína entregada gratuitamente en ese establecimiento, destacó un despacho de la agencia de noticias Reuters
“Tengo, desde que comenzó la cuarentena, buscando sangre, porque estoy parado en el trabajo”, dijo Romero, de 20 años, que laboró en un taller mecánico hasta el 17 de marzo, cuando empezó el aislamiento nacional implantado por el gobierno del presidente Nicolás Maduro para frenar al coronavirus.
Romero dijo que, debido a la crisis económica del país y a demoras en la llegada de cajas o bolsas CLAP, tiene que ingeniarse para conseguir alimentos. “A uno le toca buscar comida como sea”, agregó, mientras sostenía un termo rojo que rebosaba de sangre a la puertas del matadero.
Aunque la sangre de vaca se usa para hacer una tradicional sopa en los Andes venezolanos y en Colombia, el matadero dice que cada vez más personas la están buscando, aunque pocos están felices por esa comida en lugar de carne.
La dependencia de la sangre del ganado es un signo de los problemas para alimentarse ahora mismo en Venezuela, cuya economía está en recesión desde hace seis años y en hiperinflación desde hace tres, recordó Reuters.
Si bien el impacto del coronavirus en sí mismo todavía parece modesto, los venezolanos sufren cada vez más con una economía paralizada y crecientes retrasos en la distribución del CLAP.
El retraso en la distribución de las cajas y bolsas afecta más a las regiones porque el despacho se inclina hacia las principales ciudades, incluida Caracas, según el grupo no gubernamental Ciudadanía en Acción, que estudia la distribución y contenidos de los CLAP.
Por años, el gobierno del presidente Nicolás Maduro ha otorgado a la capital acceso prioritario a servicios que incluyen agua y servicio eléctrico.
En Caracas, el 26,5 % de las familias recibieron cajas CLAP en abril, en comparación con solo 4 % de las familias de los estados Apure y Guárico, de acuerdo con los datos de Ciudadanía en Acción.
A la gente “no la va a matar el virus, sino el hambre”, dijo Edison Arciniegas, director del grupo.
Al recibir un plato de sopa de pollo y un sándwich de jamón y queso, algunas madres retiran parte del jamón y el queso para dárselo a sus hijos en el desayuno al día siguiente, dijeron algunas mamás en Carapita, al oeste de Caracas.
Las Naciones Unidas calificaron a Venezuela como la cuarta mayor crisis alimentaria del mundo en 2019, con 9,3 millones de venezolanos, con hambre o una ingesta insuficiente de comida. Unos 5 millones de personas han emigrado del país debido a la crisis.
El gobierno de Maduro atribuye los problemas económicos a las sanciones de Estados Unidos, destinadas presionar su salida del poder, y dice que las agencias de ayuda internacional exageran sobre el volumen de la ola migratoria venezolana. Opositores y economistas dicen que la crisis obedece al modelo estatal de controles.
Entre 30 y 40
La sopa de sangre conocida en San Cristóbal como “pichón” generalmente se hace con cebolla y arroz, pero rara vez ha sido un pilar de la dieta en una región tradicionalmente conocida por el consumo de carne.
En el matadero municipal de San Cristóbal, entre 30 y 40 personas llegan todos los días, cada una llevando su propio envase, para solicitar sangre de ganado, según un empleado, quien agregó que en el pasado y sin una crisis, esa sangre se tiraba. “Estamos pasando hambre”, dijo Baudilio Chacón, de 46 años, un trabajador de la construcción que quedó desempleado por la cuarentena, mientras esperaba para recoger sangre en el matadero. “Somos cuatro hermanos y un niño de 10 años, todos nos estamos alimentado con sangre”.
RECUADRO
Más comensales
En un comedor del grupo no gubernamental Alimentos la Solidaridad describen un aumento dramático en el número de personas a las que les sirven debido a la cuarentena y los retrasos en la entrega de las cajas de comida, que en muchos casos llegan cada seis a siete semanas en lugar de cada mes, como se prometió al comienzo del programa.
En el segundo piso de una casa, cinco voluntarias servían cada día un almuerzo para unos 80 niños de Carapita, pero desde la cuarentena atienden no solo a esos niños, sino a otras 350 personas de la barriada. Los niños no acuden al comedor por el virus, pero sus madres buscan la comida y la llevan a casa.
Muchos se quejan porque las cajas de alimentos que entrega el gobierno tardan en llegar o no tienen suficientes productos.
El programa comenzó entregando 19 productos, como arroz, pasta, granos, aceite, leche en polvo, mayonesa y a veces unas latas de atún, pero actualmente entrega unos ocho productos o menos, sin proteína, incluso sin leche.
La caja CLAP “no nos alcanza para sobrellevar esto”, dijo Ysimar Pernalete, de 38 años, madre de dos niñas de nueve y dos años en Carapita. “¿Cómo le dice uno a un niño que no tengo para darle comida? Uno le da un arroz solo y lloran”, agregó.
Los críticos llaman al sistema de distribución de alimentos un mecanismo de control social que permite al gobierno limitar la disidencia y la protesta.