En una relación sentimental siempre será mejor evitar la llegada de un tercero que, aunque en vez de la causa, como muchos piensan, sea la consecuencia de que el vínculo va mal. Esa tercera persona se transforma en la prueba fehaciente de infidelidad
Como, en sus primeros años de vida, los niños toman con sus manitas cualquier objeto que les llama la atención, los adultos somos vulnerables para satisfacer los instintos.
Entonces, nos dejamos llevar por deseos imprudentes y sancionables para muchos, pero, hasta cierto punto, justificados para otros. Por eso, en resumidas cuentas, en lo relativo a primarias intenciones, en poco, nos diferenciamos de los animales.
Por consiguiente, muchas veces, permitimos que la atracción predomine sobre lo racional. Esto se da, quizá, si estamos viviendo una relación en que las necesidades emocionales y/o físicas no son satisfechas. Esas insatisfacciones nos llevan a caer en tentaciones que son sólo otra forma de describir cuando se da rienda suelta al huracán de las emociones contenidas; en algún momento, desestimadas que, después, por diversas circunstancias cobran vida.
Carla y Jaime -los personajes de la presente historia- son dos personas que viven un episodio en que la pasión se desborda sin importar lo que se lleve por delante.
1. Matrimonio frustrante
Carla, de veintidós años, cabello largo y abundante, de sonrisa angelical, figura fina y delicada, llevaba tres años de matrimonio con Ricardo, de treinta y cuatro años, alto, moreno, de ojos tirando a verde, atractivo y algo frívolo en los asuntos del corazón, ya que su prioridad era el trabajo, pensaba únicamente en alcanzar una posición profesional respetable y aquello de mantener contenta a su esposa entonces pasaba a un segundo lugar.
A pesar de ser joven, Ricardo vivía amargado y obstinado, dedicado de lleno a su profesión de ingeniero químico hasta el punto de que todo lo demás a parte de la dedicación al oficio, se convertía en algo no relevante para él, incluso su matrimonio con Carla.
La esposa de Ricardo, en cambio, disfrutaba la vida a plenitud, el olor de la lluvia, el sol radiante, el viento tremendo que alborotaba su cabello y sus estudios de publicidad en un instituto universitario, faltándole poco para terminarlos, en fin, todo lo que la vida le brindaba, excepto un matrimonio feliz como, posiblemente, anhela toda mujer.
Ricardo se negaba a oír las quejas de insatisfacción de su esposa, que se resumían en que no se sentía amada, más bien desplazada, sin que, curiosamente, existiera una segunda mujer que le robara el corazón de su compañero sentimental.
2. Un amor oculto
Javier era el compañero de clase de Carla, su paño de lágrimas cuando ella discutía con Ricardo y llegaba a la institución educativa con los ojos hinchados de tanto llorar por suplicar una atención que no llegaría, ya que él desestimaba los deseos y anhelos de su mujer.
Desde que, por primera vez, Javier la vio se enamoró de ella, pero el aro de matrimonio que Carla siempre llevaba le impedía acercársele, para entablar un romance tal como él quería, o imaginaba en sus sueños más cálidos.
En los peores momentos de la relación entre Ricardo y Carla, en que ya nada a ésta le importaba, en que ya se había resignado a su fatalidad conyugal, sin proponérselo, ella empieza a apreciar lo atento que es Javier, su interés en complacerla en todos los detalles y sobre todo en lo apuesto qué es, un chico de veinticinco años, de cuerpo atlético, sonrisa sensual y ojos claros que tenía a las compañeras de estudio detrás de él.
Lo anterior Javier parecía ignorarlo y en vez de halagar su ego masculino le era indiferente ya que sólo deseaba la atención y el amor de Carla quien, para él, era prohibida.
Javier tenía sólo ojos para su amiga Carla, quien comenzaba a tenerlos para él, ya que Ricardo, su esposo, se había convertido en un perfecto extraño en el lecho matrimonial.
3. Atracción correspondida
Era martes en la mañana, Carla asiste a la clase de Semiótica. Se sienta al lado de Javier. Siente su olor, él roza la mano de ella. Ese día, ninguno de los dos se pudo concentrar en el mundo de los signos que iban en busca de sus significados sustanciales, porque, esa mañana, sus mentes y sus cuerpos deseaban convertirse en uno y sus pensamientos en una imagen acústica compartida.
Al finalizar la clase, sin hablar, se van juntos a tomar un café, dejándose conducir en una misma cadencia que anuncia cuando dos cuerpos se confundirán muy pronto el uno con el otro.
Carla sólo enuncia una frase: Me voy a separar de Ricardo. Aquella oración de seis palabras se transforma en música para los oídos de Javier, quien, al oírla, no puede evitar sonreír en vez de mostrarse preocupado y aconsejar a su amiga sobre que considere una reconciliación para salvar el vínculo. Aquel martes, él la mira fijamente, luego, busca los labios de ella que están dispuestos a hacer raptados por sus labios.
Los dos sumergidos en la atracción correspondida del uno por el otro, salen del cafetín rumbo a dar rienda suelta a los deseos de la piel, que dejaran de ser prohibidos o tentaciones efímeras a la vista de todos para concretarse en un compromiso. Javier soñaba en proponerle matrimonio a Carla. Ahora, una vez que le salga el divorcio, él hará su sueño realidad, la convertirá en su esposa.
Ese martes, cuando se entregó a los brazos de Javier, Carla supo que lo amaba desde hacía tiempo, él le confesó que la amó desde la primera vez que la vio. Confesiones que terminaron con la promesa de amor eterno una vez satisfecho los deseos la carne y los del espíritu también.
Evitando un intruso en la relación
*** En una relación sentimental siempre será mejor evitar la llegada de un tercero que, aunque en vez de la causa, como muchos piensan, sea la consecuencia de que el vínculo va mal. Esa tercera persona se transforma en la prueba fehaciente de infidelidad.
*** Por consiguiente, una buena dosis de sinceridad para expresar desamor, insatisfacción o diferencias irreconciliables es preferible antes de ser infiel, para poner sobre la mesa lo que aflige y analizar si esa relación debe finalizar o merece una oportunidad de rescatar aquello que una vez los unió.