El sector de la parroquia Sucre, uno de los más concurridos de Caracas, fue el primero al que se le distribuyó un pase de movilidad por cada familia. Hasta el momento no hay claridad sobre cómo es su uso ni quién dio la orden. Mientras tanto, en el mercado de la populosa zona y sus alrededores la gente se aglomera para comprar comida, los trueques se han multiplicado y los funcionarios de seguridad del Estado están desplegados en las avenidas y calles principales
La semana pasada los residentes de Catia amanecieron con la noticia de que por cada casa iban a recibir un pase de movilidad para la cuarentena. El permiso, suerte de boleto hecho de cartón, dice que pertenece al «Plan Especial de Control de la Movilidad» y tiene escritos los hashtag #LaPrevenciónEsLaClave y #QuédateEnCasa.
Todavía no está claro quién dio esta orden: ninguna autoridad del gobierno se ha referido al tema. La gente se enteró a través de los grupos de WhatsApp de los CLAP y luego recibió el pase que otorgó el consejo comunal.
«Al principio fue un enredo. Nos dieron los pases para entregarlos en nuestra calle y a ciencia cierta no sabíamos cómo se iba a trabajar, si era para el día de parada o uno por familia. Hay mucha desinformación con respecto a eso. Lo que veo es que están tratando de que la gente de otras zonas no venga a Catia porque, por ejemplo, la gente de La Florida u otros municipios viene a comprar porque es más barato. Entonces, el sector colapsa», dice Dayana de Díaz, residente de la parroquia.
Queda todavía la duda sobre el alcance del pase de movilidad: ¿es solo para usarlo en la parroquia Sucre o también sirve para trasladarse a otros sectores?
El coordinador de Vente Venezuela en Caracas, Javier Chirinos, considera que es necesario preguntarse si esta es una medida para prevenir el coronavirus o si en realidad su finalidad es el control social.
«Siento que es un plan piloto para aplicarlo en otras parroquias y municipios más vulnerables», indicó el político. Además, criticó en qué momento se aprobó esta propuesta por parte de la Alcaldía de Caracas.
Por ahora ni la policía ni la guardia han sido demasiado exigentes con el pase de movilidad. El Mercado de Catia, el bulevar, la plaza Sucre y las calles Argentina y Colombia siguen estando repletas de gente entre las 7:00 am y las 11:00 am, aunque los buhoneros y los bachaqueros fueron desalojados.
Ya a partir del mediodía hay menos personas porque los funcionarios de seguridad del Estado piden a los comerciantes cerrar sus establecimientos y llaman a la gente a confinarse en casa. Y en plena plaza, una de las zonas más concurridas, se instaló una corneta que a alto volumen pide a la gente ser conscientes y que se cuiden del coronavirus usando tapabocas, manteniendo distancia, lavándose las manos y quedándose en casa.
El distanciamiento de un metro y medio no existe en la periferia del mercado principal: la gente camina entre un cercado instalado por la GNB hasta la única puerta abierta del lugar. En la entrada suelen estar al menos tres militares y es necesario pasar antes por una cabina que rocía levemente a la gente de agua con cloro. Dentro hay pocos negocios abiertos, pero es posible comprar vegetales, verduras, carne, pescado y charcutería. Entre los pasillos, la GNB exige a los compradores hacer las colas pegados a la pared para que los demás puedan seguir caminando. Allí tampoco se cumple el «distanciamiento social».
«Los pocos puestos que hay tienen bastantes clientes y a la vez hay mucho roce», relata Richard Alemán, que solo ha ido una vez al Mercado de Catia desde que se decretó el estado de emergencia en marzo.
Desde que comenzó la cuarentena, Catia fue tendencia casi a diario en Twitter. En redes sociales se han difundido fotos y videos de la aglomeración de personas en la populosa zona del oeste de Caracas, al igual que ha ocurrido con sectores como Petare o Quinta Crespo, a pesar de que la FAES, la GNB y la PNB están desplegados tanto en la avenida Sucre como en las transversales y las calles principales.
«En la avenida Sucre consigues gente transitando normalmente. Son lugares concurridos. También pasa que a Catia viene gente de otros sectores de Caracas para abastecerse. Creo que la cuarentena por aquí se ha cumplido a medias», opina Andy Díaz, esposo de Dayana.
Para Díaz el cumplimiento de las medidas preventivas también depende de la conciencia ciudadana; sin embargo, reconoce que el sector informal, muy común en Catia, se ha visto afectado porque no cuenta con un sueldo fijo: «Si vives al día a día, la situación es difícil».
La cantidad de personas que pasa casa por casa ofreciendo cambiar comida por otro producto ha aumentado. El año pasado lo usual era el trueque del azúcar, ahora hay personas que intercambian plátanos por arroz o harina de maíz. «Aquí a diario pasan dos parejas cambiando plátanos. Y no es para que se los compres, ellos están con su cesta y lo que quieren es llevarse comida», explica Dayana.
Cada vez más se ven más personas pidiendo dinero o comida. Lucía Linares cuenta: «Por acá pasa gente pidiendo también, incluso niños. Una vez vino un señor al que le di ropa, pero ahora están cambiando porque nadie quiere darle a nadie porque no tenemos, sobre todo también por la cuestión de la delincuencia. Uno relaciona una cosa con la otra».
Los otros problemas son la gasolina y el agua. A diario se hace una cola kilométrica por combustible en la estación de servicio de la Continental. La cantidad de motos y vehículos es tan larga que llega hasta Miraflores. Tanto Richard Alemán como Andy Díaz han optado por no usar sus vehículos, porque además es prácticamente imposible movilizarse después de las 8:00 am debido a los puntos de control.
«En cuatro oportunidades fui a hacer la cola y no pude echar gasolina. Entonces preferí dejar mi carro guardado», señala Alemán.
El mayor temor para ellos es que la pandemia por el coronavirus siga extendiéndose. «Yo estoy pagando sueldo a unos empleados que no están trabajando», subraya Richard.
A Dayana le preocupa también la estabilidad económica de la gente: «Muchas personas viven al día. Venden para comprar y luego comer. En mi trabajo me depositaron 1.100.000 bolívares, que es como una ayuda. Mi esposo es vendedor y si no vende no le toca nada. Gracias a Dios uno tiene un colchoncito para sacar los gastos, que es netamente comida. Pero sí veo que esto se ha alargado y mucha gente no tiene ese colchón para la comida. Supongo que por eso hay tanta gente en la calle vendiendo cositas para tener algo para comer».