Es impostergable recuperar el camino de la cordura y comenzar a sentar las bases que acaben con el abuso sistemático de poder por parte de quienes no lo tienen.
Si usted ha recibido como respuesta de alguien “no haré eso porque no me da la gana”, usted está en presencia de un abusador.
No es necesario que hablemos de un funcionario, sino que este tipo de actitudes las podemos identificar cada día con más frecuencia con cualquiera que desarrolle una actividad que implique trato con el público: recepcionistas, secretarias, vigilantes, porteros y hasta un vendedor ambulante puede salir con esas reacciones típicas de una sociedad en la que valores y principios han cedido su espacio a la anarquía, el abuso, la grosería.
Abusan para sentirse alguien
En definitiva, la anomia nos invade. Una forma clara de mostrar complejo de inferioridad y distorsionar el cumplimiento de un determinado rol se evidencia de aquellos sujetos que recurren al abuso para sentirse alguien.
La impotencia invade a quien recibe como respuesta esa frase que sella el fin de toda posibilidad de diálogo colocándonos en la posición de determinar cuál será el paso siguiente para afrontar ese momento en el que la ley abandona nuestros pensamientos y comenzamos a comprender porqué hay gente que llega a matar a otra en momentos de ira.
Es impostergable recuperar el camino de la cordura y comenzar a sentar las bases que acaben con el abuso sistemático de poder por parte de quienes no lo tienen. Cuando este tipo de acciones parten de una autoridad producen consecuencias directas de violación de derechos humanos y existen los mecanismos legales para ejercer acciones por el delito de abuso de autoridad haciendo posible la activación de los organismos públicos competentes: fiscalía, tribunales y defensoría del pueblo.
“Maromas” para caer bien
Normalmente el ciudadano no ejerce acciones porque tiene miedo, ese sentimiento que produce inacción y que nos hace una suerte de esclavos de la buena voluntad de quien ejerce un cargo público, quien debería considerarse un servidor del ciudadano y por ende una persona dispuesta a resolver cualquier conflicto que se nos presentara.
Si denunciáramos cada vez que un funcionario nos maltratara con su actitud y con la falta de respuesta a nuestras solicitudes, llenaríamos cientos de cuartos con folios de quejas, cuya respuesta jamás llegaría.
Cada quien tiene su estrategia para abordar a un funcionario. Se va armado de una sonrisa que ocupa todo el rostro, una actitud cercana y hasta aduladora, quizá no falta un chocolate, un chicle y en casos más reprochables la “propinita para el cafecito”. Toda una técnica para “caerle bien” a quien tiene la obligación de responder a tu requerimiento.
Cualquier esfuerzo parece válido para no tener que ir diez veces al mismo sitio a buscar una respuesta que se pudo dar desde el primer día. Típicos casos de administraciones públicas ineficientes.
Historias que nos llenan de impotencia
De este tema ya sabemos tenemos mucho que decir. Pero quiero plantear la situación que cada día es más común. La que ocurre cuando no estamos ante un funcionario, sino ante un ciudadano común a quien le corresponde ejercer un rol que le permite usar a menudo el “No me da la gana”, haciendo sentir su supremo poder sobre cualquiera al que discrecionalmente le parezca no debe proveer su solicitud.
Piense por ejemplo en el vigilante que no lo deja pasar; en el trabajador residencial que no quiere cumplir con su trabajo; en el empleado que decide no hacer sus tareas; en la secretaria que no le quiere entregar un documento; la recepcionista que consideró que su tiempo de espera no es importante; el operador de alguna empresa que no procesa la queja que estamos realizando; la maestra que no quiere revisar el examen; y en fin, seguramente tendrán ustedes muchas líneas que llenar con esas historias que nos acompañan y nos llenan de impotencia.
Cada uno de estos casos nos invita a recordar que somos seres pensantes, que nos diferenciamos de los animales por la posibilidad de controlar nuestros impulsos y emociones y que por ende la violencia que nos invade mentalmente producto de la impotencia no es jamás la solución, aunque muchas veces parece no sólo la más proporcionada sino la única herramienta para sellar el fracaso de un acomplejado abusador.
Vacío legal
Pensando en qué leyes nos protegen en casos de particulares, nos damos cuenta que hay un gran vacío pues lamentablemente la mala educación, la falta de respeto, el descaro y la arbitrariedad particular no están reguladas en las normas positivas, sino que todo se deja a la llamada convivencia ciudadana y aquello de las normas del buen ciudadano, asunto que creo abandonó los diccionarios de muchas personas.
Lo más grave del asunto es que la frustración que genera este tipo de actitudes nos van sembrando el germen de ciudadanos apáticos, violentos, desanimados. Se nos contagia una especie de congelamiento neuronal que nos inhibe del ejercicio de nuestros derechos particulares, con lo cual no hay duda que estamos poniendo en bandeja de plata la posibilidad de reproducción del mal de “No me da la gana”.
Yo me niego a complacer a quien ilegítimamente abusa de sus funciones públicas o privadas. Me opongo a asumir la anomia como modo de vida, por el contrario defiendo con ímpetu el espacio que me corresponde como ciudadana, como usuaria, como particular, como ser humano. O nos unimos en contra de cualquier acto arbitrario o definitivamente el caos se generalizará al ámbito privado y nos convertirá en un país donde manda de manera arbitraria cualquiera que se sienta envestido de un poder que no tiene.
Tips para que te defiendas
1.-Debemos tener absoluta claridad de nuestros derechos, saber con precisión donde están regulados y conocerlos de manera práctica, de tal manera de invocarlos cada vez que sea oportuno. Un ser arbitrario pierde la calma cuando es confrontado con la ley y los derechos.
2.-Quéjese siempre de aquello que considere es un trato arbitario o injusto. Eso implica formular la queja por escrito, solicitar la presencia de un superior, llamar a algún testigo, citar a miembros de la comunidad y difundir el hecho irregular ante todos aquellos que puedan ejercer el control social del abuso.
3.-No deje jamás pasar la oportunidad de difundir el hecho para advertir a sus pares que están en riesgo de que les suceda lo mismo. Por experiencia propia descubrirá que muchos otros han pasado por lo mismo y han guardado silencio. Si compartimos los hechos podremos organizar respuestas colectivas efectivas.
4.-Siempre hay la posibilidad de ejercer el control. La tipología de este tipo de personas es muy particular y se rodea de claros complejos visibles. Es importante determinar quien es el superior ante el cual se puede colocar la queja, y en caso de que no exista la sanción moral colectiva es clave.
5.-Nunca deje de pasar la documentación de cualquier situación como las que hemos descrito, porque puede repetirse con mayor intensidad y no sentar un precedente nos puede colocar en gran desventaja.
PARA QUE TE DEFIENDAS
Mónica Fernández
Twitter: @monifernandez