Cuando el padre de Gary Heidnik se enteró de las atrocidades cometidas por su hijo, declaró a la prensa: “¡Jesús!, debe haber perdido la cabeza. Si de verdad ha hecho esas cosas, espero que termine en la silla eléctrica. Yo mismo bajaría la palanca para ejecutarlo”
La religión, sea la que sea, suele traer a sus seguidores una cierta paz del alma, un camino a seguir y un reflejo de algo superior. Lamentablemente, en otras ocasiones, se utiliza la excusa de estas creencias para justificar actos atroces y totalmente desaforados. El caso de Gary Michael Heidnik era, por desgracia el segundo.
Y es que este joven, nacido en 1943, se encargó de fundar una iglesia, al margen de otras ya existentes, en las que dio rienda suelta a toda su maldad y a su maquiavélica planificación para cumplir sus retorcidos sueños.
Más alla de la perversidad
Gary Michael Heidnik nació el 21 de noviembre de 1943 en el suburbio de Eastlake, en Cleveland, Ohio. El matrimonio de sus padres comenzó a fracasar cuando su hermano Terry, nacido 17 meses después que él, daba sus primeros pasos. En la petición de divorcio, el padre de Gary, Michael Heidnik, acusó a su mujer de ser una bebedora empedernida y violenta.
La madre, Ellen, acusó a su marido de incumplimiento de sus obligaciones. Cuando se separaron, ella se llevó a los niños y se casó por segunda vez. Los pequeños se quedaron a su lado hasta que Gary tuvo edad de ir al colegio. A partir de entonces, vivieron con su padre, casado también en segundas nupcias.
En casa de su padre, recibía las burlas del mismo, a causa de un problema que le persiguió durante años: se orinaba en la cama. También hubo un nuevo problema: se cayó de un árbol y a consecuencia del golpe, se le deformó el cráneo, provocando que los otros niños lo llamaran “El Balón”.
Para continuar con su pesadilla psicológica, su madre optó por el suicidio para escapar de su trágica vida. Su muerte, le destrozó y le dejó muy atormentado. A lo largo de su vida, se registraron 21 ingresos en centros psiquiátricos, en los que tuvo numerosos tratamientos, pero nunca consiguió mejorar. También se le contabilizaron 13 intentos de suicidio.
En 1971 frecuentaba la compañía de prostitutas, a las que maltrataba y despreciaba. Era su única manera de relajarse, de sentirse feliz. Asqueado de su vida y tras haberse enriquecido y arruinado varias veces, se le ocurrió una nueva manera de sobrellevar su existencia: fundar una iglesia, una congregación en que refugiarse y dar rienda suelta a sus instintos: La Iglesia Unida de los Ministros de Dios.
Él fue fundador, único miembro y esperaba, el primero de muchos. Con sólo 28 años tenía a su disposición todos los recursos de una iglesia recién fundada, en la que se cometían atroces violaciones y palizas a prostitutas. Prostitutas que tenían una característica en común: todas eran mujeres negras. El nivel intelectual de estas chicas era muy bajo, pues él las buscaba así, manejables, con miedo y sin expectativas.
En una de estas brutales citas, la chica consiguió reunir el suficiente valor para denunciar al brutal Gary. La policía lo detuvo y el juez lo condenó a varios meses de prisión. La cárcel no sirvió de mucho, más bien hizo que su crueldad y maldad aumentara.
Al salir, pensó en dar un giro a su vida: en lugar de jóvenes afroamericanas, tendría una esposa asiática. Pensaba que así sería más sumisa, por lo que se casó con Betty en 1983. Ella era una asiática que encontró a través de una agencia, pero el matrimonio no fue bien y tras unos meses de violaciones, infidelidades y palizas, ella le abandonó.
Canibalismo
Gary pensó, entonces, en aprovechar su condición de obispo de su propia iglesia para rodearse de un harén, de quince esposas. Así, reunió en su hogar a varias prostitutas, a las que sometía a las más crueles palizas, pero entre ellas, había una favorita, la primera en acercarse a su Iglesia: Josefina Rivera, que consiguió ser su lugarteniente y la que reclutaba a las chicas para ser sometidas por él.
Ella también recibía su propio castigo, pero ella consentía, se dejaba llevar, igual que el resto. Sufrían largas sesiones de sadomasoquismo y palizas, incluso, las obligaba a golpearse entre ellas y las violaba sin dar opción a escapar. Llegó el momento en que dos jóvenes murieron.
Gary las encadenaba y golpeaba en el sótano. Sandra Lindsay murió allí, colgada del techo. Había abortado un hijo de Gary y el castigo fue morir así, de inanición y abandonada a su suerte. La otra, Deborah Dudley, murió a consecuencia de una sesión sadomasoquista, pues a Gary “se le fue la mano” y la electrocutó.
Se deshizo de los cadáveres, utilizando su pavorosa y depravada mente: pulverizó los cuerpos e hizo una papilla de carne cocida, que dio a comer a sus chicas. Los restos más grandes, se los dio a su perro, que disfrutó con brazos y piernas.
Las chicas comieron los cuerpos de sus compañeras, sabiendo que lo hacían, obligadas por el cruel Gary. Josefina estaba a punto de explotar, encerrada y agobiada por la maldad de su mentor, así que consiguió escapar de su control, obteniendo un breve permiso para ir a ver a su familia.
Josefina, al salir, acudió de inmediato a la policía. Los agentes fueron a buscar a Gary y en el lugar encontraron restos de las dos fallecidas y a tres muchachas maltratadas, con los tímpanos perforados por un destornillador y completamente desnutridas.
Fue detenido y sentenciado rápidamente. Nadie ayudó a Gary Heidnik en el juicio, ni siquiera su abogado defensor. Fue condenado a muerte y ejecutado el día 06 de julio de 1999.
La ley es clara
El fiscal del caso contra Gary Heidnik dijo: “Heidnik se llevó a estas mujeres a su casa. Las torturó y abusó de ellas en repetidas ocasiones. Mató a dos de ellas, descuartizó uno de los cadáveres, lo cocinó y se lo dio a comer a las demás”. Dejó bien claro que el hecho de que alguien se comporte de modo extraño o inusual, no es garantía suficiente para que la ley le considere demente
Edda Pujadas
Twitter: @epujadas/ La Voz