David Uzcátegui.- La tragedia de los venezolanos que emigran sin suficientes recursos y buscando desesperadamente los más elementales recursos para tener una vida digna, se multiplica exponencialmente.
Esta semana todos fuimos sacudidos por una historia increíble, debido a los niveles de crueldad que se destaparon. Dieciséis menores y nueve mujeres fueron expulsados de la vecina nación de Trinidad y Tobago, sin las más elementales medidas de seguridad y sin el menor respeto por los más básicos derechos humanos. Entre ellos, había una criatura de apenas cuatro meses.
¿El motivo? Entraron ilegalmente al país. Y por ello, fueron atropellados de forma sumaria, poniéndolos en riesgo de perder sus vidas, ahogados. Algo que no sucedió por puro milagro, porque todas las condicione estaban dadas apara que sucediera lo peor con ellos.
Y lo hicieron sin que la mayoría estuviera acompañados de sus padres y a bordo de dos peñeros, la misma frágil embarcación que se emplea para cruzar el Golfo de Paria, con aproximadamente unos 15 kilómetros entre los puntos más cercanos
En el colmo del horror que debieron vivir estos compatriotas, fueron dados por desaparecidos en alta mar, en el trayecto entre la isla y la tierra firme de la costa venezolana.
Quizá lo más alarmante del doloroso caso sea el hecho de que algunos de estos menores padecían de delicadas condiciones de salud para las cuales sus padres no podían conseguir tratamiento en Venezuela, y el motivo que los empujó a la arriesgada aventura fue nada menos que intentar salvar las vidas de sus pequeños.
Es el caso de Alicia, de nueve años, quien porta una válvula en el corazón, y de su hermano Said, cinco años, quien sufre un soplo. Ambos fueron expulsados junto a su madre, Nelisbeth Contreras, según la denuncia efectuada por Félix Marcano, padre de los dos niños.
«Estamos muy preocupados por la situación, fueron regresados a Venezuela a pesar de que había un tornado que estaba pasando por la zona. Nos ha dejado en shock. Fueron enviados sin ningún tipo de seguridad, el bote no tenía número, no tenía registro, ni siquiera sabemos quién lo ordenó», según amplió a los medios de comunicación el señor Torres.
Para hacer aún más doloroso el caso, se divulgó que el hecho ocurrió horas antes del inicio de un juicio en el que solicitarían su permanencia en la isla, según le informó a BBC Mundo la abogada Nafeesa Mohammed.
Entre los testimonios recabados por distintas fuentes, se pudo conocer que estuvieron en el mar 48 horas a la deriva y que finalmente fueron devueltos a Trinidad por orden de un tribunal.
«Sobrevivimos como pudimos en el mar. No hemos comido, nos picaron la plagas, algunos de los niños están resfriados, vomitaron y están débiles, pero gracias a Dios pudimos llegar», le dijo Cristian Mendoza, uno de los venezolanos retornados, al medio local Trinidad y Tobago Newsday.
Se encontrarían detenidos en condiciones infrahumanas y a la espera de qué va a pasar con ellos.
Este tipo de desgracias no pueden ni deben volver a suceder. Ni con venezolanos ni con ningún otro gentilicio, en ningún otro lugar del mundo.
Sin embargo y por supuesto, este episodio que nos indigna y avergüenza como seres humanos se vuelve infinitamente más doloroso en tanto y en cuanto le tocó a gente nuestra.
Las autoridades venezolanas están en el deber de protestar enérgicamente ante el gobierno trinitense este atropello que ha podido terminar en tragedia. Nuestro gentilicio está ofendido y herido por la inconsciencia y la irresponsabilidad de unos funcionarios que deben dar la cara y ser sancionados ejemplarmente.
Y se abre una vez más la discusión sobre el grito de desesperación que embarga a los venezolanos, atrapados en situaciones donde la impericia y el mal proceder han puesto a muchos contra la pared.
El venezolano emigra para ganarse una vida mejor, haciendo enormes esfuerzos y para escapar de un entorno hostil, que no solamente no garantiza los más elementales derechos para una vida digna, sino que además pone la existencia de nuestros seres queridos en riesgo permanente, como es el caso de los pequeños con dolencias de salud, cuyos padres desesperados se vieron en el caso de arriesgar sus vidas para jugarse la lotería de una posible solución.
Es un tránsito por el cual no debería atravesar ningún venezolano, cuando fuimos una nación acogedora de quienes huían de condiciones adversas en sus países. Sencillamente no hay derecho.
No hay razón para que, siendo ciudadanos de un país que tiene todas las condiciones dadas para ser uno de los mejores del mundo, su gente tenga que escapar en condiciones precarias hacia destinos inciertos y amenazantes, con el fin de intentar procurarse una existencia decente, la cual es su derecho en la tierra donde nació.