Por ello, se hace necesario abrir bien los ojos antes de decidir, para diferenciar el bien del mal, para ver el abismo fiscal al que se nos empuja a saltar.
Algunos de los representantes de los países latinoamericanos participantes en la última Cumbre Iberoamericana celebrada en Cádiz, desde la perspectiva del crecimiento promedio de la economía de América Latina y circunstancial de sus países, comentaron con implícito desdén el tiempo difícil que enfrentan países de la Unión Europea, olvidándose de cuantas veces varios de ellos -como Argentina ahora al borde de no poder cumplir los compromisos de su deuda- han vivido las tribulaciones propias de las peores crisis económicas.
Conforme la historia contemporánea registra y en este tiempo se ve, gran parte de los pueblos pareciera inclinarse por confiar la conducción de sus países a los que ofrecen complacerlos en todo, en vez de aquellos que con la verdad por delante les proponen hacer lo necesario para asegurar a plazo cierto -con sacrificios- afianzar y acrecentar su bienestar material y espiritual: la posibilidad de su realización personal en libertad según su querer y empeño.
Sin sacrificio
Después que escogen a los primeros, solo cuando ven seriamente comprometido su futuro -en caída en los abismos fiscales- optan por los otros; pero, entonces, pretenden que estos remedien de la noche a la mañana siguiente -sin exigir sacrificio alguno- los males generados por las políticas y acciones desacertadas y el despilfarro de los recursos públicos administrados. Como ha ocurrido en los casos de España y Grecia.
La historia contemporánea también registra que, independientemente del grado de desarrollo económico de los países -con grandes industrias o no, variados o pocos sectores exportadores, gran o limitada capacidad financiera y disposición mayor o menor de facilidades institucionales y materiales-, las malas políticas económicas gubernamentales, el endeudamiento sin inversiones económicas ni sociales reproductivas y el gasto populista que tienen por objetivo afirmar el poder, a largo o mediano plazo conducen al mismo resultado: el colapso de las finanzas públicas y la destrucción del patrimonio y el poder adquisitivo de los ciudadanos.
Tales comportamientos hacen de este tiempo un período del discurrir de los pueblos propicio para que se obscurezca el entendimiento y prevalezca la confusión en una hora cuando todo parece ser relativo -sin que esa sea la verdad- y deben tomarse decisiones que pueden determinar negativamente el futuro y comprometer gravemente su rescate. Por ello, se hace necesario abrir bien los ojos antes de decidir, para diferenciar el bien del mal, para ver el abismo fiscal al que se nos empuja a saltar.
Luis Enrique Oberto