El amor es una experiencia mágica, impredecible, maravillosa, una dosis de adrenalina que nos inyectan en las venas para permitirnos ver la vida de manera presurosa
No sabemos cuántas veces nos enamoraremos o cuántas ilusiones que se transformen en amor sincero: cuántas veces estaremos frente a ese sentimiento sublime denominado que nos hace perder la razón para ceder ante sus efectos.
Lo que sí sabemos es que el amor es una experiencia mágica, impredecible, maravillosa, una dosis de adrenalina que nos inyectan en las venas para permitirnos ver la vida de manera presurosa; y para asegurar que cuando se está ante tal estado las emociones nos turban, hasta terminar rendidos ante ellas, o consumidos en el mismo fuego de su pasión que el amor despierta.
1. La roja pasión
Todo comenzó una tarde de lluvia porque ésta es sinónimo de frescura, y con ella viene la esperanza, y a veces el amor. Con las gotas irreverentes que sin pedir permiso caían en los rostros de quienes transitaban, Susana tropezó con Osvaldo. La diferencia de edad entre ambos era poca, lo adecuado según las normas sociales que etiquetan al amor con los calificativos de aprobado o sancionado.
Él le sonrió, ella le respondió, pues aquel rostro masculino le pareció agradable, atractivo, varonil. La sonrisa femenina de Susana lo cautivó, su figura le encantó, y ahí se inició una historia de amor.
Osvaldo le invitó un café. Sin saber porqué en él confiaba, ella aceptó. Fueron a una cafetería cercana. Sentados medio mojados conversaron amenamente. Cada uno le decía al otro cómo se ganaba la vida, lo que disfrutaba hacer, una vez que aclaraban, para evitar malentendidos, que no había nadie que se interpusiera en esa relación que apenas comenzaba.
El encuentro terminó con el intercambio de números de teléfono. Cada uno lo grabó en presencia del otro. Se despidieron con la promesa de que al día siguiente se encontrarían. Así fue. La palabra dada fue cumplida, se perdió la distancia entre lo dicho y lo hecho.
En el segundo encuentro no faltó el contacto físico. No tardaron en tocarse las manos. Luego, se abrazaron, y hasta se besaron. Con ese beso, nació la ilusión entre ambos. Luego llegarían los sentimientos de amor; y más rápidos que estos, la roja pasión.
2. Nació el amor y el
deseo de estar juntos
Osvaldo creía que sabía bien qué le atraía de Susana: su sonrisa, su figura delicada, su rostro, que iba de lo infantil y a lo femenino, su carácter divertido. Ella también aseguraba saber lo que le enamoraba de él, su trato caballeroso, lo apuesto que era, su buen humor, lo bien que la pasaba a su lado.
Los dos estaban tan enamorados que volaban en una nube, en ese estado en que todo luce perfecto, en que cada parte encaja en un todo que se vuelve único. Nació el amor. Pensaban que sería eterno y único por lo indescriptible, por lo maravilloso. Aparecieron los celos para evitar que un tercero perturbara lo que se había originario entre los dos.
En cada encuentro el amor aumentaba, y con él nacía el deseo de estar juntos, de hacer una vida en común. Planificaban la visita de las dos familias para legitimar aquello que sentían, para garantizar que esa unión sería duradera.
Susana veía en los ojos de Osvaldo la felicidad; y él en los de ella, la posibilidad de alcanzar el mismo cielo, porque estaban tan enamorados uno del otro que no había imposibles, y eso es exactamente el amor, la ausencia de la imposibilidad gracias a ese sentimiento sublime que nos hace pensar que todo se puede.
No tardaron en aparecer las primeras peleas, pero pronto llegaban las reconciliaciones más intensas que las primeras, porque, en ese estado de enamoramiento crónico, la razón se pierde, las neuronas colapsan, el tiempo se para, el aire se satura, la vida por instantes se detiene.
La mamá de Susana adoró a Osvaldo. Le pareció el hombre indicado para su única hija. De igual forma, los padres de él, la adoraron. La mitad del camino estaba andado; las expectativas, las mejores. Vociferaban que aquel amor daría frutos.
Pronto se casaron. Un matrimonio sencillo pero alegre. La familia, los amigos y los más cercanos le dieron la bendición. La boda terminó con la sonrisa en los labios de ambos, con aprobación de los presentes, y hasta con la satisfacción del cura que con su verbo los unió en una franca ceremonia.
3. Razón que se agudiza
Después de la boda, el amor que sentían Osvaldo y Susana pasó a una segunda etapa, la convivencia, difícil tarea. Aparecieron los roces, el carácter de uno se enfrentaba al otro. La cotidianidad se hacía presente. Con el paso de los primeros años, la pasión se desgastaba y la razón se agudizaba: la euforia del enamoramiento en una extraña paz se convertía, una metamorfosis sufría esa emoción de plenitud, cuando la tranquilidad se instalaba en los huesos.
En los primeros meses de casados, las noches se hacían cortas. Entre sábanas los dos se reconocían: uno se dibujaba en el cuerpo del otro. Las caricias se multiplicaban, y cada parte de uno encajaba armónicamente en el otro, convirtiéndose en un mismo elemento.
Con el transcurrir del tiempo, la pasión ya no era la misma. Susana ya no veía a Osvaldo como al principio. Ya habían transcurrido cuatro años. Algo en ella había cambiado, pues era capaz de controlar ese amor desbordado que antes le salía por los poros. Justo en ese tiempo, Susana mutó su amor e hizo de él otra emoción, cercana al afecto, la pasión se convirtió en calma, ésa que se siente después de un día de labores cuando ya se ha dado todo y sólo queda como premio el reposo.
Metamorfosis
de ilusión a amor
*** Es un asunto probado que después de cuatro años, eso parecido al amor se transforma en algo más duradero; o, al contrario, perece porque no soportó el paso de un momento a otro, la metamorfosis de ilusión a amor.
*** De igual manera, es bien sabido que la ilusión no necesariamente llega a ser amor, que el amor puede morir antes de serlo, que lo que une Dios lo separa el hombre, que lo cotidiano cansa dejando una nube de aburrimiento, lo más cercano al desamor
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas