Al promover el encubrimiento de los señalados, ha demostrado al planeta entero que si este río que suena es porque muchas piedras trae
Se puede matar al mensajero, pero el mensaje queda. Si lo que deseaba Maduro al censurar a CNN en Español era evitar que se hablara de la posible vinculación de cualquiera de sus altos funcionarios con crímenes muy graves, que van desde el narcotráfico hasta la colaboración con el terrorismo, lo que lo logró fue precisamente lo contrario. Él mismo puso sobre el tapete mundial el tema y, al promover el encubrimiento de los señalados, ha demostrado al planeta entero que si este río que suena es porque muchas piedras trae. Ahora es El Aissami, su vicepresidente, el que está bajo la lupa, pero antes han sido otros, y por mucho que se presione a los medios, por mucho que se trate de evitar que la verdad, que es muy terca, aflore y se conozca, nunca la censura ha servido a ese propósito. En un mundo como en el que vivimos, en pleno siglo XXI, el que busca encuentra y no es difícil, incluso bajo la opresión que se vive en Venezuela, enterarse de que uno necesite o quiera saber.
Quizás otras dictaduras la tuvieron más fácil. Ni Pérez Jiménez ni Gómez, por solo mencionar dos caso que nos resultan cercanos, tuvieron que vérselas con las redes sociales ni con esta tecnología moderna que pone en manos de cualquiera la posibilidad de hacer llegar al mundo entero cualquier información, en tiempo real, sobre cualquier evento o suceso que se produzca. Ni siquiera en Cuba, donde incluso al día de hoy el uso de internet está limitado, pudo Fidel evitar que blogueros muy famosos, como Yoani Sánchez, le contaran al mundo lo que en realidad significaba vivir en ese “mar” de supuesta “felicidad”.
Y es que basta que algo se prohíba para que de inmediato a todos nos interese mucho más. La dama que lo muestra todo es flor de un día, y no se la desea ni se la recuerda tanto como a la que mantiene velados y distantes sus encantos. Lo mismo pasa con la información: si permites que se ventile públicamente y que se tenga fácil acceso a ella, sin hacer de ello una tragedia o hasta sin darte por enterado, al día siguiente, sobre todo en un país tan acontecido como el nuestro, ya será “periódico de ayer”, desplazado de la atención general por nuevos acontecimientos que ocuparán, sucesivamente y hasta el olvido, nuestras atenciones. Pero, si como lo ha hecho Maduro ahora, ante una información que se divulga, saltas de inmediato a rasgarte las vestiduras, pataleas, vociferas y llegas incluso a prohibirla, sobre todo si eres el presidente de una nación, lo que vas a lograr es que la gente quede aún mucho más intrigada e interesada y no pare de indagar hasta verle el hueso a la noticia.
Así las cosas, Maduro ha logrado el efecto contrario al que, al menos de la boca para afuera, pretendía. Y así lo digo porque aunque no se le acreditan muchas luces, estos años de presidencia le han debido enseñar una o dos cosas en materia comunicacional, y si no me lo creen, noten ustedes cuánto tiempo hemos perdido distraídos cada vez que suelta en cadena nacional alguno de esos ya comunes atentados suyos contra la lengua española, o cuando sale echando un pie con la “primera combatiente”, mientras el país se le cae a pedazos. No es Chávez, evidentemente, que tenía vena natural para la manipulación de la opinión pública a través de los medios, pero algunos trucos y sutilezas sí los ha aprendido y, seguramente, no era Maduro ajeno al hecho de que la censura a CNN en Español mostraría y demostraría mucho más de lo que lograría ocultar.
