Es impostergable la búsqueda de soluciones al incremento de la violencia y la inseguridad, vista la pobre gestión de gobierno dirigida a disminuir la incidencia del delito
La solución debe orientarse a planificar e implantar una gestión integrada local de seguridad ciudadana y de control de la violencia en la comunidad
En la encuesta de opinión que adelantó el diario La Voz en su página web, según la pregunta ¿cuál cree usted que es el problema nacional que el Presidente de la República debe atender de manera prioritaria?, los lectores responden priorizando sus perspectivas como sigue: la inseguridad; la inflación; la escasez de alimentos; el desempleo; y la falta de vivienda. La inseguridad ciudadana y la violencia social presiden las respuestas al cuestionario, y además registra 74 por ciento en los resultados. Por ello tomamos este asunto como objeto de reflexión y de llamada a la conciencia pública. Está en el sentir de la ciudadanía venezolana hallar pronta solución, de la que por cierto dependen en buena medida la gobernanza y gobernabilidad del país.
Para quienes contribuimos a crear opinión pública ese problema es alarmante, no solo por su percepción sino, por las secuelas negativas que se expresan en crecientes pérdidas de vidas, atraso de la actividad económica y productiva, desquiciamiento de la cultura política de la población, y desnaturalización de los procesos democráticos del país.
Debate entre opciones
La gestión local de la seguridad y la convivencia por parte de los propios ciudadanos, da señales de mayores y mejores logros que un manejo de la problemática centrado en la acción policial, militar, judicial o carcelaria. Hay que darle prioridad a la promoción de la cultura ciudadana que previene la delincuencia y la violencia social, por encima de la represión, control y castigo de los delincuentes y violentos. Preferible es la seguridad ciudadana que la seguridad de estado. Las manifestaciones de inseguridad tienen características locales, y la centralización excesiva en manos del ejecutivo nacional ha demostrado su ineficiencia.
La sociedad venezolana se debate entre las opciones seguridad y convivencia o inseguridad y violencia. Nuestra seguridad humana está expuesta a muy graves riesgos por amenazas y por debilidades económicas y políticas. Son evidentes los altos índices de crímenes por adolescentes y jóvenes, los crímenes por delincuentes organizados y los recientes crímenes de Estado encomendados a fanáticos ideológicos o tarifados, como grupos de violentos motorizados y colectivos sociales de hostigamiento.
Digo opciones porque efectivamente se confrontan una cultura de la violencia y una cultura de la paz. Por un lado, tenemos una concepción de seguridad nacional centrada en las necesidades de estado y de gobierno; por la otra, la concepción de seguridad humana, enfocada en la satisfacción de las necesidades básicas de las personas y los ciudadanos, determinada por las graves consecuencias de la violencia interpersonal.
Estado de miedo necesario
En el estudio “Violencia, democracia y cultura política”, el autor José Miguel Cruz, asesor del PNUD, llama la atención en términos preocupantes: «Ante la ausencia de respuestas sociales y políticas efectivas a los elevados niveles de inseguridad pública, muchos ciudadanos abandonan la participación social y política. Se comienza a valorar las actitudes autoritarias y aumenta la desconfianza en las instituciones y en los mecanismos legales, del mismo modo como crece al apoyo a figuras políticas autoritarias».
Casi pudiéramos concluir que es adrede la omisión de enfrentar la delincuencia y la violencia por las actuales autoridades y liderazgo gubernamental venezolano de hoy, enfermos ellos de la mentalidad autoritaria, totalitaria y autocrática. Parece que necesitan el estado de miedo y de temor como vía única para aferrarse al poder, beneficiarse del gobierno y regodearse del estado.
En estas circunstancias en que la violencia, la criminalidad y la inseguridad ciudadana dominan las discusiones sociales, escribe L. Ratinoff, 1996, en el documento “Delincuencia y paz ciudadana” del BID, «se fortalecen actitudes y valores que, en la búsqueda de mayor protección y seguridad ante la sensación de amenaza, se instalan en la cultura política ciudadana y cuestionan la validez y legitimidad del régimen de libertades y respeto a los derechos humanos y civiles».
La cultura ciudadana es un mecanismo para transformar comportamientos dañinos que afectan la vida y seguridad de otros ciudadanos, con el fin de ayudar a disminuir los altos niveles de homicidios y lesiones personales en las ciudades.
Caminos a soluciones
El investigador Gino Costa, (Perú, 2007), autor del libro La Ventana Rota y otras formas de luchar contra el crimen, asegura que “los gobiernos confrecuencia o no hacen nada o hacen más de lo mismo: incrementarlos recursos presupuestales para sus instituciones policiales, por unlado, y elevar las penas de los delitos, por el otro. Pero ni lo uno ni lo otro ayuda a enfrentar —y menos a resolver— el problema”.
El autor antes citado sostiene que es factible alcanzar resultados satisfactorios como: la caída dramática de la tasa de homicidios y de la tasa agregada de delitos; la reducción de la percepción de inseguridad y del sentimiento de temor; y el reconocimiento ciudadano al trabajo policial y a las autoridades municipales responsables de las políticas de seguridad. Ello supondría, dice, la recuperación de nuestras ciudades, una notable mejoría de la calidad de vida de sus habitantes y la prosperidad general de los ciudadanos.
¿“Cultura ciudadana” o “ventana rota”? Educar al hombre es preferible a tener que reprimirlo. O dicho en leguaje popular: Después del ojo sacado no vale santa Lucía, la milagrosa patrona de los ciegos y abogada de problemas de la visión.
El crimen es el resultado
Los criminólogos James Q. Wilson y George Kelling, autores de la teoría de «La ventana rota», argumentan que el crimen es el resultado. inevitable del desorden. Si una ventana está rota y se deja sin reparar, la gente que pasa va a concluir que a nadie le importa y que nadie está a cargo de ella. Ese desorden dinamiza un deterioro gradual, progresivo e irreversible de las cosas que no son atendidas por la autoridad
Hernán Papaterra
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