Historias de dolor
Una noche de agosto de 2007, un grupo de jóvenes con armas de fuego, dispuestos a todo, ingresó en una zona vecina donde vivían personas con las que mantenían conflictos, el tiroteo fue prolongado, indiscriminado y con un saldo mortal.
Una tarde en un barrio de clase media, sin ningún motivo, de la nada, una persona comenzó a disparar contra los transeúntes de una calle concurrida, un joven nadador resultó asesinado, una familia perdió a su único hijo.
En un día caluroso, un niño está jugando con sus amigos cuando ve acercarse a personas que no conoce, todos llevan armas largas, al notar que vienen en su búsqueda intenta en vano escaparse. El grupo lo ha tomado para que se convierta en soldado, a partir de ese momento perdió su inocencia, su infancia y su familia.
En otro barrio de otra ciudad un joven trabajador recibe un bala perdida y queda inmovilizado de por vida, ya no puede ser sustento de su hogar. No es el único que vive esa situación.
Actualmente, en contextos que nos son muy cercanos, o muy lejanos están sucediendo historias parecidas. América Latina y El Caribe es la zona más violenta del mundo, en “nuestro barrio” la mayoría de las personas que resultan heridas o asesinadas son varones jóvenes.
Si bien las víctimas directas se llevan gran parte de los titulares, los análisis y el diseño de políticas para enfrentar la violencia armada, son los y las familiares, particularmente las madres o esposas, las que a largo plazo deben cargar y enfrentar las consecuencias sociales, económicas y psicológicas que traen la muerte o la lesión de sus seres queridos.
Echando pa’lante
Las historias que abrieron esta nota son reales, son el origen de la lucha de unas madres o esposas por un camino distinto para sus familias, sus barrios y sus países. Mientras muchas no logran recuperarse del todo tras sus padecimientos, igual encuentran en su situación un músculo secreto para «echar pa’lante».
Tras perder a un segundo hijo en el tiroteo nocturno que citamos al inicio, una madre que no quería que ninguna otra mujer viviera lo que ella padecía, buscó ayuda en organizaciones vecinales, y emprendiendo un camino de diálogo, comprensión y mucha determinación, unida a otras madres del «sector rival» logró quebrar las desconfianzas para establecer un proceso de pactos de paz en su barrio. La experiencia de las “Madres de Catuche” no sólo ha reducido significativamente las muertes de jóvenes en esa zona, sino que ha inspirado a grupos de mujeres en otras zonas del país para seguir su ejemplo.
El joven fallecido en una calle de un barrio de clase media generó la movilización de su madre en una épica batalla por la mejora de los controles de armas en su país, Argentina. Mónica Marcenac no oculta todavía su dolor aún después de haber transcurrido varios años tras el deceso de Alfredo, su hijo. Pero tampoco niega su entusiasmo cuando ve a niñas y niños en escuelas haciendo murales por un país sin armas, por la convivencia pacífica, en las distintas actividades que emprenden con la Fundación que inició al darse cuenta que lo que había vivido debía también implicar algo positivo para ella y las demás personas.
Son también madres, las que conforman un grupo en Senegal que ha logrado la desincorporación de los niños tomados como soldados y siguen empeñadas en hacer que las mujeres de los pueblos que no recuperan a sus hijos puedan tener consuelo y aliento. Con la iniciativa «El Canarí de la Paz» caminan distancias enormes llevando agua, comida y solidaridad, donde más falta hace.
En varias favelas de Brasil las organizaciones sociales como Viva Río se apoyan en las fortalezas que tienen las madres como orientadoras en la vida de los niños para evitar que se vinculen a la violencia, para aportarle destrezas a otras mujeres cuyas familias han sido tocadas por el duelo con las que luego montan emprendimientos socio-económicos que las ayudan a mantener su hogar tras la pérdida o discapacidad de los otrora sostenes de hogar. También están educando a una nueva generación de niñas a preferir jóvenes que no se vinculen con la violencia, y por si fuera poco, se movilizan para lograr sociedades más seguras.
Dos lecciones
Dos lecciones nos quedan al repasar estas historias.
La primera es que los padecimientos de la violencia trascienden a las víctimas directas, por lo que resulta muy necesario poner en el sitial que se merece la discusión sobre las múltiples consecuencias que deben enfrentar las personas que la sobreviven, en particular la de las mujeres que pierden a sus hijos o esposos.
La segunda cosa, es la importancia y efectividad que tienen las madres como agentes principales de cambio hacia unas sociedades de paz y convivencia.
Es importante acompañar a las madres en el fomento de las fortalezas inherentes a su rol de dar vida y de protegerla. Debemos apoyarlas adecuadamente cuando les toca vivir situaciones de dolor, debemos escucharlas, permitirles unirse y proponer. Debemos dejarlas traer la paz.
El año pasado en el marco del trabajo de la Comisión Presidencial para el Control de Armas Municiones y Desarme, se anunció la pronta creación de un Sistema de Atención a las Víctimas de la violencia. Si bien hasta ahora no se han dado medidas concretas que hagan avanzar esta iniciativa, experiencias similares en otros países nos hace pensar que este tipo de sistema podría ser no sólo un centro dinamizador para aportar el cuidado psicológico, médico, social y económico que deben tener todas las víctimas, sino que también puede significar un espacio de participación que permita identificar respuestas desde las experiencias que ellas han vivido, y fortalecer esas experiencias y replicarlas.
En el día de hoy es más que propicia la oportunidad para pedir que las iniciativas que sirvan para apoyar y escuchar a las madres que han tenido que enfrentarse a las peores consecuencias de la muerte y el dolor no se queden en el tintero, que se hagan realidad.
Con certeza a todas y todos nos irá mejor.
Lucha contra
la impunidad
En la experiencia de la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz en acompañamiento a familiares de víctimas, es la mujer madre, esposa, hija, hermana quien asume todo el proceso de denuncia y lucha por lograr justicia ante la muerte del familiar. Para las mujeres, el proceso jurídico, se convierte en el centro de sus vidas y en el motivo para seguir viviendo. Arriesgar, hablar, organizarse, luchar hace que sus vidas recobren el sentido vital que perdieron y se aferran a la idea de combatir la impunidad y evitar que se sigan cometiendo abusos y violaciones en contra de aquellos que habitan en los sectores populares de nuestro país
César Marín
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