“Ávida lectora de todo lo que le pasa por enfrente, Francisca no entiende cómo un alto funcionario del gobierno, precisamente dedicado a las exportaciones, no reconoce como cierto que muchos hogares venezolanos están haciendo una sola comida al día…”
9:00 pm
Como lo hacía de vez en cuando, Nicolás tomó su camioneta, su medio de transporte y supervivencia, para subir a Caracas a hacer unas diligencias, comprar comida, cobrar la pensión.
Salió de su casa muy temprano, preocupado por la situación, pero fajado, sin un ápice de pesadumbre. “Voy a ver si consigo pasta o arroz en alguna parte”, pensó, sin advertir que su jornada iba a ser más difícil que de costrumbre.
Como a las 12 del mediodía se estaba estacionando en la calle, cerca de la Alianza Francesa, en Chacaíto, para continuar su faena, tras hacer una parada en Petare para comprar unos alimentos.
Pero tres sujetos le truncaron su accionar. Armados, violentos, groseros, lo abordaron para robarle la camioneta; dos se colocaron detrás del vehículo para cantar la zona, mientras el otro le quitaba la llave, la cartera, el celular, el dinero y hasta los alimentos.
Nicolás no opuso resistencia alguna, siempre siguió las órdenes de los malhechores, pero éstos, antes de irse, igual le dieron un cachazo y le rompieron la frente.
“Tanto que me costó adquirir mi carro”, pensó. “Tantas cosas que vendí para poder comprarlo”, se lamentó profundamente, llevándose una mano a la herida.
Ahí en la calle, en la nada, sin nada, golpeado, maltrecho, vejado, humillado, caminó hacia un puesto policial para poner la denuncia. Apenas alcanzó a hablar con un oficial, porque a poco de su llegada se desmayó. Cuando recuperó el habla estaba en Salud Chacao, con la herida curada. Los médicos le dijeron que los policías lo trasladaron hasta allí.
Luego del trago amargo y de recibir el alta médica, Nicolás se preguntó qué hacía, a dónde iba, qué iba a pasar con su vida. Y no era solo en el momento, sin dinero en el bolsillo, sin teléfono, sino para siempre. Desde entonces su vida no es la misma, quedó traumado para toda su vida, ni siquiera puede dormir.
Lo que es peor es que, confiando en las policías, denunció su caso y le dijeron que harían lo posible por recuperar el carro. Pero ya pasaron cuatro meses y sigue esperando. Siempre piensa en quién estará al frente del volante de su carro y qué pensará cuando lo hace. “¿No sabrá que por ese volante dañaron a una familia por el resto de su vida?”, pensó.
12:00 pm
Francisca, ávida lectora de todo lo que le pasa por enfrente, no entiende cómo un alto funcionario del gobierno, precisamente dedicado a las exportaciones, no reconoce como cierto que muchos hogares venezolanos están haciendo una sola comida al día.
“¿Cómo puede decir eso ese señor?”, se preguntó Francisca, ofuscada, porque su hogar tiene semanas, meses, sin saber lo que es un almuerzo. “Supongo que lo dice por que él y la gente cercana a él siguen comiendo tres veces al día”, se lamentó.
Francisca anda ofuscada siempre. No conseguir comida le complica su existencia. Vive junto a su hermana Coromoto y su hija Francisquita, incapacitada para trabajar por enfermedad. Son tres pensionadas que mantienen una casa con cinco jóvenes, tres de ellos en edad escolar. “¿Cómo vamos a subsistir nosotras con el nuevo aumento de sueldo si no tenemos goce de bono de alimentación?”, se preguntó. Y siguió pensando en el ministro que no cree que la gente está comiendo solo una vez al día y en la ministra que dijo que se ha comprado comida para tres países. “La verdad no sé dónde vive esa gente”, pensó Francisca, y siguió lavando, a mediodía, sin almuerzo, pensando qué hacer para la cena. “Hace rato que no les doy proteínas a los muchachos”, se quejó. “No sé qué voy a hacer”.
10:00 pm
Estaban un hombre sumamente ebrio y tres mujeres de esas que llaman de la calle a las afueras de un bar, como buscando extender a la calle la acción conseguida en el local. Todo lo que decía el borrachín les causaba gracia a las chicas, aunque era evidente que ellas lo hacían porque su vestimenta evidenciaba que no era un borrachito común, que tenía “biyuyos”.
El hombre, con evidentes facilidades económicas, pero “borrado” por el alcohol en el momento, comenzó a flirtear con las chicas. Y ellas le siguieron el juego.
La cosa se puso caliente. Eran cuatro. Era más que un trío. ¿Cómo se dice? Nadie sabía, ni nadie quería saber cómo se dice cuando son cuatro los que entran en acción al mismo tiempo en un acto sexual. El hecho es que aquello pasó a ser una escena impúdica, pasada de lo normal.
En eso llegó una comisión policial, alertada por los vecinos, interrumpe la escena, y se los lleva presos.
En la comisaría piden las identificaciones. “Yo soy Fulanita, licenciada en administración, trabajo en la Contraloría”, dijo la primera. “Yo soy Sutanita, graduada en comunicaciones, soy gerente de una tienda”, dijo otra. “Me llamo Perenceja, periodista, trabajo en la página web tal”, contestó la tercera.
“Ah, hic, ta’bien, pues”, interrumpió el borracho, muy molesto por aquel interrogatorio. “¿Entonces resulta que, hic …aquí la única puta soy yo?”, preguntó a los gendarmes con muchas dificultades para mantenerse en pie.
CRÓNICA DE LA CALLE