“El futuro no ha estado nunca tan ‘abierto’ como hoy cuando sabemos que depende de nuestra propia producción” (Schelsky 1979).
La semana pasada iniciamos una reflexión sobre el tópico que intitula y lo hicimos evocando por contraste los momentos en que la humanidad estelarizo con generaciones excelentes. Los griegos de la antigüedad, los florentinos del renacimiento, los alemanes del decimonónico, los austriacos y otros germánicos a partir del Círculo de Viena fueron recordados como astros humanos.
Paralelamente es destacable que los mismos griegos atribuyeron a sus guerras su ocaso; Toynbee de su lado connota que las debilidades en la dinámica demográfica se citan como causalidad de la decadencia entre otras circunstancias traídas para explicar la caída de los ejercicios civilizatorios helenos. Gibbon encuentra en su discurrir toda una panoplia argumental para comprender el colapso de Roma. Le Goff reivindica la escuela francesa de Los Anales y entre muchos y brillantísimos aportes el medievalista afirma que el declive como fenómeno es más bien un hallazgo antiguo y contraria entre otros a Hannah Arendt que lo ubica en la modernidad conceptual y lingüísticamente.
Altos y bajos hacen la historia. En la cima y en la sima tenemos naturaleza y es menester apreciar que en ocasiones los hombres por su desempeño los miramos hacia arriba con admiración y también hacia abajo con rencor o desprecio. Así tenemos periodos de excelsitud y otros de mediocridad. Viene a mi memoria una frase atribuida a Voltaire que evidencia el sentido que persigue mi disquisición sin embargo; “La Política grande es como la cima de las más altas montañas, solo llegan a ella las águilas y los reptiles.” Tenemos episodios en que advertimos rutilantes la actuación de los nuestros y desde luego, podemos apreciarlos antes o luego más discretos o sencillamente comunes u ordinarios. Inclusive notamos en las conductas rasgos relacionados con valoraciones que estimamos y distinguimos pero que para otros carecen de importancia. Lo importante es llegar se escucha decir…!
Es cierto que la generación americana conocida como de los padres fundadores es digna de fe y para muchos de veneración y en Venezuela, aquellos hombres que protagonizan desde Gual y España pasando por Madariaga, Roscio, Yanes, Ribas, Bello, Miranda, Mendoza, Rodríguez y el procerato independentista que encabezan Bolívar y Sucre componen una constelación de legítimo reconocimiento pero también es verdad que esos mismos hombres pueden y son a veces sujetos de denuestos por decir lo menos aunque nadie los llamaría mediocres.
De eso se trata esta reflexión; no basta figurar para lucir. No es suficiente llegar para hacerse acreedores de genuinos halagos aunque ya nos enseño en Venezuela Pio Gil o Edecio La Riva Araujo que el poder por el solo es objeto de lisonjas y la mediocridad también llega y se viste en ese teatro aunque la contingencia, el azar, el capricho y la fortuna tengan mucho más que ver que la calidad del actor en cuestión examinado.
Hay periodos de exultante talento y probidad, desprendimiento, generosidad, genio y los hay en los mismos roles de oscuros o tenues, egoístas, incapaces que la vida sortea para trascender a pesar de su impresionante modestia. La semana próxima agregaremos algunas notas y especialmente sobre la Venezuela reciente.
Nelson Chitty La Roche
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