“Es difícil porque durante estos días no llegaron con frecuencia las cajas del CLAP, y cuando llegaron, solo trajeron arroz y lentejas. También sufrimos porque no tenemos agua. Por eso, cuando me enteré que los bancos trabajarían, me vine, pero no tomé un autobús porque no tenía ni los 5 mil bolívares del pasaje”, contó Ligia Hernández, quien caminó 10 kilómetros para llegar al banco
Ligia Hernández tiene 65 años de edad y caminó 10 kilómetros para cobrar su pensión en el banco Bicentenario de Maiquetía. Desde que inició la cuarentena, accidentalmente bloqueó su tarjeta de débito y desde la fecha no ha podido utilizar su dinero. Para sobrevivir estos meses, se fue a casa de su hermana y allí compartían la comida.
“Cuando se me bloqueó la tarjeta casi que me pongo a llorar, porque vivo de lo que cobro y mis hijos me mandan muy poco. Me fui a pasar la cuarentena en casa de mi hermana para poder comer”, dice Hernández mientras espera su turno de ser atendida en la agencia bancaria.
Salió de Catia La Mar a las 5:30 am y a las 7:00 am era una de las cientos de personas que esperaban su turno para realizar el trámite bancario. Después de una larga espera pudo resolver su situación. “Más de uno se quedó sin poder ser atendido”, relata.
Los dos hijos de Ligia viven desde hace al menos dos años en el extranjero, uno en Colombia y otro en Perú. Antes de la pandemia por coronavirus le enviaban remesas a su madre constantemente, pero las restricciones en los países en los que está residenciados les han impedido ayudarla. “Es difícil porque durante estos días no llegaron con frecuencia las cajas del CLAP, y cuando llegaron trajeron arroz y lentejas. También sufrimos porque no tenemos agua; por eso cuando me enteré que los bancos trabajarían me vine, pero no tomé un autobús porque no tenía ni los 5 mil bolívares del pasaje”, señala.
Además de no comprar comida, Ligia no pudo adquirir las medicinas para controlar su tensión arterial. “Duré dos meses sin tomar el Enalapril, gracias a Dios no me sentí mal”.
Iris Paiva es otra de las afectadas por el cierre de las agencias bancarias tras la llegada del coronavirus a Venezuela. La mujer de 70 años de edad tiene dos meses sin poder utilizar su tarjeta de débito porque el banco le mandó a hacer una actualización y ella no supo hacerla. “Desde abril no cobraba, me mandaron a actualizar unos datos, mi nieta trató de ayudarme pero no se pudo”, cuenta.
Iris también tuvo tropiezos con el nuevo funcionamiento de las entidades bancarias tras la flexibilización de la cuarentena en el país decretada por la administración del presidente Nicolás Maduro. Como no sabía que día le tocaba ir al banco, fue lunes y martes.
“El lunes perdí el tiempo porque no me correspondía, me tocaba hoy (miércoles) y espero ser atendida pronto, porque vivo en Macuto y no hay muchos autobuses”.
Gracias a los pocos ahorros que la mujer tenía en casa pudo paliar los dos meses sin pensión. Aunque no es mucho el dinero que recibe, con eso compraba sus frutas y verduras. “Dejé de hacer mis sopas y cremas. Dependía de las cajas del Clap que llegaron dos veces. En casa somos mi nieta y yo, por eso pudimos rendir la comida”, explica.
A patica todos
Teófilo Piñango, de 70 años de edad, era uno de los cientos de abuelos que hacia filas en el centro comercial Litoral de Vargas, para poder cambiarle la clave a su tarjeta. Como no encontró autobús caminó desde La Guaira a Maiquetía porque necesitaba disponer de su dinero.
El hombre, oriundo de Caraballeda, llevaba tres meses sin poder utilizar su dinero y aunque en muchas ocasiones llamó al banco para desbloquear su tarjeta de débito, nunca fue atendido por los operadores.
Teófilo vive con su hija. Antes de la pandemia la ayudaba a comprar comida, pero durante los últimos tres meses no pudo hacerlo. “Pude tomar un bus desde Caraballeda hasta La Guaira, pero el chofer llegó hasta allí y para no perder mi viaje caminé hasta acá. Vine a resolver esta situación porque mi hija necesita que la siga ayudando”.
El hombre se queja por el precio de los alimentos y sabe que con su pensión no es mucho lo que puede comprar. “Como son tres meses lo que tengo allí, seguro me alcanza para comprar un poco más”.
Teófilo expone que la falta de agua potable también lo afecta. Desde marzo las cisternas cuestan mucho dinero y se ven obligados en su casa a cargar agua con bidones, en el casi seco río San Julián.
Cuando abrieron los pocos bancos en Vargas, los abuelos son quienes hacen las colas más largas para hacer cualquier trámite; la mayoría busca desbloquear su tarjeta. Muchos no migran a la banca por internet por tener poco conocimientos de la red, pero se quejan de que una sola sucursal de agencias bancarias sea la que esté disponible para atenderlos. “Yo trato de no hacer mucha cola porque tengo miedo de enfermarme por el coronavirus, pero básicamente en este banco nos obligaron”, dice Teófilo.
Reynaldo Mozo Z./Efecto Cocuyo