Lo que es más grave (digo, para los señalados en la noticia que motivó la censura) es que no se midió (¿o sí?) el impacto y relevancia internacional que adquiriría el reportaje al convertirse en la causa de que CNN en Español saliera de las “grillas” de las cableras en Venezuela. Lo que quizás, pese a su gravedad, hubiese terminado siendo una nota que solo tendría relevancia entre nosotros, los venezolanos, y para otros pocos factores interesados, terminó en boca del mundo entero, y no fue CNN en Español la que la colocó en ese privilegiado lugar, sino el mismo Maduro. El nombre de El Aissami ahora sí que se conoce en el mundo entero, no para su bien, y esto es de la exclusiva responsabilidad de Maduro.
Esto me lleva a preguntarme si tras toda esta bravata no hay más que una maniobra muy bien estructurada por Maduro y sus incondicionales, para sacar definitivamente del juego de la silla presidencial a El Aissami, que ahora, por razones obvias, no puede rondarla ni aspirar a ella como evidentemente lo estaba haciendo. Ahora más afianzada y conocida que nunca, su inclusión en las listas negras del Departamento del Tesoro de los EE.UU., tal y como muy bien lo desarrolló Ronna Rísquez para Tal Cual (ver su entrega del 16/2/17, titulada: “¿Por qué El Aissami ya no puede ser presidente?), tiene una consecuencia práctica, inmediata e indiscutible: lo deja materialmente inhabilitado para la presidencia, en una suerte de “cuarentena administrativa” que le impide suscribir, a título personal y mucho más como representante de un país entero, convenios o acuerdos con el gobierno, con ciudadanos o con empresas norteamericanas, o con personas, países o empresas relacionados con éstos. ¿Puede cualquier persona, en estas condiciones, siendo que la gran mayoría de los países del mundo no se quiere meter en problemas con los gringos, ser el máximo representante del gobierno de Venezuela? Evidentemente, no. Un presidente que ni siquiera puede salir de su país por el riesgo que correría de hasta terminar detenido, es un presidente que no le conviene ni a los más radicales “revolucionarios”, mucho menos si no está habilitado para suscribir los convenios internacionales que, todos los sabemos, es de donde salen “los cobres” que muchos dilapidan. A mí me cuesta mucho creer que Maduro, al asestar su golpe de gracia, no estuviera al tanto de todo esto.
Esta es por supuesto una hipótesis, pero dadas las circunstancias no deja de parecerme plausible. El Aissami es un hombre poderoso y, me consta, pues lo conozco personalmente, muy inteligente. Así que no es descabellado pensar que Maduro, mucho más “básico” y llevado a nombrarlo vicepresidente vaya usted a saber bajo cuáles presiones, lo haya terminado interpretando como una amenaza real a su poder. Sumando piezas al coctel, hace nada una sentencia del TSJ a El Aissami le había limpiado el camino a Miraflores con una sentencia que a él, con doble nacionalidad, le removía los escombros que le impedirían constitucionalmente llegar a ser presidente. Quizás esta fue la gota que derramó el vaso. Maduro sacó sus cuentas y entre sacrificar a su vicepresidente, elevando a la enésima potencia su exposición sobre muy turbios asuntos, y la amenaza que El Aissami representaba para su mandato, eligió el que para él, para Maduro, era el menor de los males.
En todo caso, más allá de las sospechas mundiales que ha hecho Maduro recaer sobre su vicepresidente, y de la veracidad que la censura oficial le ha otorgado a las acusaciones públicamente formuladas por CNN en Español en el reportaje de la discordia, si la hipótesis que planteo es cierta, revela que, en el mismo oficialismo, como muchos lo han dicho ya, la pelea por la propia y personal supervivencia es a cuchillo y que la lealtad a ultranza al “proceso” o al “legado”, lo que quiera que esto sea, ya no es más que un mal recuerdo.
«Maduro sacó sus cuentas y entre sacrificar a su vicepresidente, elevando a la enésima potencia su exposición sobre muy turbios asuntos, y la amenaza que El Aissami representaba para su mandato, eligió el que para él, para Maduro, era el menor de los males…»
Gonzálo Himiob Santomé
@himiobsantome