El presidente de la “superpotencia”, Barack Obama, emitió el 3-3 una orden de continuidad de un año de la “emergencia nacional” declarada en 2015 sobre Venezuela, donde, según indicó, “la situación no ha mejorado” y “el gobierno continúa erosionando las garantías de los derechos humanos”. Hacía un año había dicho que Venezuela constituía una “inusual y extraordinaria amenaza para la seguridad y la política exterior de ese país”.
Ese decreto debe inscribirse en la política de seguritización que permite a las élites estadounidenses a partir del poder social del lenguaje, construir amenazas por el mero hecho de declararlas discursivamente y convertida además en una práctica legalizada desde George W. Bush a través de la llamada Ley Patriota de 2001, que autoriza al gobierno norteamericano a desarrollar “la sociedad de control” (Michael Foucault) en donde la vida es transformada en un objeto de poder (“El Biopoder”). Esto es, está regulada desde su interior, siguiéndola, interpretándola, absorbiéndola y rearticulándola.
En consecuencia, uno de los valores más sagrados en la historia de los Estados Unidos, como lo es la libertad, está siendo monitoreada permanentemente, por cuanto cada ciudadano es sospechoso de “terrorista”, y si ellos lo son, con mucha más razón los son todos los países y habitantes del mundo.
Desde el 11-S/2001, la generalización del discurso de la seguridad está normalizando las formas de hacer política internacional; ya no tiene un carácter extraordinario, de excepción severamente restringida, debido a los especiales poderes que acarreaba su condición temporal de emergencia (Carl Schmitt). Ahora, en presencia de la biopolítica, la seguridad debe asegurarse permanente, no excepcionalmente.
Si eso se observa desde el enfoque realista, del cual se ufana públicamente Barack Obama, la seguridad nacional es “sinónimo de fuerzas armadas listas para operar en pos de los intereses nacionales y la medida de dicha seguridad es la calidad y el estado operativo de las mismas” (Juan Battaleme en: “Los estudios de seguridad internacional: de los enfoques racionalistas a los críticos”).
Si se observa desde los enfoques liberales, además de la función vinculada con la preservación, la fuerza debe ser utilizada para responder no solo en caso de agresión (la defensa) sino también es válida usarla cuando se protege “la vida humana, frente a abusos que realizan sus gobernantes o en situaciones extremas dando origen a la doctrina de la intervención humanitaria” (idem), puesta en práctica, por cierto, por la administración Obama en el caso de Libia.
¿Es Venezuela una amenaza? Para el pensamiento hegemón y la lógica estadounidense sí lo es. Para cualquier ser humano sensato de la Tierra, esto no es más que una proyección, como es entendido en psicología. Por tanto, desde nuestro país hay que desarrollar todos los mecanismos de defensa, incluyendo los pronunciamientos de solidaridad y en contra de este “ridículo decreto” (Chomsky dixit), por parte de los “grandes poderes”, los “poderes regionales”, así como de los movimientos sociales.
Franklin González