Chávez se duele y replica con improperios contra Capriles, porque él mismo, siempre cómodo sólo entre quienes le adulan, se tendió una trampa dolorosa e inclemente. Olvidó desde hace mucho tiempo, que como decía Arturo Graf, “hombre fácil a la adulación, es hombre indefenso”
Debo empezar aclarando que pese a la interpretación común que se le ha dado, las bolas a las que se refiere el término “jalabolas” no tienen nada que ver con los testículos; por eso no son correctas expresiones tales como “jala, pero no te guindes”, “jaló hasta que se las estiró” u otras similares. La cosa va por otro lado. En tiempos de Gómez a los presos, especialmente a los presos políticos, se les colocaban grillos, que enlazados mediante cadenas a una pesada bola de hierro, de poco más de 34 kilos de peso, estaban destinados a evitar su escape. A los reclusos que tenían más posibilidades económicas no les resultaba difícil encontrar a otros, que mediante el pago de alguna remuneración, cargaran esos pesados artefactos por ellos, ayudándoles entonces a caminar con mayor comodidad. A los que se les pagaba para esto se les comenzó a denominar entonces “cargabolas” o “jalabolas”, término este último que con el paso del tiempo comenzó a ser utilizado con una connotación más despectiva, sinónima de adulante extremo o de lo que también se conoce como “chupamedias”, o también especialmente en Venezuela, “jalamecates”.
Adulancia “hecha en socialismo”
Capriles, en una reciente visita a Guayana, lar de muchas de nuestras industrias básicas más importantes, declaró que no quería ser el presidente de “trabajadores jalabolas” refiriéndose evidentemente (no hay que ser un genio para entenderlo) a que se propone cambiar este esquema terrible, que ya va a cumplir catorce años, de presiones y humillaciones a nuestros empleados, trabajadores y funcionarios públicos en general, según el cual para ascender o hasta para mantenerse en algún puesto o destino público o de alguna empresa del Estado, es menester mostrar dotes inagotables de adulancia extrema hacia los superiores en general, por ignorantes o incapaces que sean, y hacia Chávez, al que le encantan esas cosas, en particular.
Todo el que no cante, crea en ellas o no, loas a la “revolución bonita” o al “comandante presidente”, está destinado a la exclusión y a discriminaciones; todo el que no se ponga la franelita roja cuando así se le ordene, o el que no vaya a tal o cual manifestación “espontánea” de solidaridad con Chávez, queda fichado y puede ser objeto de sanciones que van desde regaños y amonestaciones hasta el despido; todo el que llegue a decir cualquier cosa que su criterio y su pensamiento libre le impongan contra el proceso, y especialmente contra el presidente saliente, es execrado y no merece ni el más elemental respeto. Así de “autocrítica”, de “humanista” y de “tolerante” es esta involución personalista, ineficiente y chapucera que a Chávez le dio por llamar, en su momento, revolución bolivariana.
La manipulación de Hugo
Chávez, visto lo anterior, no dudó en servirse del término tergiversando burdamente lo dicho por Capriles, en su supuesto provecho -no insulta quien quiere, sino quien puede, cosa que a veces olvida nuestro presidente- y acusó al candidato opositor de haber llamado a los trabajadores “jalabolas”, lo cual no es cierto (sus palabras textuales fueron “nosotros no queremos trabajadores jalabolas”) y además la tomó por llamar a Capriles, con evidente exasperación y dando cuenta de su real nivel como pretendido estadista, “jalabolas” no menos de trece veces en menos de minuto y medio de perorata encadenada.
Esto es lo que pasa, estimados lectores, cuando al presidente ya en preaviso y en trance de preparar sus bártulos para tomar las de Villadiego, se le pone el dedo en la llaga. En mi pueblo dicen que “el que se pica, es porque ají come”, y si algo demostró Chávez en su cadena de respuesta a Capriles, y sus adláteres después, es que el ají que les hizo comer el flaco con su propuesta de acabar con el indigno “jalabolismo” como medio para trabajar o progresar en las instituciones y empresas del Estado les picó, y les picó mucho, no sólo cuando entró sino también cuando salió, para no ser más gráficos sin necesidad.
“La verdad gusta más”
No es de extrañar que así haya sido, pues los hechos y el candidato opositor los han puesto en evidencia. La masiva concurrencia de trabajadores al acto de Capriles en Guayana y la impresionante ovación que siguió a su tosca pero contundente y cercana propuesta, agarraron a los oficialistas fuera de base, pues con éstas se dibujaba contra ellos un categórico dedo acusador que desnudó sus propias maneras y fallas, y se mostraron las consecuencias erosivas para el poder que el personalismo exacerbado, y el culto a Hugo Chávez por encima de cualquier otra consideración crítica, han tenido en la dignidad del pueblo vapuleado.
La verdad gusta más, así decía el poeta francés Voiture, cuando la descubre uno mismo, pero no nos place tanto cuando son otros los que nos la muestran, y eso fue lo que hizo Capriles en Guayana, como lo ha hecho en todos y cada uno de los espacios que ha recorrido: Mostrarles la verdad a los que ya se van, y enseñarles por qué se van y por qué el pueblo, cansado de indignidades, ya no está con ellos.
No nos calamos
más jalabolas
Hay vergüenzas entonces que ya son intolerables, y que debemos conjurar pronto, así lo demostró Capriles en Guayana, si es que queremos comenzar a forjar una nación próspera y feliz, poblada de ciudadanos críticos y libres, que no de eunucos lisonjeros, sumisos y sobrevivientes. Los trabajadores de nuestras empresas básicas lo reafirmaron, pero en todo el país el eco de los empleados y trabajadores públicos, y el de los trabajadores de nuestras empresas del Estado, que acaban por cierto todos ellos de conmemorar su día, resuena asordinado pero estremecedor: No nos calamos más jalabolas, ni que nos fuercen a serlo so pena de quitarnos el pan de nuestras mesas; no creemos en hombres que para “defender su dignidad”, como lo hizo Jaua hace un tiempo, tengan que pedirle “permiso” a otros hombres -¡vaya contradicción!- ni en “poetas”, que como lo hizo hace poco Luis Alberto Crespo, busquen recuperar notoriedades perdidas y ganar favores oficiales clamando falsarios y con pesadas bolas a cuestas que “Chávez es el mejor poeta del país”. No queremos seguir dependiendo de nuestro silencio o de que se nos escuche corear consignas en las que no creemos para subsistir, queremos llevar la frente altiva y luminosa de quienes saben cuestionar, y someter a sus opiniones y a su control real, a quienes hemos decidido que nos gobiernen, porque ya es un hecho, y así habrá de ser entendido del 7O en adelante, que un presidente no es a la larga más que un empleado del pueblo que al pueblo se debe (que no a su propia y egoísta visión) y que al ciudadano jamás, léase bien jamás, puede escatimarle, amenazas de por medio, su derecho a cuestionar un liderazgo, cualquiera que sea, o a pensar diferente. Chávez se duele y replica con improperios contra Capriles, porque él mismo, siempre cómodo sólo entre quienes le adulan, se tendió una trampa dolorosa e inclemente. Olvidó desde hace mucho tiempo, que como decía Arturo Graf, “hombre fácil a la adulación, es hombre indefenso”.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
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