Es diferente, con las circunstancias cambiadas, con un gobierno que sabe que tiene el agua al cuello y con una ciudadanía unánimemente harta de tanta improvisación, tantos errores, tanta mala fe
Ante los acontecimientos que han cambiado el panorama político de Venezuela en los últimos días, esta es la pregunta que se escucha: ¿Nuevamente vamos a ir a un diálogo? La respuesta es sí.
Ciertamente, el mapa que se había trazado recientemente, se ha modificado con la suspensión de la recolección del 20 % de las firmas del padrón electoral que estaba prevista para finales del mes de octubre.
Una noticia que cayó como baño de agua helada para la inmensa mayoría de los venezolanos y que llevó a la Mesa de la Unidad Democrática a trazar una nueva estrategia, cuya médula fue convertir la jornada de recolección de firmas en un día de protesta contra la nueva confiscación de otro derecho a los venezolanos.
Sí, tienen toda la razón quienes recuerdan amargamente los otros fallidos intentos de diálogo entre el ya añejo gobierno revolucionario y la alternativa democrática. Fueron arduas diligencias que no condujeron a nada y la mejor prueba de ello es lo que estamos viviendo hoy.
Una nación que ha llegado a índices de pobreza jamás imaginados, con una fuerza productiva paralizada, afectada por la escasez de alimentos y medicinas y por si fuera poco, agobiada por una criminalidad que mantiene en pánico a la población.
Son las consecuencias de un modelo errado de gobierno que se ha mantenido por dieciocho años y que nos ha conducido sin cargo de conciencia alguno por el más equivocado de los caminos, desoyendo las advertencias de quienes alegaban, argumentos en mano, que estábamos siendo empujados al despeñadero.
Pero a favor del nuevo episodio de diálogo, tenemos muchas cosas que decir. La primera de ellas, aunque resulte un contrasentido, es el estado crítico en el cual se halla hoy nuestra nación. A quienes hoy administran al país poco margen les queda para pretender seguir haciendo su voluntad, con los resultados que arroja el estrepitoso fracaso de la gestión que se autodenomina “del pueblo”.
Por ello, su base de apoyo real es ínfima, muy a diferencia de tiempos pasados, cuando la esperanza, la propaganda, el dinero hábilmente lanzado a la calle y el carisma del fallecido mandatario Hugo Chávez obnubilaban los cálculos del negro futuro que esperaba a Venezuela si seguíamos por esa senda.
Y ese es el capital que acumula hoy la MUD, medido, por si fuera poco, en las más recientes elecciones parlamentarias y en masivas citas de calle, como lo fueron la primera recolección de firmas del 1 % y la manifestación del pasado primero de septiembre.
Es a ello a lo que teme el gobierno. Es por eso que se ha torpedeado de todas las maneras posibles la consecución de un derecho ciudadano, como lo es la realización de un referendo revocatorio presidencial consagrado en la Constitución Nacional.
Y es por ello que una amplia base que aupó al chavismo en el pasado, se ha desplazado hacia apoyar otra solución a la tragedia que padecemos; la cual, no por urgente, deja de ser democrática y constitucional. Y esa es quizá una de las peores tragedias del oficialismo: el haber dejado de leer que hasta sus propias bases quieren borrón y cuenta nueva en un país colapsado.
En síntesis, este es otro diálogo, sí. Pero queremos subrayar la palabra “otro”. Es diferente, con las circunstancias cambiadas, con un gobierno que sabe que tiene el agua al cuello y con una ciudadanía unánimemente harta de tanta improvisación, tantos errores, tanta mala fe.
También con unas fuerzas alternativas democráticas que han demostrado una y otra vez que las masas están de su lado, simplemente por un asunto de justicia y del más elemental sentido común.
Hay quien critica el hecho de que nuestros representantes se sienten a dialogar cuando, a ojos vista, tienen a la fuerza de su lado. Justamente por eso es que hay que sentarse. Porque ya hemos dado suficientes demostraciones de músculo entre las pasadas elecciones parlamentarias y el recién finalizado mes de octubre.
Y el funcionariado rojo, a su vez, ha quedado al descubierto con su accionar desatinado, con sus declaraciones altisonantes y con su inocultable nerviosismo. Las cartas están sobre la mesa.
También es una noticia digna de ser aplaudida, el interés que el Papa Francisco ha tomado en el asunto. No es poco que sea, por cierto, la primera vez que el sumo pontífice de la Iglesia católica sea un latinoamericano, conocedor y sensible a los sinsabores que asolan a nuestro continente y de los cuales hoy Venezuela es la víctima más martirizada. Martirizada justamente por quienes habían jurado redimirla.
Quienes están en contra del diálogo entresacan de sus argumentos -y no sin razón- el rosario de dolores que han padecido tantos y tantos venezolanos en estas casi dos décadas de desaciertos. Y nosotros les respondemos: ¿queremos que ese sufrimiento nos siga espoliando?
David Uzcátegui