Como la prensa es una limitante contra los abusos del poder, este gobierno hace lo posible por controlarla, argumentando las mismas catástrofes que auguraban los partidarios de la censura en siglos pasados
Analistas sostienen que la mejor medicina contra la enfermedad del poder es una prensa libre y los hechos les dan la razón. Como la prensa es una limitante contra los abusos del poder, este gobierno hace lo posible por controlarla, argumentando las mismas catástrofes que auguraban los partidarios de la censura en siglos pasados.
La desinformación, en los casos de enfermedad de poder, es una de las técnicas propagandísticas más eficientes en la propagación de información falsa para crear confusión en la opinión pública.
Los gobiernos, bajo el pretexto de garantizar a los ciudadanos el derecho a la información, no cesan en crear y ejercer medidas para limitarla. Las técnicas de la burocracia y la complejidad de la sociedad industrial, depositan en los gobiernos de turno tal cantidad de resortes, que la división de poderes es insuficiente para controlarlos.
La prensa como institución, es un buen método de supervisión y por eso los gobiernos autoritarios se resisten a aceptarla.
Su argumentación es sencilla: las informaciones ponen en peligro las soluciones políticamente trabajadas.
Walter Lippmann, columnista americano, observó que los políticos gobernaban cada vez más basados en el sentimiento popular. Sus investigaciones lo llevaron a descubrir que la opinión pública se había equivocado muchas veces en la discusión de los grandes temas. El periodista escribió: “Puede resultar funesto para la supervivencia del Estado como sociedad libre, que cuando haya que decidir sobre cuestiones de la guerra y la paz, de la seguridad y el orden, los gobiernos no tengan el poder para decidir”. Concluía que la “desvitalización de la gobernabilidad es la enfermedad de los estados democráticos”.
El escritor británico David Owen señala en su trabajo “En el poder y en la enfermedad”, que las malas decisiones y la ejecución incompetente son los dos principales factores que han caracterizado a los malos gobiernos. Argumenta: “Muchas veces se dice, con cierto cinismo, que tenemos los políticos que nos merecemos”. Owen señala que la enfermedad que debe preocupar a los ciudadanos es la que afecta al sistema político de un país, no a los mandatarios.
Owen concluye diciendo que esas dos enfermedades van unidas. Y son la esencia misma de la democracia representativa, por tanto, la capacidad y voluntad de dirigir por parte de un gobernante en funciones está erosionada.
En su lugar ha surgido la democracia consultiva y los gobernantes ven que pueden tener una vida más fácil, conformándose simplemente con permitir que las encuestas de opinión y los grupos focales dicten sus acciones.
Noel Álvarez
@alvareznv