Caracas aplaudió ese espectáculo en 1993 y ahora se muestra en el Trasnocho Cultural con un renovado reparto actoral
El viernes 8 de septiembre de 1993, vimos en el auditorio del Centro Cultural Consolidado (CCC) -donde funciona ahora el Centro Cultural BOD- el estreno de Cartas de amor, obra de carácter epistolar, en dos actos, que plasma la melodramática historia de Andrew Makepeace Ladd III y Melissa Gardner, por intermedio de la correspondencia que intercambiaron entre ellos a lo largo de medio siglo de sus vidas. La traducción, versión y montaje de esa pieza de Albert Ramsdell Gurney (Búfalo, Estados Unidos, 1930/Nueva York, 2017), estuvo a cargo Miriam Dembo. El vestuario y la minimalista escenografía fueron resueltos por Eva Ivanyi y John Lange, respectivamente. Y el elenco lo integraron María Cristina Lozada y Fausto Verdial, en inolvidables caracterizaciones.
A escasos 24 años de ese evento cultural, en el Trasnocho Cultural hemos aplaudido el remontaje de la misma traducción y versión de Cartas de amor, con las excelentes caracterizaciones asumidas por Mariángel Ruiz y Héctor Manrique, quien además asumió la reposición del actual espectáculo, ciñéndose a los lineamientos del montaje que hizo Miriam Dembo, pero dándole matices muy histriónicos a su personaje.
Y para que la audiencia del Trasnocho Cultural se divierta, la productora Carolina Rincón organizó tres parejas más de comediantes, integradas por los actores Prakriti Maduro y Sócrates Serrano, Julie Restifo y Javier Vidal y María Cristina Lozada y Jorge Palacios, quienes se estarán alternando hasta el próximo 8 de octubre, cuando culmina esta temporada, con lo cual se podrán ponderar las respectivas caracterizaciones de los protagonistas de tan enternecedor espectáculo, que es algo más que una historia existencial estadounidense a partir de una intensa correspondencia, costumbre que ha menguado notablemente en este siglo como consecuencia de los emails y otros progresos comunicacionales electrónicos. Pero el amor no ha cambiado, a pesar de los obstáculos, como el Sida, y todavía, anda por ahí buscando a quien cambiarle la vida o invitarlo a escribir cartas o emails, entre otras cosas.
Amor para curar o morir
Cuando vimos por primera vez a Cartas de amor escribimos, y aquí lo reiteramos de nuevo, que es una oportuna invitación a reflexionar sobre el amor, el único sentimiento que iguala a todos los seres humanos y que es capaz de hacerlos acometer las más grandes conquistas o proezas, o, en el caso opuesto, de sumergirse en las más abyectas y siniestras conspiraciones, con tal de obtener o preservar al ser amado o de impedir que otros lo disfruten.
Para comprender cómo Melissa y Andrew hacen sus terapias psicológicas ante una carta, hay, por supuesto, que saber cómo era la vida en esos sectores de las clases medias de Estados Unidos antes de los años 80, antes de que irrumpiera “la enfermedad del siglo”, que conspiró contra el amor e incluso pretendió prohibir el amor o sacrificar el amor mismo, como oportunamente lo advirtió Susan Sontag. El Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida (Sida) llegó para alterar las conductas sociales y exigir cambios rotundos en las relaciones sociales y sexuales. Aquí en Venezuela, el Sida diezmó a su mundo artístico y creó una crisis generacional de la cual aún no se recupera.
Gran espejo
Por supuesto que Cartas de amor es un gran espejo que muestra todo lo que puede ocurrir a quienes no se atreven a dar el gran salto, a vivir de acuerdo a sus impulsos y abandonar las conductas caducas de una sociedad anquilosada y atada al pasado. Ahí es cuando hay que lamentarse de lo no hecho. Ahí queda solo llorar amargamente lo realizado, más nada. Este espectáculo del año 2017, como aquel de 1993, sin ser novedosos, como tampoco lo es el hecho de que dos seres humanos se carteen consecuentemente, son educativos y entretenidos. El montaje se limita a mostrar sendos escritorios, desde donde una mujer y un hombre, cómodamente sentados, leen de manera activa la carta que están enviando o que han recibido. Esa emotividad, ese degustar de cada una de las palabras, esa poesía presente en cada una de su oraciones, es más suficiente para atrapar la atención del más renuente espectador ante ese tipo de espectáculos estáticos, esos donde no pasa nada físico en la escena, pero todo transcurre en el alma de cada uno de los espectadores. Es un espectáculo que se disfruta desde el cerebro y los respectivos sentimientos de cada uno de los ahí presentes. Es, pues, y debemos reiterarlo, una lectura dramatizada, totalmente aleccionadora sobre el amor o con las relaciones humanas de mayor o menor intensidad y honestidad .Es un teatro que transcurre en la imaginación del espectador. No todo el teatro es así, pero siempre será un cuento bien echado y un regalo para la inteligencia y la paciencia del público.
EL ESPECTADOR / EDGAR MORENO URIBE / @eamorenouribe