En la historia política de la humanidad la unidad ha sido pionera en la victoria contra las tiranías. La coalición para derrotar a un enemigo común trasciende ideologías o posturas personales cuando la sociedad corre peligro.
En el escenario actual de Venezuela, caudillos y cogollos siguen imponiendo políticas que excluyen del debate a miembros activos en la lucha por la democracia. El sectarismo irracional de algunas organizaciones aleja la posibilidad de una táctica y estrategia claras para vencer al enemigo común.
Si revisamos la Segunda Guerra Mundial –por mencionar un hecho histórico–, cada esfuerzo fue valorado para vencer al fascismo. Tanto el avance ruso como el desembarco en Normandía, los saboteos partisanos y hasta la labor de los periodistas de guerra, representaron grandes esfuerzos que sumados desestabilizaron al nazismo. Todos fueron útiles para la victoria, y es de allí de donde debemos recoger el ejemplo.
La sociedad venezolana sufre una crisis nunca antes vista. El Covid-19 y Maduro se han conjurado para asfixiar nuestra vida, convirtiendo al país más rico de la región en uno de los más pobres del mundo. Los factores democráticos, aquellos que sí creemos en el cambio, no hemos logrado cohesionarnos de manera eficiente en torno a una estrategia para darle fin a la usurpación. El pacifismo abstracto no orienta la rebelión, y en definitiva hay que crear nuevamente las condiciones para generalizar la protesta.
En estas circunstancias la lucha es paulatina y no un ataque por sorpresa. Hemos estado cerca, pero falta el remate y esa estocada final se dará cuando estemos genuinamente unidos, no a favor de un hombre, sino a favor de una idea que materialice las aspiraciones del pueblo venezolano.
La unidad no puede ser solo una palabra. La unidad debe ser un hecho donde gremios y partidos, comunistas y liberales, chavistas y opositores que aspiren a salir de este desastre deben ser unificados por una táctica y estrategia de lucha sin las vacilaciones ni los guabineos a los que tristemente hemos estado acostumbrándonos. La política es una ciencia social, no una empresa comercial para favorecer a unos pocos individuos. Definitivamente urge la ética en este país con instituciones tan cuestionadas, y los políticos debemos dar el ejemplo.
Nada ideológico tenían en común Stalin y Churchill, ninguna amistad había entre Patton y Montgomery; pero estaban unidos por un objetivo común. La unidad es la única garantía de victoria. La esperanza se levanta si nos unimos y nos disponemos a no pasar indiferentes ante la injusticia. El régimen se adentra en un callejón sin salida y es importante comprender que en tiempos de rebelión la situación objetiva cambia con la misma rapidez y brusquedad que el curso de la vida en general. Vamos pues a desempeñar un papel embrionario que permita escribir nuevas páginas en la historia de nuestro país.
Fabricio Briceño