El chavismo ha perdido la hegemonía política que tuvo durante años en la región y, por ende, en la OEA; y ya no puede evitar la presión del organismo
En esta suerte de ciclón interno y externo que vive el actual gobierno nacional, están sucediendo demasiadas cosas a la vez. Y por ello, una noticia solapa a la otra y todas van quedando en el olvido, superadas por las inmediatamente posteriores.
Pero para nosotros quizá la mayor expresión de desatino haya sido el intempestivo -pero fallido- intento de abandonar la Organización de Estados Americanos, sucedido días atrás. Y no se puede perder de vista.
Ante los ojos del mundo, queda muy mal el intentar darle una patada al tablero justamente cuando se está perdiendo el juego.
El gobierno de Venezuela lanzó a los cuatro vientos su insólita voluntad de apartarse de la OEA tras darse cuenta de que en la mayoría de países del organismo hay una determinación a presionar al presidente, Nicolás Maduro, para que cumpla el calendario electoral y respete los Derechos Humanos.
Los medios internacionales han dedicado generoso centimetraje al impasse. La retirada de Venezuela «muestra hasta qué punto el proceso de debate y condena de la OEA ha sido relevante para el gobierno venezolano, aunque este niegue que le importa», indicó a la agencia internacional de noticias Efe Cynthia Arnson, directora del programa latinoamericano del Centro de Estudios Wilson Center. «Su retirada -agregó- también ahonda en el aislamiento de Venezuela en el hemisferio, hasta un punto sin precedentes en la historia reciente».
Toda esta situación ha evidenciado también ante los ojos del mundo, que el chavismo ha perdido la hegemonía política que tuvo durante años en la región y, por ende, en la OEA; y ya no puede evitar la presión del organismo.
Pero, además, la cosa se hincha porque salirse no es así de fácil. Entre otras cosas, debido a que el Gobierno de Venezuela debe a la Organización un monto total de 10,5 millones de dólares por concepto de cuotas; sobre las cuales, por cierto, manifestó su intención de no pagar.
Esta “sorpresa” demuestra el desconocimiento de quienes manejan las relaciones internacionales de nuestra nación, respecto al funcionamiento de los organismos internacionales. Abandonar un ente de esta categoría tiene consecuencias. Y por supuesto, no es nada fácil.
Entre otras cosas, porque esta deserción debe ser aprobada por el poder Legislativo del país, y eso por supuesto no sucederá en el caso venezolano. Este tipo de detalles funciona sin duda a manera de blindaje, ya que cuenta con el equilibrio y la independencia de los poderes. La cosa es que, en nuestro país, el parlamento ha pagado su falta de sumisión convirtiéndose en objeto de una andanada de agresiones que serían imposibles en una democracia.
También hay que apuntar que el desprendimiento de la OEA tomaría un lapso prudencial, de unos dos años, para ser efectivo. Con la velocidad que está precipitando los acontecimientos, tendremos un país muy distinto mucho antes de eso.
¿Qué gana Venezuela al intentar escapar del ente hemisférico? Primero que nada, impunidad. O al menos eso creen quienes manejan la diplomacia del país como si fuera un carrito chocón. Que, ante la cierta amenaza de la Carta Democrática Interamericana, el único blindaje es salirse de la organización. Seguimos, pues, coleccionando errores.
Se dice con insistencia que este tipo de entidades supranacionales no sirven de mucho. Razón no falta, pero sí tiene un rol en crisis como la nuestra. Y si no, no se explicaría la huida hacia delante del oficialismo. Por ello también trató de hacerse con colectividades de países más de su talla, como la complaciente Unasur, hecha a la medida de la chequera petrolera que hoy se secó.
O, por mencionar otro caso, Mercosur, donde una coyuntura de gobiernos aliados a la autodenominada revolución, hizo pensar en una complicidad perenne. Pero las idas y venidas del destino han reconfigurado el mapa de poder de esa organización; lo cual, aunado a la colección de desatinos de la administración venezolana, ha colocado a nuestro país a las puertas de la suspensión. Ya no hay cómplices allí y el poder que administra a Venezuela no está cumpliendo con los supuestos más elementales del ente regional.
Para nosotros, esta vergonzosa rabieta, no es otra cosa que la materialización de aquel viejo adagio de los abogados que reza: “a confesión de parte, relevo de prueba». Una acción intempestiva y sin base, destinada a romper con una institución que estorba sus ejecutorias y planes, nos confirma que, todas las acusaciones contra la administración actual, tienen base.
En resumen, salirse de la OEA no es tan fácil como “me levanto y me voy”. Toma tiempo, tiene un precio y necesita un consenso de poderes que no existe. Sin contar con las consecuencias legales y políticas de la acción. ¿Se ha pensado con sensatez desde quienes deciden? Sabemos que no.
«Se dice con insistencia que este tipo de entidades supranacionales no sirven de mucho. Razón no falta, pero sí tiene un rol en crisis como la nuestra…»