Se hacía pasar por miembro de la Resistencia Francesa y atraía con engaños a opulentos judíos a su casa, haciéndoles creer que podía hacerlos salir clandestinamente del país. En lugar de eso, los asesinaba y robaba sus pertenencias, matando a 63 personas antes de que fuese finalmente atrapado
Marcel Petiot nació el 17 de enero del año 1897 en Francia.
Cuando tenía tan solo cinco años murió su padre y tres años después, su madre corrió la misma suerte. Marcel quedó al cuidado de familiares. Sin embargo, su educación no fue como la de un niño normal y mucho menos el afecto que recibió por parte de sus mayores.
De muy pequeño demostró ser un niño bastante más inteligente que los de su misma edad, pero paralelamente reveló ciertas tendencias sádicas que preocupaban a quienes lo rodeaban. Desde sumergir las patas de su gato en agua hirviendo hasta torturar a otros animales sacándoles los ojos.
También desarrolló el hábito de robar todo lo que le pasaba por las manos.
Desde los útiles de sus compañeros de clase hasta los medicamentos en el ejército cuando fue soldado. Incluso llegó a meter mano en los fondos municipales del alcalde de Villaneuve cuando se presentó a unas elecciones municipales.
Sufría de continuos ataques depresivos, una avanzada paranoia y un crónico estado de melancolía. A pesar de todos estos problemas, Marcel logró salir adelante en su vida personal y su personalidad le ayudó a ganar prestigio en el ámbito profesional como médico y en una carrera política que inició como concejal. Era un hombre respetado y apreciado en el pueblo en que vivía.
Un poco más allá
El 11 de marzo de 1944, la policía llegó a casa del doctor Petiot, alertada por la alarma que dieron los vecinos al ver que de la chimenea de su casa salía una grasienta humareda negra y un hedor insoportable. Allí descubrieron el espantoso combustible que alimentaba las llamas: un montón de cuerpos desmembrados.
Cuando los policías procedieron a interrogar al doctor por los hechos, el hombre les explicó con orgullo que aquellos eran “sus cadáveres”, los restos de alemanes y colaboracionistas pro-nazis que habían sido asesinados por la Resistencia Francesa y confiados a su custodia para que se deshiciese de ellos.
Los agentes aceptaron la explicación y lo dejaron libre, no sin antes felicitarlo por sus dotes de patriotismo. Petiot aseguró ser miembro de la Resistencia Francesa y declaró que sus víctimas habían sido 63.
Al poco tiempo, confirmaron que aquellos muertos no tenían nada que ver con la ejecución de colaboradores nazis, pero para entonces Petiot ya había huido. La policía inició un minucioso registro de la casa abandonada y hallaron además de los cadáveres despedazados, casi 150 kilos de tejido corporal calcinado y muchos cuerpos más descomponiéndose en un pozo que contenía cal viva.
Tiempo después de su desaparición, Petiot envió una carta al periódico Resistance, bajo una falsa identidad, pero sin tener el cuidado de modificar su letra (lo que posteriormente ayudó a su identificación), diciendo que la Gestapo había metido en su casa los cadáveres. Gracias a ésta carta, fue detenido el 02 de noviembre de 1944.
Los psiquiatras que lo examinaron antes del juicio declararon que era un hombre que se encontraba en su sano juicio. Sin embargo, los hechos, demostraron todo lo contrario: el juicio comenzó el 15 de marzo de 1945 y fue ahí donde se descubrió la verdadera personalidad del prestigioso doctor. No se trataba de un luchador clandestino por la patria y la libertad, sino de un criminal totalmente fuera de control.
Se le acusaba de 27 asesinatos por las evidencias encontradas en su sótano.
Su hermano Maurice, que era quien le proporcionaba la cal, alegó que Petiot la utilizaba contra las cucarachas, pero un volumen de 400 kilos suministrados bastó para inculparlo de complicidad criminal.
Mientras estaba detenido en la espera por el juicio, Petiot no cesaba de comentar jocosamente a los guardianes de su prisión: “No dejen de acudir a mi juicio, va a ser maravilloso y se va a reír todo el mundo”… y lo que dijo fue totalmente acertado, pues ese juicio fue uno de los más irrealistas y confusos en la historia de Francia.
La acusación afirmó que Petiot atraía a ricos judíos a su casa con el pretexto de que los ayudaría a escapar del acoso de las fuerzas alemanas hacia otros países.
Una vez que estaban en su propiedad, les quitaba la vida a través de inyecciones letales que les administraba con la excusa de cumplir con las formalidades sanitarias extranjeras y finalmente los despojaba de todo el dinero y objetos de valor que poseían.
Tras tres semanas de juicio, el jurado lo declaró culpable de 24 de las 27 acusaciones y junto con el veredicto de culpabilidad se establecieron una serie de indemnizaciones a favor de los familiares de las víctimas.
El 26 de mayo de 1946, Marcel Petiot fue condenado a morir en la guillotina, pero lejos de mostrarse asustado en el momento de su ejecución, dijo con más ironía que nunca a los testigos de la ejecución: “Caballeros, les ruego que no miren. No va a ser bonito».
Sótano con cámara de gas
En 1941 Marcel Petiot compró una residencia en el número 21 de la calle Le Sueur en París, a la cual le elevó los muros impidiendo la vista desde el exterior, a la vez que la adaptaba como consultorio médico. Posteriormente, durante las pesquisas policiales, se descubriría que la había equipado en el sótano con una cámara de gas con mirilla para espiar la muerte de sus víctimas y con un pozo lleno de cal viva.