Tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la formación de los dos bloques de poder que se repartirían el mundo el resto del siglo (Estados Unidos y la Unión Soviética) se logró una paz, tensa paz, propiciada por el miedo a la sombra siempre latente de la bomba, el miedo al fin del mundo
Ocurrió el 6 de agosto de 1945, pocas personas hasta ese momento sabía el infierno que se desataría en la ciudad japonesa de Hiroshima, pero una vez hecho el mundo cambiaría para siempre. El bombardero Enola Gay dejó caer su carga, Little Boy. Una explosión. Un inmenso hongo de ceniza, fuego y destrucción. La cuenta regresiva para el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Entramos en la Edad Atómica: por primera vez en la Historia, el Ser Humano tenía la capacidad de destruir el mundo. Una era donde la ciencia un nuevo lindero: la posible aniquilación de toda la vida en la Tierra. Y todo gracias a una formula, ideada por una de las mentes más brillantes que hayan existidos, Albert Einstein: E=mc2 (convertir la masa en energía).
Tomo comenzó con una carta que le escribió el propio Einstein al presidente Franklin Delano Roosevelt en 1939, donde le exhortaba a adelantar la investigación de la energía nuclear para adelantarse a la Alemania de Adolf Hitler, quien se encaminaba a fabricar la primera bomba atómica. No obstante, al ver el resultado de su descubrimiento, le atacó el remordimiento: “debería quemarme los dedos con los que escribí aquella primera carta a Roosevelt”, comentó amargamente el científico luego de lo ocurrido en Hiroshima.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la formación de los dos bloques de poder que se repartirían el mundo el resto del siglo (Estados Unidos y la Unión Soviética) se logró una paz, tensa paz, propiciada por el miedo a la sombra siempre latente de la bomba, el miedo al fin del mundo.
El Proyecto Manhattan
El Proyecto Manhattan fue el nombre en clave de un proyecto científico llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial por los Estados Unidos con ayuda parcial del Reino Unido y Canadá con el objetivo de ganarle la carrera armamentística a Alemania nazi en el desarrollo de la primera bomba atómica.
La investigación científica fue dirigida por el físico Julius Robert Oppenheimer mientras que la seguridad y las operaciones militares corrían a cargo del general Leslie Richard Groves. El proyecto se llevó a cabo en numerosos centros de investigación siendo el más importante de ellos el Distrito de Ingeniería Manhattan situado en el lugar conocido actualmente como Laboratorio Nacional Los Álamos.
La base de la teoría de la bomba nuclear residía en que los átomos de algunos elementos de la tabla periódica (como el uranio-235 o el plutonio-239) podían ser divididos la chocar sus núcleos con neutrones (partículas subatómicas de carga nula), lo que produce energía y calor, en una reacción que se denomina fisión atómica. La provocar esta reacción de forma estable se puede usar este calor para calentar agua y usar turbinas (este el principio de las centrales termonucleares) pero al crear esta reacción atómica de forma inestable se crea una explosión equivalente a la que produciría 15 mil toneladas de dinamita (TNT), o también llamado kilotón.
Ese es el poder de la bomba que explotó en Hiroshima, en al actualidad con las bombas de hidrogeno (que fisionan compuestos de hidrogeno) se puede llegar hasta 1000 veces de ese poder.
La paz del miedo
No pasó mucho tiempo para que la Unión Soviética desarrollara su propio porgada nuclear y desarrollara su propio arsenal por lo cual la inminente guerra que pudo haberse desatado con los Estados Unidos tenía un nuevo factor a considerar: el escenario de una guerra nuclear.
Inició así La Guerra Fría: una guerra sin batalla, que buscaba el dominio de alguna de las superpotencias mediante la diplomacia y la carrera espacial. Incluso durante la Crisis de los Misiles (cuando la Unión Soviética colocó, precisamente, bases de misiles balísticas en Cuba, lo que volvía a Estados Unidos vulnerable a un ataque nuclear) no se terminó de dar el último paso hacia la Tercera Guerra Mundial, por una buena razón:
De desatarse una guerra entre ambos en las primeras 24 horas sus bombas atómicas hubieran destruido el 25% de la superficie terrestre, dejando el resto del mundo inhabitable por los altos niveles de radiación que habría en el aire. El fin del mundo.
Es por eso que, ironías de la vida, le debemos la vida a la única arma en el mundo con la fuerza suficiente para desaparecernos de la faz de la tierra.
Hijos del átomo
Gracias a el Proyecto Maniatan se hicieron toda clase de descubrimiento que sirvieron para impulsar la ciencia y la tecnología hasta donde la conocemos hoy: la energía nuclear, el horno de microondas, los usos medicinales de radiación, detectores de metales y radiógrafos, fueron algunos de estos aportes, que convirtieron a las futuras generaciones en los hijos del átomo: todos los seres humanos hemos sido expuestos de una u otra forma a la radiación en los últimos 50 años.
Por: Luís Guillermo Valera / lvaera@diariolavoz.net